P ara nosotras, esto ha significado una supresión de lo erótico como fuente de poder y conocimiento en el interior de nuestras vidas. Ese profundo e irremplazable conocimiento de mi capacidad de goce exige que viva toda mi vida en el conocimiento de que tal satisfacción es posible y no necesita llamarse matrimonio ni dios ni vida eterna.
De ahí que se nos enseñe a separar lo erótico de todas las áreas más vitales de nuestras vidas que no sean el sexo.
Audre Lorde en Sister Outsider.
Cuando tenía 18 años me fui a vivir en comuna al Ajusco con compañeros de la universidad. La idea era hacer trabajo político en las colonias y las escuelas, así que en un principio hacíamos actividades en las calles orientadas a las amas de casa y los niños. En este tiempo no me había planteado el cuerpo como algo político y apenas empezaba a investigar sobre las luchas feministas en un plan muy académico; nunca había visto, por ejemplo, el esfuerzo y la lucha de una mamá soltera como algo político, sino meramente como resultado de “circunstancias de la vida”.
En el Ajusco la des-sexualización del cuerpo de la mujer era muy evidente. Toda su energía estaba volcada a los quehaceres del hogar, a sus hijos y a sus maridos en una forma no sexual sino más bien cariñosa, maternal. Su cuerpo no les pertenecía; no era suyo sino de los demás, de sus hijos, maridos y padres.
Muchos años después de esta experiencia me encontré por azares del destino con la fotógrafa española Ana Bermejo, quien me platico sus reflexiones y experiencias respecto al tema del cuerpo femenino, y me dijo que esto la había llevado a trabajar en un proyecto fotográfico de desnudos.
“Tuve la idea de Lo vello de vivir porque me sentí marginada. Había decidido dejar de depilarme y sentí que la sociedad me maltrataba por una decisión que me hacía sentir bien. Vas a la playa, por la calle o enseñando la axila en el autobús y la gente te mira. Entonces pasé por un proceso como de un año hasta que lo acepté. Ya no me importa”, platica la fotógrafa.
Fotografiando a las mexicanas
Meses después de mi encuentro con Ana, organizamos una sesión en la Ciudad de México. Primero se hizo una excursión al bosque de los Dinamos, y después fuimos a una casa. Éramos Cynthia, Claudia, Monserrat, Carla, Sonia y Blanca, Ana y yo.
Aunque veníamos de espacios muy distintos, fue muy sencillo. Nos quitamos la ropa con un dejo de vergüenza, pero muy animadas por la convivencia. Nos divertimos mucho.
Cuando terminamos, compartimos un té y entonces Carla dijo: ”Yo ya tenía ganas de hacer una sesión así. Tuve un trastorno alimenticio de pequeña y quería reencontrarme con mi cuerpo, aceptarlo tal cual es”.
Cyntia intervino: “Te venden lo que debes ser como mujer. Me parece que estas fotos van mucho contra eso, al mostrar a las mujeres que estamos en lo cotidiano más allá del 90-60-90”.
“Pues yo vine porque se me antojó”, dijo Monse, “a mí siempre me ha gustado el arte, no sólo como contemplación sino también como una forma de reclamo. Pienso que a veces la ropa sirve para encerrarte y para mantenerte quieta. Están los dos extremos: desde los escotes que te exigen, pero que también te señalan hasta las burkas que te encierran toda”.
Claudia – de todas las mujeres del grupo, la de pinta más aguerrida – platicó: “Es muy importante hallar otras formas de entender el cuerpo de la mujer. Creo que nuestro cuerpo es un verdadero campo de batalla. En torno a él hay una gran mercantilización. También creo que proyectos como éste abordan temas que la sociedad margina: el lesbianismo y la masturbación, por ejemplo”.
A mí me encanta quitarme la ropa; yo estoy mucho mejor sin ella. Creo necesario romper con papeles prohibitivos o de pudor judeocristiano, porque, como decía Montse, la ropa de cierta manera moldea tu cuerpo con base en un ideal. Con el desnudo te quitas no sólo la ropa sino también los prejuicios, los estereotipos, las inseguridades.
También creo que es importante mostrar estos desnudos para provocar, promover una reflexión. Pienso que es liberador. No por ser un modelo a seguir sino por mostrar que sí se pueden romper las barreras de los complejos.
“Estar constantemente comparándote con otras mujeres te hace amarlas y odiarlas a la vez”, reflexiona Ana, impulsora del proyecto fotográfico.
Al final, pienso, somos esclavas de las operaciones estéticas, del maquillaje, de un montón de cosas que tienen que ver con el consumo. Ésta es la mayor artimaña del sistema para que estemos más agachadas e inseguras, para que no peleemos.
Hermandad en tiempos de crisis
Ana Bermejo, platica sobre el viaje en que derivó la concepción de Lo vello de vivir. “Primero me llamaron unas chicas de Ferrol para que les hiciera fotos; luego me llamaron unas de Iruña. Yo me quedé impactada. Seguí haciendo fotos a más chicas. Este proyecto es creación en colectivo; ni siquiera hago siempre yo las fotos, las hace a quien le apetezca. Las ideas salen en el momento según lo que quieran las chicas. Pretendo que sea un proceso en común y que las chicas muestren lo que les interese mostrar.
“Una chica con un complejo por su peso me dijo una vez: ‘Mira, yo quiero que me saques todo lo gordita que soy en las fotos, porque quiero que vean lo que soy’. En Iruña, las chicas se pusieron cuernos como de bruja, se pintaron el cuerpo, se pusieron máscaras anti-gas y un velo de novia. En Alcoi eran mujeres espirituales, y entonces querían verse como las chamanas, mostrando la fertilidad, la conexión con la tierra. Todo comenzó con una idea estética que tenía que ver con la depilación y la aceptación, y se convirtió en algo político”.
Recuerdo cuando le pregunté a las chica de Las Krudas, un grupo de hip-hop, qué significaba el feminismo para ellas. Olivia respondió: “Para mí el feminismo es una mujer que defiende las razones de su vida y sus necesidades de ser feliz. Hablamos de un feminismo básico, no de ese feminismo académico de Gloria Steinem ni de ninguna de esas mujeres blancas de por allá; un feminismo elemental puede ser entendido por una mujer analfabeta. No se necesita pasarse 12 horas al día en una universidad para entenderlo”.
Desinformémonos.
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