Actualmente, la explotación indiscriminada de los recursos naturales está poniendo en riesgo la supervivencia de las culturas y de los mismos pueblos; el gobierno federal y, con más descaro aún, el gobierno de Guerrero, están rematando las riquezas de los territorios ancestrales a las empresas trasnacionales. La Montaña es amenazada por dos incipientes megaproyectos mineros: La Diana-San Javier en la región oriental y Corazón de Tinieblas en la región occidental, ambos impulsados por corporaciones extranjeras.
Pero en estas tierras los pueblos indígenas saben defender sus derechos: es aquí donde decenas de comunidades se juntaron para formar la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria (CRAC-PC), organización que se encarga de garantizar la seguridad y ejercer una justicia verdadera en la región. Desde que se supo de las amenazas mineras, la CRAC-PC ha encabezado, junto con otras organizaciones locales, la campaña de información y resistencia contra los proyectos extractivos.
Quienes viven en las comunidades de la Montaña están conscientes de que la instalación de minas a cielo abierto, además de los impactos desastrosos en la salud de las personas y en el ambiente, así como de la ruptura de los equilibrios comunitarios, significaría la destrucción de un sinfín de sitios sagrados o de gran importancia para la espiritualidad de los pueblos de la región, con lo que se impulsaría la alienación y la pérdida de la relación profunda con el territorio propio.
En las comunidades me’phaa, un momento clave del calendario ritual es la celebración de San Marcos, que corresponde a Ajku o Tata Bègò, señor del rayo y del cerro, dios de la lluvia y de la fertilidad. Hemos tenido la suerte de participar en la celebración que año con año realiza la comunidad de Colombia de Guadalupe –una de las primeras comunidades que integraron la Policía Comunitaria, hace más de 15 años– recorriendo los lugares marcados por la tradición: una enorme riqueza cultural que los pueblos también están defendiendo en su lucha contra la instalación de las mineras. En este texto, además de la vivencia personal de los autores, se reflejan las numerosas pláticas y conversaciones que realizamos con las autoridades comunitarias, los mayordomos, los rezanderos y todos los habitantes de la comunidad que nos hicieron el honor de compartir la celebración.
El significado de la celebración
La celebración de Tata Bègò/San Marcos inicia el 24 de abril, pero el momento más importante son las ofrendas que se realizan durante la noche, ya que el día 25 el santo se festeja en toda la Montaña: entre los mè’phàà, así como entre los ñu saavi y los nahuas. La fiesta se realiza antes de que inicie la temporada de lluvias: se pide a San Marcos que sea generoso con los pueblos y envíe abundantes lluvias, pero que a la vez contenga la fuerza de los aguaceros y de los rayos que podrían echar a perder los cultivos.
Así lo cuentan el Comisario y los rezanderos de la comunidad: “El señor San Marcos es el que riega para la siembra del maíz, el que da las lluvias. En esta región, a San Marcos también se le llama “el rayo”. Ha habido años en que no cayó mucha lluvia, sobre todo cuando la gente no se preocupa. Cuando cae un rayo sobre un animalito, o hasta llega a matar gente, significa que el pueblo no se preocupó y no organizó el día de San Marcos. Cuando cae el aguanieve es porque se hizo mal el trabajo. En muchas comunidades de Marquelia y San Luis Acatlán no creen en Tata Bègò, por eso muchas veces se inundan sus tierras; aquí nunca nos ha tocado un desastre natural, porque siempre le rendimos honor al señor del rayo. San Marcos es una piedra redonda que está en el cerro más alto, arriba de la comunidad de Espino Blanco. Desde el tiempo de nuestros antepasados se realiza la ceremonia en el cerro, es una preocupación que ya se hizo tradición”.
Se denominan como san marcos o san marquitos a los ídolos que lo personifican: en Colombia de Guadalupe son grandes piedras de forma alargada o esférica que representan también a las gotas de lluvia. Frente a estas piedras se alista la ofrenda ritual en la ceremonia. Hay que rendir ofrendas a todos los san marcos que se encuentran el territorio de las comunidades, pues de no hacerlo la gente se puede enfermar y hasta morir.
Preparación de las ofrendas
La mayordomía de San Marcos se encarga de organizar todo el festejo, que inicia en la mañana del día 24 de abril. Este día los Mayordomos, varios rezanderos o sacerdotes tradicionales, las autoridades comunitarias y todas las personas que quieran participar acuden a la casa del Mayor Primero y traen grandes manojos de flores y hojas. Con éstas ensartan largas cadenas, que sucesivamente los rezanderos se encargan de cortar según un determinado orden numérico. Las flores connotan el poder: por esto, los collares de flores se ofrendan tanto a las autoridades como a las potencias o dioses. Para estas cadenas se utilizan: flores de cempaxúchitl, buganvilia y cacaloxóchitl o flor de mayo, así como hoja cachanca (llamada también tripa de pollo) y hoja de borracho silvestre, plantas ambas que crecen en las ciénagas.
Mientras se ensartan los hilos de flores, ocupación que puede durar varias horas, se toma chicha, una bebida alcohólica que se prepara fermentando durante varios días jugo de caña con maíz quebrado. Al mediodía, el Comisario municipal, principal autoridad de la comunidad, ofrece la comida para todos los que ayudaron en este trabajo.
Las ofrendas
Las ofrendas a Tata Bègò se realizan en tres puntos: la casa del Comisario en la comunidad; un punto medio donde se encuentra un san marcos, en el Cerro de Alchipáhuatl (o Cerro de la Adoración o de la Cruz), y en el san marcos más alto, que está en el Cerro de Xilotépetl. Un antiguo camino de herradura une estos dos puntos.
En la casa del Comisario los preparativos para la celebración empiezan un día antes, cuando el Mayordomo de San Marcos escoge a dos jovencitas, casi niñas, que en el decir de la gente “encarnan la pureza”, para que preparen las tortillas que comerán los rezanderos y las autoridades durante las ceremonias. Estas chicas se quedarán en el lugar, sin poder salir a ningún lado, hasta el día 25; una señora se encarga de cuidarlas y de vigilarlas en todo momento, “hasta cuando tienen que ir al baño”, comentan. Tarea de las jóvenes es tostar los granos de maíz y molerlo crudo en el metate, sin hacer el nixtamal, y preparar tortillas amasando con agua la harina así obtenida. En su labor no pueden dejar caer ni una semilla: si esto sucede, “ocurrirá una enfermedad, caerá un rayo o la lluvia será excesiva”.
En la casa del Comisario se reúnen los “señores principales”, que se encargarán de las ofrendas durante la noche. Uno de ellos se queda para guiar la celebración allí mismo; mientras los otros, en la tarde, se dirigen hacia los san marcos en los cerros, acompañados por algunos hombres que llevan los objetos y animales a ofrendar. El grupo que se dirige al punto más alto (Xilotépetl) carga, cuesta arriba por una empinada ladera, entre pinos y helechos, lo siguiente: dos guajolotes, un chivo, las tortillas preparadas con maíz crudo, dos galones de chicha, huevos, hileras de flores, hojas de palma y velas.
En la cumbre del cerro Xilotépetl se encuentran las piedras de san marcos dispuestas en hemiciclo. Al llegar allí, ya al atardecer, los acompañantes encienden dos fogatas, a la izquierda y a la derecha del altar, mientras los rezanderos comienzan a preparar la ofrenda. Ésta se constituye por objetos y vegetales en números contados, situados en un orden preciso en el plano horizontal (de atrás hacia el frente, a la derecha y a la izquierda) y en niveles verticales sobrepuestos. El último nivel es el del sacrificio animal.
Los dos rezanderos se sientan frente al hemiciclo de piedras y, rezando, colocan el primer nivel de la ofrenda: hojas grandes de palma en número contado, que, explican, “son como la mesa donde se va a servir la comida que se ofrece a San Marcos y a la tierra”. Luego colocan 12 velas hacia el fondo del hemiciclo, adelante de ellos; frente a las velas, colocan una cruz y cavan en la tierra un cierto número de agujeros. Después de encender las velas (que representan la potencia del fuego, invitado también a la ofrenda) inicia el rezo en mè’phàà, para el que se utilizan la Biblia y el rosario. En sus plegarias, los rezanderos piden disculpa a la tierra por los daños hechos y agradecen por la lluvia y la cosecha que llegará en el futuro; “la ceremonia no se hace solamente en honor del señor del rayo y de las piedras que lo representan, sino también a la tierra (Kumba), que nos alimenta; ella comerá y beberá todas las ofrendas”.
El siguiente nivel de la ofrenda se compone por manojos contados de hojas de palmilla, que los rezanderos dividen, cuentan y amarran, rezando constantemente. Sólo ellos toman chicha, y a cada trago riegan un chorrito de ella al suelo, “para que la tierra tome y esté contenta también”. El tercer nivel son las cadenas de flores, que se acomodan en orden por el número de flores que reúne cada hilera.
Mientras los sacerdotes se dedican a la invocación, ocupación que no dejarán hasta la mañana siguiente, sus acompañantes sacrifican a los animales, primero los guajolotes y después el chivo; luego recogen la sangre en un recipiente y la entregan a los rezanderos, que la vierten en cada uno de los agujeros que precedentemente cavaron en el altar, en los que meten también las plumas de los guajolotes y algunos huevos. Sucesivamente, los animales son destazados y cocinados.
En la madrugada, los rezanderos abren un hoyo más grande en la parte delantera de la ofrenda y depositan allí alas y patas de los guajolotes, así como las patas del chivo: “son los bocados que se ofrecen a la tierra”. En este momento solamente los rezanderos comen los alimentos preparados, acompañándolos con las tortillas de maíz crudo. Luego de alimentarse, siguen rezando: al terminar la ceremonia, ya entrada la mañana, taparán las cavidades abiertas en la tierra.
Después de que los rezanderos se alimentaron, uno de sus acompañantes carga los alimentos preparados y, siguiendo el camino de herradura hacia abajo, alcanza al grupo que ha realizado la ofrenda en el Cerro de Alchipáhuatl. Allí se encuentra mucha gente, incluidas mujeres y niños, así como los músicos. En ese momento todos los participantes comen, de los animales sacrificados en el punto más alto y de aquellos sacrificados allí mismo. Después, todos bajan en procesión ordenada hacia la casa del Mayordomo, quien sale a su encuentro junto con el Comisario. Aquí llegan también los rezanderos al terminar la ceremonia en la cumbre del cerro. En la tarde se consumen los alimentos que quedaron de las ofrendas en los cerros y los que se prepararon en la casa.
Durante la noche, también en la casa del Comisario se realiza una parte muy importante de la celebración. El rezandero que se encarga de ella comienza a distribuir las cadenas de flores y las velas contadas en el lugar de la casa destinado a la ofrenda. Sahúma con copal a todos los miembros de la familia del Comisario (primero las mujeres que preparan los alimentos y después los niños) y a los integrantes de la Comisaría que permanecerán toda la noche allí. La ofrenda se realiza de manera similar a las que se hacen en los cerros; se ofrece a San Marcos la sangre de los animales sacrificados, también guajolotes y chivos, que se cocinan en el fogón de la casa de la máxima autoridad comunitaria. Las plumas se guardan. Los principales y las autoridades reunidas comen los alimentos y después, alrededor de las cuatro de la mañana, el rezandero quema en la lumbre las cadenas de flores contadas y, al terminar, una larga cadena de 398 flores.
Sucesivamente, los rezanderos y las autoridades se dirigen a la casa del Mayordomo de San Marcos, donde se inicia nuevamente la preparación de los alimentos para recibir a la gente que bajará del cerro. En la casa del Mayordomo se realiza otra ofrenda con cadenas de flores contadas y quema de copal.
Ya en la tarde los principales de la comunidad, Mayordomos, autoridades y todos los rezanderos recogen las plumas de los guajolotes sacrificados en la casa del Comisario, la ceniza del fuego donde se cocinó y nuevas cadenas de flores, y se dirigen a la ciénaga, que se encuentra a la mitad del camino que se dirige a Mesón de Ixtláhuac. Allí entierran los elementos residuales de las ofrendas y concluyen la celebración con plegarias a Tata Bègò.
Esta celebración, que separa la estación seca de la estación de lluvias, es una etapa del ciclo ritual que incluye también la ceremonia al fuego, en el mes de enero, cuando toman posesión las autoridades comunitarias y se agradece la cosecha; la fiesta de la Santa Cruz, que coincide con la siembra, en los primeros días de mayo; y la fiesta en honor de San Miguel, en la que se reciben los primeros pequeños elotes. Este ciclo ritual acompaña al ciclo agrícola y muestra cómo el ciclo de producción material y el de reproducción social y simbólica están estrechamente anclados al territorio y a los elementos naturales.
En la defensa del territorio, los pueblos indígenas defienden su cultura y el sentido de su existir: al igual que los wixárica luchan para salvar los sitios sagrados de Wirikuta de la voracidad minera, los indígenas de Guerrero protegen su Montaña y afirman su derecho a la autonomía. “Aquí nunca entrarán las mineras. Defenderemos nuestra tierra cueste lo que cueste, y aunque nos cueste la vida”, afirman los representantes de las comunidades, reunidos en la Asamblea Regional de la CRAC-PC. Saben que Tata Bègò, el señor del rayo y del cerro, está de su parte.
Giovanna Gasparello y Jaime Quintana
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