"la capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad, de fundar y alterar la legalidad que rige la convivencia humana, de tener a la socialidad de la vida humana como una sustancia a la que se le puede dar forma".
Lo político no es por lo tanto inmutable y dado de una vez para siempre. Esta dimensión de lo político como rasgo característico de la vida humana a diferencia de otras formas de vida, prosigue Bolívar Echeverría,
“se actualiza de manera privilegiada cuando ésta [la vida humana] debe reafirmarse en su propia esencia, allí donde entra en una situación límite: en los momentos extraordinarios o de fundación y re-fundación por los que atraviesa la sociedad; en las épocas de guerra, cuando la comunidad ‘está en peligro´, o de revolución, cuando la comunidad se reencuentra a si misma”.
"Pero lo político no deja de estar presente en el tiempo cotidiano de la vida social", advierte a continuación; y desarrolla su argumento sobre ese tiempo. No es sin embargo éste el que en esta ocasión nos ocupa. Quiero hablar de nuestra situación actual, de este tiempo mexicano de excepción que no es revolución ni es guerra formal aunque sea igual de sangriento e incierto en su desarrollo y su impredecible desenlace.
Es una dimensión trágica, en la cual la política (definida también por Bolívar Echeverría como “el conjunto de actividades propias de la ‘clase política’ centradas en torno al estrato más alto de la institucionalidad social, el del Estado”), ocupa o parece ocupar todo el espacio de lo político en lugar de ser sólo una de sus partes, y no la más importante.
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La guerra prolongada en la cual ha sido sumida la sociedad mexicana bajo el pretexto de la guerra contra el narcotráfico es un intento deliberado de desmantelar esa "capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad"; de destruir, por la sangre y por el miedo, las formas y los medios de organización y decisión que ésta se fue dando a si misma a lo largo del siglo pasado; y de utilizar las elecciones no como uno más entre esos medios de organización, conquistado en dura lucha por la sociedad, sino como el sustituto único de todas las otras formas de deliberación, organización y acción que esta sociedad fue construyendo para decidir sobre su vida.
Esta destrucción de lo socialmente construido, esta expropiación de lo político, es la misma empresa que antes cumplieron, también por la violencia y el miedo, las dictaduras militares centro y sudamericanas. Esa fue la realidad de este sexenio de terror indiscriminado, no sobre los narcotraficantes cuyos negocios han ido ampliando sus radios de acción empresarial y territorial y cuyos ejércitos siguen creciendo en dimensión y poder de fuego, sino sobre la vida social de la población mexicana.
A esto denomino la expropiación de lo político por el miedo; y la ocupación de toda la dimensión de lo político por la política.
En otras palabras, se trata de la asimilación en el imaginario colectivo de lo político en tanto "capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad, de fundar y alterar la legalidad que rige la convivencia humana, de tener a la socialidad de la vida humana como una sustancia a la que se le puede dar forma", a la política a secas; es decir, "al conjunto de actividades propias de la clase política": sus deliberaciones, sus disputas, sus chismes, sus modos de plantear "los asuntos de la vida en sociedad" para que éstos parezcan asuntos propios de la política, a ser decididos por Ellos; y no de lo político, a ser decididos por nosotros.
En estos marcos las elecciones sirve sólo para definir quiénes son Ellos y para dejar en sus manos institucionales las decisiones que hacen a nuestras vidas en el tiempo entre una y otra elección, desde la legislación laboral hasta la venta de Pemex.
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Por diversos que fueran los programas de los tres candidatos en la reciente elección –el cuarto no era un candidato sino un artefacto distractivo-, la campaña electoral se desarrolló dentro de tales marcos y sólo en su interior se discutieron las diferencias reales que los separaban.
El formato de los debates organizados por Televisa, momento estelar de la campaña, fue en todo funcional a esa concepción de la política como actividad delegada. Todos los candidatos aceptaron ese formato, aun cuando en asuntos capitales como el petróleo, la legislación laboral, la seguridad social y el régimen impositivo, sus propuestas fueran diferentes y hasta opuestas.
Desde su arranque la campaña del candidato contrario en esos temas al programa neoliberal, Andrés Manuel López Obrador, que fue a la vez quien concitó mayor apoyo popular como lo mostró visiblemente su multitudinario cierre de campaña en la ciudad de México, se quedó sin embargo dentro de esos marcos.
Fue simbólico ese arranque: López Obrador tendiendo su mano a Televisa en la persona de Joaquín López Dóriga. El candidato de oposición a la alianza de facto entre el PRI y el PAN, la cual desde 1988 en adelante ha decidido los resultados de las elecciones presidenciales, aparecía otorgando su confianza al órgano de trasmisión y de imposición de esa alianza y de sus políticas neoliberales sobre la opinión nacional.
La teorización de ese gesto fue la propuesta de establecer una República Amorosa (de la cual por cierto no se ha vuelto a escuchar) en este país sumido en la tragedia sangrienta de todos sus días; y el silencio en la práctica sobre esta tragedia cuando les fue planteada a todos los candidatos en el Castillo de Chapultepec por algunas de sus más notorias víctimas entre dolor, rabia, súplica, esperanza y llanto.
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Contra este contexto de imposición del miedo y de expropiación de lo político por los profesionales de la política y por los empresarios y las empresas de la comunicación irrumpió, sorpresivamente hasta para ellos mismos, el #YoSoy132 el viernes 11 de mayo de 2012 en la Universidad Iberoamericana. Los estudiantes tumbaron el tinglado de Televisa, cambiaron la escena de la campaña y con sus acciones pusieron en el centro de la política la cuestión de lo político. Así cambiaron el contenido y la dinámica de la campaña y hasta las mismas cifras de la votación final.
Dicho con las palabras de Bolívar Echeverria, #YoSoy132 reivindicó en sus hechos y en su discurso "la capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad, de fundar y alterar la legalidad que rige la convivencia humana, de tener a la socialidad de la vida humana como una sustancia a la que se le puede dar forma". La secuencia fue inequívoca. Así han irrumpido siempre e irrumpen hoy estos movimientos en el mundo: primero son los hechos y luego el discurso que los fundamenta, los explica y los generaliza.
Así apareció, sin ir más lejos, el ejército de las comunidades indígenas de Chiapas, el EZLN, en la madrugada del 1º de enero de 1994. Después vino el discurso, el ¡ Ya basta! y el ¿De qué nos tienen que perdonar?, y detrás la movilización estudiantil y popular que los cobijó en ese mes de enero contra la represión desencadenada. Así también fue con otros, mayores o menores, de cuya memoria y experiencia se nutren los de hoy, como lo reinvindicaron los estudiantes de la Ibero cuando dijeron ¡Atenco no se olvida!.
Todos, cada uno a su modo, reclamaron para sí la recuperación de lo político. No comenzaron por grandes programas sino por causas, por rebeliones contra el despojo, la injusticia, la opresión, y por la conquista o la recuperación de la libertad y del derecho a deliberar y decidir sobre sus propias vidas. Esta recuperación de lo político en los hechos de la vida real comenzó por esas causas de las cuales surgieron los programas y sus organizaciones, y no al revés.
La institucionalización de #YoSoy132 equivaldría a sacarlo de ese dominio propio en el cual se mueve para enviarlo al mundo de la política y de los políticos, un mundo que por naturaleza le es ajeno y se rige por otros deseos, otras ansias y otras normas.
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Seis son causas que hoy declara asumir #YoSoy132:
1. Democratización y trasformación de los medios de comunicación, información y difusión.
2. Cambio en el modelo educativo, científico y tecnológico.
3. Cambio en el modelo económico neoliberal.
4. Cambio en el modelo de seguridad y justicia.
5. Trasformación política y vinculación con los movimientos sociales.
6. Salud.
Para que estas causas se corporicen –es decir, se hagan cuerpos y acción- parece necesario precisar, en el caso de cada una de ellas, su significado en la vida cotidiana. Quiere esto decir darse los medios para escuchar y conocer los agravios allí donde sucedan; para avizorar y detectar la injusticia allí donde aparezca; y para defender la libertad allí donde la nieguen. Un movimiento así –un sujeto social, si así se quiere- se mueve según sístoles y diástoles, se va nutriendo día con día y cuenta con una masa crítica para pasar, cuando y donde así lo decida, de la denuncia a la movilización.
El neoliberalismo, uno de cuyos rasgos esenciales es el despojo universal –la acumulación por desposesión, como la llamó David Harvey- es también un proceso de vaciamiento de lo político reduciéndolo a la política de las instituciones hoy enajenadas por el movimiento inhumano de las finanzas. El desafío es rechazar ese despojo y, para lograrlo, reconfigurar lo político en torno a las causas de este tiempo nuevo y a las sustancias con que ellas enriquecen nuestros reales mundos de la vida.
Adolfo Gilly
* Leído en el seminario Nuevos actores y viejos poderes: hacia un balance crítico de las elecciones 2012, UAM-Xochimilco, 7 de noviembre de 2012.
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