El desconocimiento de una realidad que no se aprende colocándose un sombrero tzotzil en la cabeza, parte del desprecio a los pueblos, naciones, tribus y barrios indios de México, como recalcaría siempre don Juan Chávez, luchador purhépecha que durante décadas proporcionó lecciones de dignidad y congruencia, y no “grupos étnicos”, como Luis H. Álvarez y el presidente Felipe Calderón los nombran.
Las comunidades zapatistas llegan a su aniversario con una estructura que nunca llegaron a conocer ni entender los enviados de los gobiernos federales. Su ignorancia no se debe a un ocultamiento de la organización zapatista, sino a un desdén que plasma Álvarez en un libro que lo retrata, literalmente, de cuerpo entero: Corazón indígena: lucha y esperanza de los pueblos originarios de México, que puede leerse como el legado de dos sexenios panistas en materia indígena (sin dejar fuera, por supuesto, la ignorancia priísta y perredista, además de las agresiones de los gobiernos encabezados por cualquiera de las siglas).
“Le queremos decirle a ti, señor Luis H. Álvarez, según que eres comisionado de paz y sólo eres un comisionado de Fox para provocar división y engañar al pueblo de México, así como hizo el Rabasa. Mandas más proyectos de Procampo y Progresa a los pueblos para que se callaran, para que no hablen mal de ustedes, y andan diciendo que el ezln estamos aceptando proyectos, sólo porque lo permitimos pasar en nuestro territorio controlado”, le espetó la comandante Esther el primero de enero de 2003, en sus años dorados en los que el entonces comisionado recorría comunidades creyendo que compraba conciencias y que la dignidad se mide por número de gallinas o celdas solares entregadas.
Nunca se sabrá si Álvarez creyó realmente lo que se lee en Corazón indígena. Es tanto el delirio de sus entrevistas “privadas” con representantes zapatistas o altos jefes del EZLN, que cuesta trabajo pensar que tanta gente le tomó el pelo sin que se diera cuenta. O que lo sabía y no le importaba; o que nunca supo a quiénes realmente se acercó con la cartera desenvainada. De cualquier forma, nada importa, pues centenares de pueblos festejarán este 17 de noviembre casi tres décadas de organización ininterrumpida.
Ávido de tomarse una nueva foto con la comandancia zapatista, frustrado por no lograrla, siguió mostrando las imágenes tomadas durante su participación en la Comisión de Concordia y Pacificación, aunque en Madrid, en abril de 2007, desconoció al EZLN como interlocutor. “¿Por qué necesariamente tienen que ser los mismos actores? Para mí, ahora deben ser aquellos que representen a cada una de las comunidades indígenas del país”, dijo, reconociendo implícitamente que no tenía contacto alguno con los zapatistas. Con el paso prohibido al territorio en rebeldía, ni Álvarez ni Felipe Calderón, ni ningún representante oficial ni de partidos políticos, vieron crecer a decenas de miles de jóvenes que hoy, gracias a la conformación de las Juntas de Buen Gobierno y los municipios autónomos, tienen futuro. Hay escuelas y centros de salud donde hace 30 años florecía el olvido, y son sus manos, organización y la solidaridad con un proyecto político las que los han levantado, no un programa de contrainsurgencia de ninguno de los gobiernos sexenales.
Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón tuvieron que rendirse ante la terquedad de los zapatistas. Ninguno escatimó armas ni recursos para intentar aniquilarlos o comprarlos. Pero resulta que a casi 19 años del alzamiento del primero de enero de 1994, y a 29 de su conformación insurgente, ahí están, vivitos y coleando.
En el 2003, ante una plaza colmada de miles de bases de apoyo, la comandanta Esther preguntó al comisionado: “¿Dónde estás escondido tú, señor Álvarez? Dices que ya no hay zapatistas, que somos ya poquitos, que nosotros los comandantes y las comandantas ya nos rendimos. ¿Ya no miras tú, señor Luis?”. Gestor de programas, acompañante de grupos antizapatistas y abiertamente paramilitares, como la Organización para la Defensa de los Derechos Indígenas y Campesinos (Opddic), en efecto, nunca miró hacia abajo.
Aunque no es nueva la violencia y hostigamiento contra los pueblos que no se doblegan, en su más reciente comunicado, en el que denuncian las agresiones de paramilitares en las comunidades de Comandante Abel y Unión Hidalgo, las autoridades autónomas remarcan: “Si hay momentos que tenemos que callar no es porque les tenemos miedo a los provocadores, a los agresores y violadores de derechos humanos, sino porque nos dan lástima, nos da tristeza que gente indígena se dejen comprar por migajas, se dejen manipular y controlar por los malos gobiernos y los partidos políticos, porque realmente es una vergüenza”.
El 17 de noviembre de 1983 seis luchadores fundaron el EZLN. Diez años más tarde se levantaron en armas la primera madrugada de 1994. Hoy, a los 29 y 19, los zapatistas enfrentarán de nuevo a la maquinaria priista en el gobierno federal. Pero, ¿qué puede ser tan distinto?, si el PAN y los gobiernos locales del PRD hicieron exactamente lo mismo. Los retos para el EZLN no han cambiado, pero la vida en las comunidades sí. Habría que preguntárselo a las nuevas generaciones zapatistas que son parte, ya, de otro mundo posible.
Gloria Muñoz Ramírez
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