La voluntad gubernamental de atacar a los zapatistas es sacarlos de La Realidad, en toda la extensión de la palabra. Pero los ataques paramilitares, brazo armado de los programas de gobierno contrainsurgentes, son apenas el escalón más bajo, el trabajo sucio, de una operación quirúrgica para tratar de extirpar de la izquierda mexicana la piedra de la locura zapatista, la autonomía, y dejar solamente en pie a la izquierda funcional, que por más que forcejee y dé golpes en la mesa, refuerza el marco republicano–electoral como el único modo posible, realmente existente, legal y permitido de hacer política en México.
La contra armada en el terreno chiapaneco y la contra institucional con su dinero para comprar compañeros de viaje en el trabajo antizapatista son paralelas a una contrainsurgencia intelectual, literaria, periodística, académica, la cual tiene una misión más importante qué cumplir: evitar que el zapatismo sea un referente en la ideología, en la teoría, en la política, en la ética, en el imaginario de la izquierda mexicana.
Se trata de reducir a los zapatistas a un grupo de voluntaristas que han sido necios en mantener una resistencia utópica, anacrónica, ucrónica, sin futuro, destinada a desaparecer en un México que se moderniza y no tiene lugar para semejantes exotismos: cuando aparecieron en 1994, uno de los adjetivos favoritos para descalificarlos era “trasnochados”. Son un remanente de una noche anterior, ya superada.
La crítica al zapatismo como un movimiento que aparece y neciamente persevera en el “ya superado” discurso de la revolución ha sido constante, sea promovida desde el poder con libelos como Marcos la genial impostura y La guerra en las cañadas o simplemente alimentada por el antizapatismo ilustrado de los convencidos y los mercenarios que los acompañan. Ese discurso pasó de las filas de Nexos, Letras Libres y Etcétera a las páginas editoriales dentro del “pluralismo” de Proceso y La Jornada, y especialmente en sus caricaturistas. Unos desde el inicio (por ejemplo Aguilar Camín) recibieron al zapatismo como un demonio de un pasado que ya creían superado, en cambio otros lo comenzaron a repudiar y a sabotear cuando comprendieron que no lo podían domesticar e incluir en el rebaño electoral que les rinde pleitesía.
En una reunión donde ponentes como Enrique Dussel, Pablo González Casanova y otros debatían sobre el pensamiento crítico contemporáneo, desde el público, Bolívar Echeverría planteó una pregunta sobre la Sexta Declaración de la Selva Lacandona del EZLN: ¿No nos estarán planteando la crítica a una monocultura, en el sentido que lo dice Boaventura de Sousa Santos, que reduce la política a lo republicano electoral? Nadie contestó la pregunta de Bolívar Echeverría, quizá ni él se la contestó para sí mismo antes de morir, pues se sumó a las filas del lópezobradorismo.
Pero esa pregunta que planteó, y que nadie contestó, merece seguir siendo planteada, merece respuesta, debate. Recientemente los zapatistas han dicho que la Sexta Declaración es la más zapatista de todas. Si pensamos en lo que dijo Bolívar Echeverría entonces tenemos una clave de lectura del zapatismo como política- ideología y teoría y una clave de lectura también de la contrainsurgencia que pretende descalificarlos como un mero grupo de loquitos y aventureros o voluntaristas.
Lo que pensamos aquí, intentemos decirlo de una vez para ver si lo podemos explicar mejor después, es que el movimiento zapatista, específicamente el EZLN, ha planteado con su práctica autonómica y su discurso crítico de la política mexicana (y mundial) ejercida desde arriba y criticada desde abajo y desde la izquierda una denuncia de la monocultura de la política liberal- republicana. A ella le ha opuesto una forma de entender la política (práctica, teórica e ideológica) desde abajo, con rasgos específicos como autonomía, diversidad indígena y popular, antisistémica, por ende, anticolonial y anticapitalista. Y ese discurso, ese planteamiento radical, que ha alentado a su vez la radicalización de un sector de la izquierda en México y en el mundo, es el mayor daño que le han hecho los zapatistas el sistema. Esa es la herida que el sistema político mexicano, derecha e izquierda, quiere cicatrizar y borrar; es el control de daños al cual se dedican con los diversos modos de antizapatismo, especialmente de contrainsurgencia intelectual. Así como rechazar los Acuerdos de San Andrés sobre derechos y cultura indígenas fue un acto de fe en el colonialismo (Ginés de Sepúlveda redivivo), el rechazo teórico y práctico al zapatismo actual como actor político serio es el rechazo a romper con la monocultura de la política liberal- republicana- electoral y con el monopolio de los especialistas en mandar y en reprimir a quienes no obedecen.
Detrás de ese rechazo a tomar en serio el discurso crítico zapatista, detrás del deseo de verlos como una mascarada carnavalesca que oculta oscuros móviles o al menos ingenuidad e ignorancia de pueblos indígenas que no comprenden la modernización, hay una estrategia colonial que ha sido descrita (en la medida en que esa estrategia es típica del occidente colonial – el norte- para seguir dominando y produciendo como no existentes a los colonizados –el sur-) por el pensamiento de Boaventura de Sousa Santos.
Veamos algunas de las reflexiones del pensador portugués y tratemos de pensar con ellas cómo el saber teórico- político e ideológico de los zapatistas actuales es producido como no existente:
“Por sociología de las ausencias –escribió Boaventura de Sousa Santos en Descolonizar el saber, reinventar el poder— entiendo la investigación que tiene como objetivo mostrar que lo que no existe es, de hecho, activamente producido como no existente, o sea, como una alternativa no creíble a lo que existe. Su objeto empírico es imposible desde el punto de vista de las ciencias sociales convencionales. Se trata de transformar objetos imposibles en objetos posibles, objetos ausentes en objetos presentes. La no existencia es producida siempre que una cierta entidad es descalificada y considerada invisible, no inteligible o desechable. No hay por eso una sola manera de producir ausencia, sino varias. Lo que las une es una misma racionalidad monocultural. Distingo cinco modos de producción de ausencia o no existencia: el ignorante, el retrasado, el inferior, el local o particular y el improductivo o estéril.” (pág. 22)
La decisión de los zapatistas de romper con la clase política, con toda pero específicamente con la izquierda de arriba (con la que algunos de sus detractores creen que no debió romper jamás pasara lo que pasara: traición, contrainsurgencia, paramilitares, campañas sucias, y a ese no romper con ella le llaman “responsabilidad”) es explicada siempre (cuando no se acude al libelo copiado de la contrainsurgencia de la derecha de que el zapatismo es un invento de Salinas o de otro poder oscuro), como resultado de ignorancia, atraso, localismo y provincianismo… vamos si en el sur del continente ya empiezan a construir el socialismo… lástima que ese socialismo se parezca tanto al mismo desarrollismo depredador del medio ambiente y represor de su pueblo, especialmente los indígenas, pero qué son unas cuantas represiones en el sublime arte de la geopolítica.
Alguna vez Jan de Vos, en respuesta a una pregunta al final de una conferencia, me dijo que un factor clave para que la izquierda institucional y sus masas electorales no aceptaran las propuestas zapatistas es que, en el fondo, siguen pensando que nada bueno puede venir de los indígenas. Pueden aceptar discursos críticos de casi cualquier parte del mundo, incluso de América del Sur, pero el Sur profundo y su voz en el discurso y la práctica crítica zapatistas les inspiran solamente paternalismo: “¿cómo sacar a los zapatistas de su error?” En una de sus versiones “benévolas” atribuyen el yerro a sus dirigentes: sectarios, ignorantes, simples (esas o variantes de esas palabras han usado articulistas como Guillermo Almeyra) y casi sienten lástima por sus bases, tan lindas pero en manos de semejantes líderes.
Lo que no debemos olvidar es que al tirar al niño junto con el agua sucia, la izquierda mexicana que se ha negado a leer, pensar, tomarse en serio la política- la teoría zapatista, está activamente produciendo como no existente el saber de los zapatistas. Es un rasgo típicamente colonial de la mentalidad de la intelectualidad liberal. Y la reflexión de Sousa Santos es muy atinada para repensar el fenómeno: “Los procesos de opresión y de explotación, al excluir grupos y prácticas sociales, excluyen también los conocimientos usados por esos grupos para llevar a cabo esas prácticas. A esta dimensión de la exclusión la he llamado epistemicidio.” (Epistemología del Sur, pág. 12)
Le responderíamos al difunto profe Bolívar Echeverría: sí, el pensamiento zapatista no solamente denuncia el monocultivo de la política liberal-republicana sino que manifiesta un saber propio de un sujeto subalterno: las comunidades indígenas zapatistas, su sabiduría, su manera de entender y hacer la política, de ser rebeldes… y ojo, porque no es el único saber, hay otros, en otros tantos sujetos de abajo producidos como no existentes y tratados como ignorantes por los señoritos que dictan qué es la política y qué deberíamos hacer (por quién votar) desde algún lugar entre Coyocán, la colonia Roma y la Condesa, en México.
Por ello es importante transformar el objeto imposible: el saber, la teoría zapatista, en objeto posible, transformarlo de ausente en presente. De no hacerlo, nos volvemos cómplices de la estrategia colonial y contrainsurgente de producir a los zapatistas como no existentes (ignorantes, trasnochados, locos) y quien sale perdiendo con ese epistemicidio es la izquierda que no puede leer, comprender ni discutir ese saber. Un saber que necesitamos como insumo para una estrategia y una lucha descolonizadora y anticapitalista.
Javier Hernández Alpízar.