Si pensamos en el conocimiento y la acción de un movimiento mundial como el de los indignados, pronto advertimos que hay problemas teóricos y prácticos considerablemente distintos a los que se plantean en la academia, en los partidos y los gobiernos. Afortunadamente tenemos la posibilidad de enriquecer nuestro conocimiento con las preguntas que los pueblos se hacen y con las respuestas que se dan.
Teorías y prácticas que vienen de abajo y a la izquierda tienen la originalidad de criticar al poder cuando éste se siente distinto de la sociedad y cuando se separa de la sociedad.
Los nuevos movimientos del pueblo plantean una democracia que corresponda a las decisiones del pueblo, y que en caso de que se separe del pueblo dejará de ser democracia.
Depauperados y excluidos, indignados y ocupas formulan teorías que contienen un gran respaldo empírico. Se trata de explicaciones y generalizaciones basadas en gran cantidad de experiencias. Se trata de conocimientos, de artes y técnicas que corresponden al saber y al hacer de los pueblos, ese saber que tanto exaltara el antropólogo Andrés Aubry, y en que aparece, en vez del yo individualista, el nosotros tojolabal que Carlos Lenkersdorf rescatara para la filosofía de la solidaridad humana.
Teorías y prácticas tienen mucho de particular y también de universal... Y no exagero. Pensemos en la inmensa movilización de los indignados y los ocupas que luchan por otro mundo posible. Hoy –escriben admirados dos profesores ingleses–, la movilización es gigantesca. Nunca se había dado una de esa magnitud, y toda la movilización empezó (añaden) en las junglas de Chiapas con principios de inclusión y de diálogo.
Vemos así que desde abajo y a la izquierda y desde las selvas tropicales surge un movimiento que no sólo lucha por defender los derechos de los pueblos indios, sino por la emancipación de los seres humanos.
Y ese movimiento universal, en medio de sus diferencias, vive problemas parecidos. Es más, encuentra soluciones parecidas para la creación de otro mundo y de otra cultura necesaria, a la que los pueblos de los Andes expresan como el bien vivir, en que el vivir bien de unos no dependa del mal vivir de otros.
A esas aportaciones que de los indios de América vienen se añaden muchas más que corresponden a las experiencias de múltiples culturas e historias y que crean la historia universal de la lucha por la libertad, por la justicia y por la democracia, lema que levantó el movimiento zapatista y que anda por el mundo entero no como eco sino como las voces de un pensar y querer parecido.
Y allí están las juventudes griegas que luchan contra el tributo de la deuda externa, están los movimientos de la primavera árabe a quienes los militares no pueden transar, están las asambleas de los indignados españoles que articulan intereses vitales que el sistema no puede satisfacer, están los jóvenes estadunidenses que ocupan Wall Street como centro del poder corporativo contra el que todos luchamos, a los jóvenes chilenos que dan su vida para que no les quiten sus escuelas y universidades.
En todas las movilizaciones hay mucho de común. Todas o casi todas coinciden con lo incluyente y con lo dialogal, y un número cada vez mayor, con la idea de que el capitalismo corporativo es el origen de todos los problemas que afectan y amenazan a la humanidad.
Coinciden también en que la solución es esa democracia de todos para todos y con todos que no se delega, y que algunos llaman socialismo democrático y socialismo del siglo XXI y otros nomás democracia, y que es eso, y mucho más, pues es una nueva forma de relacionarse con la tierra y con los seres humanos... una nueva forma de organizar la vida.
Y es en medio de la riqueza y novedad de esta movilización mundial como se captan una serie de reflexiones que vienen de abajo y a la izquierda y cuya respuesta busca el triunfo de los indignados y de los pobres de la tierra.
La riqueza de las reflexiones y llamados es enorme y exige la atención la profundización de algunos que enuncio escuetamente y en los que debemos trabajar más:
1. El llamado a perder el miedo antes que nada, que el movimiento zapatista destacó como un requisito para pensar y actuar.
2. El no pensar sólo en qué hacer sino en cómo lo hacemos.
3. El precisar con quiénes –lo hacemos– en las distintas circunstancias.
4. El aclarar nuestras diferencias internas con un nuevo estilo de discutir y acordar.
5. El rechazar terminantemente la lógica de la caridad. Y también la lógica del paternalismo, pues ambas ocultan la manipulación. Caridad y paternalismo son la cara buena de la cultura autoritaria.
6. Combinar la lucha por los derechos de los pueblos, los trabajadores y los ciudadanos con la lucha por la construcción de una sociedad alternativa en que los colectivos de los buenos gobiernos practiquen el mandar obedeciendo. Precisar con ejemplos en qué consiste la práctica del mandar obedeciendo.
7. Dar los pasos necesarios para que el proyecto emancipador sea realmente incluyente, y dé lugar a un trato respetuoso de las diferencias de raza, sexo, edad, preferencia sexual, religión, ideología y nivel educativo.
8. Redefinir los conceptos de la libertad, la igualdad, la fraternidad, la justicia, la democracia... Redefinirlos en la vida cotidiana, en el aquí y el ahora.
9. Aclarar que las redes no son sólo redes informáticas. Aclarar que se han organizado y se van a organizar redes de colectivos y de sistemas de colectivos que permitan el predominio de las organizaciones horizontales sobre el mercado y el Estado, que estimulen la cooperación y la solidaridad frente al individualismo del mercado, y en que los encargados manden obedeciendo los lineamientos que las organizaciones horizontales les den y no se sientan ni un minuto por encima de ellas. Al mismo tiempo crear organizaciones centralizadas y descentralizadas, como el EZLN, o como las policías de los pueblos del sureste y como las autonomías municipales.
10. Profundizar y promover los sistemas solidarios y cooperativos con flujos e intercambios que acerquen la producción, el consumo y los servicios, por ejemplo, la educación, salud, seguridad social.
11. Actualizar constantemente los conocimientos sobre las contradicciones en los propios movimientos emancipadores, y no sólo sobre las contradicciones externas.
12. Fomentar el respeto a la dignidad y a la identidad de personas y pueblos, sin caer en el individualismo o el aldeanismo, y antes cultivando la emancipación universal.
13. Combatir el maniqueísmo, y retomar el tipo de discusiones que invocan a los clásicos para comprender el aquí y el ahora, e incluir sus narrativas y reflexiones en la memoria creadora de nuestras generalizaciones.
14. Reconocer que en todos los grandes movimientos los pueblos –con una razón de enorme peso– no se inclinan por una revolución violenta, sino por la ocupación pacífica y multitudinaria de la sociedad y de la tierra.
15. Pensar que 99 por ciento de la humanidad va a ganar esta lucha y que de su triunfo y de la sociedad que construya dependerá la creación ecológica de un sistema terrestre sostenible, capaz de satisfacer las demandas vitales de una población creciente que hoy sufre hambre y frío por cientos de millones, y capaz de impedir que continúe un sistema económico-político en que la industria de guerra es el motor principal de la economía.
16. Plantear cómo se lucha y gana pacíficamente en una guerra de espectro amplio como la diseñada por el Pentágono. Si uno de los espectros es la guerra violenta y armada, podemos luchar en los otros que comprenden la guerra informática y cibernética, la guerra contra la educación, la guerra contra la cultura, la guerra económica con la deuda externa y derivados, la guerra social que deshace el tejido comunitario, familiar, de clase; la guerra ideológica y seudo-científica neoliberal, cínica, recolonizadora y neofascista: la guerra que destruye la biosfera y la guerra que siembra el terror acompañadas de la guerra inmoral para cooptar, macro-corromper y someter a una humanidad que se rinda y se venda.
17. Insistir en que los pobres de la tierra y quienes estamos con ellos debemos enfrentar la guerra de espectro amplio en todos los espectros pacíficos posibles: en el terreno de la educación para pensar y hacer, en el terreno de la economía de la resistencia que cuida el pan y el agua, el fogón y el techo, los servicios de salud y de seguridad: el tejido social de la familia y el de la comunidad, y el de una clase trabajadora que restructure la unión necesaria de los trabajadores regulados y desregulados; en la lucha ideológica contra las corporaciones, los líderes amarillos y las mafias que ocultan su guerra depredadora con otras guerras no menos infames –como las del terrorismo, el narcotráfico y la confusión... Y estar cada vez más conscientes de que la guerra actual de intimidación y corrupción busca sobre todo el despojo de los territorios comunales, de las parcelas campesinas, de las tierras nacionales, de los bosques y las minas, de los viveros de petróleo y de los mantos acuíferos; de los suelos y los subsuelos, de las costas y las tierras. Y no conforme con oprimir a los pobres entre los pobres y a los habitantes de la periferia mundial, en forma cada vez más abierta está empobreciendo a los sectores medios y privando de sus derechos y de su futuro a los jóvenes y los niños del mundo entero.
Con los indignados de la tierra hemos de enfrentar la nueva política del azúcar y el garrote, de la corrupción y la represión macroeconómica que emplea el capitalismo corporativo, con sus aliados y subordinados. Frente a sus intentos de intimidación y corrupción universal blandiremos la moral de lucha y el coraje de los pueblos. Lo haremos, conscientes de que somos cada vez más y de que serán cada vez más quienes en el mundo entero luchen por lo que en 1994 sólo parecía ser una rebelión indígena posmoderna y que en realidad es el principio de una movilización humana considerablemente mejor preparada para lograr la libertad, la justicia y la democracia a que todos aspiramos.
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