Almeyra sabe que la movilización encabezada por López Obrador no está hecha para empujar un cambio social: “El apoyo de millones o de cientos de miles de personas y la capacidad de movilización de fuerzas no bastan por sí mismos. El problema es para qué se moviliza y con cuáles objetivos. AMLO movió millones de personas en 2006 y hasta 2012, y organiza ahora también millones, pero no para la lucha capaz de imponer un cambio social.” En eso estamos de acuerdo. No obstante, el articulista no explica por qué el EZLN debió haber apoyado a una movimiento electoral que no es “la lucha capaz de imponer un cambio social.”
Hay algo sintomático en quienes elogian las movilizaciones masivas de base pero tratan de pensarlas, explicarlas y aconsejarlas separándolas de sus líderes. Almeyra olvida que las movilizaciones del lópezobradorismo son protagonizadas por personas que, en su mayoría, aceptan su estrategia electoral, institucional, moderada. La ilusión de algunos marxistas de que un día las bases desbordarán a López Obrador no se ha cumplido en los dos momentos en que podía haberse dado ese rebasamiento: En 2006 se dejaron ritualizar, al protestar bajo el cobijo del GDF mediante un plantón que sirvió más para atemperar y apaciguar los ánimos de lucha de las bases que para fomentar cualquier clase de autoorganización, autonomía y menos aún radicalización. En 2012 la protesta se ha reducido al nivel simbólico porque su dirigencia está dispuesta a postergar la lucha tramitando el registro para un nuevo partido. Los consejos de Almeyra no cambiarán la realidad de un movimiento empecinado en la vía electoral en un país donde el voto no se respeta ni en las elecciones internas del PRD (en las cuales meten mano incluso gobiernos priistas, Elba Esther y Miguel Ángel Yunes, según denuncias de los perredistas defraudados), partido al cual han ayudado consolidarse, a chuchos y no chuchos, porque poca diferencia hay entre los gobiernos de los chuchos y los gobiernos del lópezobradorismo: Ebrard, los gobiernos privatizadores de playas de Baja California Sur y Juan Sabines.
Aquí Almeyra hace caso omiso de la realidad. Más que combatir las atrocidades de los gobiernos del PAN, el PRI y “el PRD de los chuchos”, el PRD de AMLO y sus gobiernos han obstaculizado a quienes quieren construir autonomía y alternativas. Almeyra no ha hecho cuentas del apoyo que el PRD (de chuchos y de amlos) ha dado a la represión encabezada por el PAN y el PRI, contra las huelgas en la UNAM, en Atenco, en Oaxaca y contra las bases de la Otra Campaña; algunas de las cuales han sido víctimas de la represión en el DF, violencia que ha culminado con la grave agresión al compañero Kuy, en el contexto de un operativo del gobierno del PRD para defender la toma de posesión de Peña Nieto, una reedición de la represión contra la Otra Campaña en Atenco y en el DF contra las manifestaciones de apoyo a Atenco.
Almeyra dice, desde el título de su texto, que se trata de “la autonomía y la lucha por una alternativa”, pero no parece caer en la cuenta de que precisamente los pueblos que luchan por la autonomía en Michoacán, Oaxaca y Guerrero, han padecido una feroz contrainsurgencia bajo gobiernos estatales perredistas. Tampoco reconoce que la firma de una ley indígena que traicionó los Acuerdos de San Andrés y privó a los pueblos de un instrumento constitucional para luchar por la autonomía fue avalada por el PRD. La complicidad del PRD en la introducción de transgénicos a México es otro de los atropellos no sólo a la autonomía sino al futuro de los pueblos indios y de todo México.
Chiapas es un caso especial. La contrainsurgencia en los dos recientes periodos ha sido bajo gobiernos del PRD, el de Salazar Mendiguchía emanado de una alianza PAN-PRD y el de Sabines, que llegó con el voto de las bases de AMLO y por las siglas PRD-PT-Convergencia. Además, los legisladores federales del PRD han avalado los proyectos políticos, económicos y militares que impulsan la contrainsurgencia en Chiapas (y en otros estados). AMLO prometía un corredor turístico de la Riviera Maya a Palenque que implicaba la continuidad de esa guerra de despojo contra los indígenas, lo mismo que proyectaba un plan de “desarrollo” para el de Tehuantepec que amenaza a los pueblos del sur de Veracruz y Oaxaca. Proyectos idénticos a los que impulsan EPN, el PAN y el PRI.
En eso los líderes del PRD (y no solo los chuchos) han sido “congruentes” con su postura: rechazaron los Acuerdos de San Andrés porque no les interesan la autonomía, ni los derechos ni la cultura indígenas, después se sumaron a la contrainsurgencia hacia las bases de apoyo zapatistas, mediante su trabajo legislativo, sus gobernadores y los paramilitares del PRD en Chiapas. La misma actitud contrainsurgente mantienen en Oaxaca (Gabino Cué contra los ikoots y otros pueblos indígenas), Guerrero y Michoacán. No solamente el EZLN se ha negado a participar en las elecciones: que pregunte Almeyra a Cherán y los pueblos amuzgos organizados en Guerrero por qué se negaron a apoyar al PRD y en algunos casos (Cherán) no permitieron urnas en su comunidad.
Lo que Almeyra se ha negado a leer en la realidad es que la apertura de la alternancia política electoral que se firmó entre los partidos, precisamente después del, y en respuesta al, alzamiento del EZLN en 1994, fue una estrategia mediatizadora que no logró dar poder a los ciudadanos sino a las cúpulas de los partidos. Para los movimientos sociales que quieren la autonomía y una alternativa, esas cúpulas han sido un freno, porque los partidos políticos se unificaron en una estrategia represiva, contrainsurgente y, recientemente, resienten una cada vez mayor infiltración del crimen organizado y subordinación a los poderes fácticos. Pero según la lógica de Almeyra las bases de apoyo del EZLN debieron, por un lado, resistir la ofensiva paramilitar contrainsurgente impulsada por el gobierno del PRD- PT y Convergencia en Chiapas, el PAN, el PRI y el PRD desde el nivel federal, pero al mismo tiempo apoyar electoralmente al PRD, por la unidad a toda costa. Los zapatistas no adoptan la política amnésica del PRD de votar por quienes antes fueron sus represores y perseguidores.
Pese a los deseos de sus bases, la lucha electoral de AMLO no ha impulsado una alternativa para el cambio social; pero sí ha sido un obstáculo para la construcción de la autonomía. En lugar de combatir la ofensiva del PRI y el PAN, el movimiento lópezobradorista ha llevado al poder a gobernantes como Ebrard, Sabines, Bartlett, Graco Ramírez, Mancera y Arturo Nuñez. (Los chuchos crecieron aprovechando sus alianzas y votos.) A los movimientos que se opusieron a la violencia y la imposición, su gobierno insignia les ha dado cárcel o los ha mandado al hospital. La izquierda en el poder es “congruente” con su papel represivo y comparsa del PRIAN, los incongruentes son los articulistas que nos la quieren hacer pasar el apoyo a ese movimiento como “la resistencia”. Ni las bases de AMLO necesitan a Guillermo Almeyra para seguir apostando por las elecciones ad infinitum, ni las bases del EZLN lo necesitan para decidir qué hacer ante quienes los han agredido todos estos años.
A diferencia de Almeyra, pensamos que la autonomía que está construyendo el EZLN, resistiendo la contrainsurgencia de la que los gobiernos del PRD (incluidos gobiernos lópezobradoristas), es una apuesta consciente de los pueblos zapatistas por una verdadera alternativa de cambio social, liderada por los propios indígenas y no por una elite de la clase media en la ciudad de México.
[1] La Jornada, http://www.jornada.unam.mx/2013/01/06/opinion/014a1pol
Javier Hernández Alpízar
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