Sarah van Gelder usa sólidos argumentos para justificar el título del libro. El movimiento nombró lo intolerable y en eso, como dice John Berger, radica la esperanza: algo tiene que hacerse. El movimiento nombró la fuente de las crisis que padecemos y cambió la conversación. Un grupo de personas empezó a acampar en el parque Zuccotti y de pronto la conversación empezó a ocuparse de las cosas que importan, escribió Paul Krugman en The New York Times. Es una especie de milagro.
El milagro se extiende. En todas partes la conversación ha cambiado. Se habla de las cosas que importan. Se dice lo que resultaba innombrable. Parece imposible que regresen al silencio, el aislamiento, la confusión y la pérdida de orientación quienes encontraron su voz y la hicieron oír y quienes la escucharon, la multiplicaron y se pusieron en marcha. Sin embargo, existe el peligro de que ocurra exactamente eso y que un movimiento que apenas empieza a tomar su forma y su fuerza se convierta en una secta marginal y en el recuerdo de algo magnífico…que pudo ser y no fue.
Cunde el gatopardismo. Si se quiere que las cosas sigan como están, es preciso que todo cambie. Esta frase de Lampedusa, quien acuñó sin saberlo la categoría política, define un estilo de transición en que cambios muy aparatosos en instituciones y protagonistas, con profundos y extensos reacomodos sociales, sirven para mantener la estructura de dominación y para conseguir lo contrario de lo que aparentemente ocurre y la gente quiere.
El gatopardismo actual es ya epidémico en Estados Unidos. Se refleja en las campañas políticas, en los medios, en la conversación de café y sobre todo en el capital y sus administradores estatales. Los poderes establecidos saben que necesitan reaccionar ante el clamor general. Como no pueden ya ocultar la desnudez del emperador, se muestran dispuestos al cambio. Pero el cambio que se apresuran a proponer e intentar es sólo aquel que les permitiría seguir donde están. Esto es particularmente peligroso porque en las circunstancias actuales sólo pueden conseguir ese resultado mediante ejercicios autoritarios cada vez más violentos. Aunque pocos se animen a reconocerlo, el divorcio entre capitalismo y democracia liberal es final e irreparable. El fracaso del sistema de representación no tiene remedio. Sólo la fuerza bruta puede mantener la estructura de dominación.
El gatopardismo no sólo es táctica de los de arriba. Puede ser también ceguera de quienes pretenden ofrecer alternativas. En Occupy World Street: a global roadmap for radical economic and political reform, por ejemplo, Ross Jackson describe con eficacia que la actual es una crisis de tamaño: las actividades económicas han alcanzado una dimensión que rebasa todo control humano. Basado en las ideas de Leopold Kohr, el maestro de Schumacher, formula una propuesta sensata de achicamiento de los cuerpos políticos que es actualmente condición indispensable para superar la crisis y tomar el camino de una auténtica democracia. Pero Jackson, que se gana la vida en el campo de las finanzas internacionales, piensa que mantener el capitalismo no sería problema. Sueña en un capitalismo domesticado y ecológico. Quiere cambiarlo todo para que nada cambie.
La fuente de esperanza se halla entre quienes se están atreviendo a desvanecer todos los fantasmas en que fueron educados y saben que otro camino es posible. En esos círculos resulta estimulante descubrir el renovado interés en el zapatismo. Una nueva generación lo descubre apenas: no sabían de él. Algunos comienzan a reconocer que Chomsky, Wallerstein y González Casanova tuvieron razón al decir que es la iniciativa política más radical y quizá la más importante de las que hoy circulan por el mundo.
Escuché en estos días, en San Francisco, la recomendación de leer de nuevo la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona, que ya advertía contra la transición pactada con el poder que simule un cambio para que todo siga igual. Desde 1996 los zapatistas sugerían explorar un nuevo quehacer político sin los partidos y sin el gobierno. Se estudia también la sexta, que sigue siendo para muchos la mejor manera de entender lo que pasa y definir qué hacer.
Es una sensación extraña. En México, donde el gatopardismo quiere cubrirlo todo, persiste el empeño sistemático por olvidar a los zapatistas, negarlos, marginarlos de la lucha política. No se quiere oír su ruidosa estrategia de silencio.
Gustavo Esteva
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