La ética del guerrero se podría resumir en los siguientes puntos:
1.- Estar siempre en disposición de aprender y hacerlo. Dos son las palabras fundamentales en el andar del guerrero: “no sé”. Mientras las “cabezas grandes”, como dijera alguna vez el Comandante Tacho, opinan sobre todo y pretenden que todo lo saben, el guerrero se asoma a lo desconocido con la misma capacidad de admiración que se tiene ante algo nuevo. Cuando salimos al camino que nos marcamos con la Sexta Declaración, no repartimos juicios y recetas. Escuchamos y miramos para aprender. No para suplantar o dirigir, sino para respetar. El respeto al otro, a la otra, es como nosotros decimos “compañero”, “compañera”.
2.- Estar al servicio de una causa materializada. No se trata de luchar por quimeras, ni de engañarse sobre el enemigo, la batalla, las derrotas, la victoria. Sabemos que hay y habrá dolores, algunos sin ningún alivio posible, como el dolor de la muerte de Alexis Benhumea, nuestro compañero y estudiante de esta universidad, terminado de asesinar por el gobierno hace un año. Y hay otros que requieren un paciente cultivo de la rabia, como el de saber a nuestras compañeras y compañeros presos de Atenco: Nacho, Magdalena, Mariana, por mencionar sólo a tres de ellas y ellos.
Pero sabemos también que esos y estos dolores que no cicatrizan tienen rumbo, destino, final. Y que esa gran causa que nos motiva no inhibe o subordina las causas de todos los tamaños, sino que precisamente en ellas se materializa.
3.- Respetar a los antecesores. La memoria es el alimento vital del guerrero. El agua donde abrevamos es nuestra historia. No sólo como zapatistas, no sólo como indígenas, no sólo como mexicanos. Donde otros leen y repiten derrotas, para así justificar rendiciones, nosotros leemos enseñanzas. Donde otros ven personajes, líderes y héroes, nosotros vemos pueblos enteros cumpliendo la función de maestros a la distancia, en tiempo, geografía y modo. La historia de abajo no es sino una inmensa memoria colectiva.
4.- Existir para el bien de la humanidad, es decir, la justicia. Ojo: no dije “para tomar al poder”, ni “para llegar a un cargo público”, ni para “pasar a la historia”, ni “para desde arriba solucionar lo de abajo”. Digo, en cambio, nombrar y traer acá a esa otra gran ausente en el camino del de abajo: la justicia. Y no porque esté en algún lado, escondida, esperando que alguien que se cree iluminado la encuentre y venga y nos la obsequie, y nuestros calendarios se llenen de monumentos, bustos y estatuas, sino porque es algo que se construye como se construye todo lo que nos hace seres humanos, es decir, en colectivo.
5.- Para esta batalla que sabemos difícil, e interminable agregaría yo, debemos dotarnos de armas y herramientas que nada tienen qué ver con lo que ahora se encuentra en las páginas de cualquier periódico o en los noticieros televisivos. Armas y herramientos que no son sino las ciencias, las técnicas y las artes. Y de entre todas ellas, la de la palabra.
Por algunas circunstancias de las que ahora no voy a hablar, los zapatistas tendemos a ver y mirar mundos para los que no hay todavía palabras en los diccionarios.
Pero así como vemos las cosas lejanas como si estuvieran a la vuelta de la esquina, vemos las cosas cercanas e inmediatas con el reposo de la distancia y el tiempo que creamos con nuestra propia geografía y nuestro propio calendario.
Lo más importante (y lo más olvidado) es que el guerrero debe cultivar la capacidad de ver hacia delante, imaginar el todo compuesto y terminado, prever los subes y bajas del camino, los contratiempos y su solución. Debe ser sabio en la lucha, esto es: en determinar cuáles son los puntos esenciales de una situación, dónde deben aplicarse qué esfuerzos y cuáles combates deben ganarse o perderse.
El guerrero debe poner atención y dedicación a las cosas pequeñas y a las grandes, las superficiales y las profundas, y trazar así una especie de mapa tridimensional donde cada parte adquiere un sentido preciso según lo dicta el todo, y el todo sólo adquiere razón y legitimidad en cada una de sus partes.
Así, el guerrero debe buscar el ritmo, es decir, el acompañamiento entre las partes del todo. Y no la velocidad que termina por dejar lo importante por atender lo urgente.
En nuestra ética, entonces, se trata de no pensar indignamente, para no actuar deshonestamente. Aprender siempre, siempre prepararse, conocer todos los caminos posibles, sus pasos, sus velocidades, sus ritmos. No para todos andar, sino para saber de todos, con todos caminar y llegar con todos.
No es al hoy, a lo inmediato, a lo efímero, que vemos. Nuestra mirada llega más lejos. Hasta allá, donde se ven a un hombre o a una mujer cualquiera, despertarse con la nueva y tierna angustia de saber que deben decidir sobre su destino, que caminan por el día con la incertidumbre que da la responsabilidad de llenar de contenido la palabra “libertad”.
Hasta allá miramos, hasta el tiempo y el lugar donde alguien le regala a alguien algo. Y es tan lejos que no se alcanza distinguir si es una flor roja o una estrella o un sol lo que de una a otra mano se tiende.
Nuestra ética tiene ese destino.
No sólo por eso, pero también por eso, es que sabemos que vamos a ganar…
Muchas gracias.
Desde el auditorio Che Guevara, en la otra Ciudad Universitaria de la UNAM.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Junio del 2007.
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