Sin embargo mi reflexión no es sobre el hecho del genocidio y la masacre que sufre el pueblo palestino. Es ese “Hombrecito”, que desafía a un poderoso tanque interventor con tan solo una piedra.
Los que vemos esta imagen sabemos que está poblada de símbolos y metáforas. Los que asistimos a este congelado escenario, entendemos el significado de ese gesto “interpretado” por un niño que probablemente no rebase los siete años.
Este es un “hombrecito” del decoro y la honra. Este infante ha desafiado a la fuerza bruta, superando el horror y el miedo. Alimentando sus fuerzas con la ira y el dolor de varias décadas de ocupación, que persiste por la hipocresía de los gobiernos de occidente y la inacción de la humanidad. Por la ceguera de cada uno de nosotros.
Este niño, -como tantos palestinos- ha perdido el límite del miedo. Sus ganas de ser una nación libre y soberana, supera todas las pruebas posibles, incluido el precio de la vida. Esa es una realidad que los niños y las niñas de esa gran nación, adsorben desde muy temprana edad.
Palestina sabe de guerras genocidas y muertes interminables. Desde sus derruidas casas, plazas y parques, nos sigue dando lecciones de honor y grandeza. Se enfrentan a la brutalidad del gobierno israelí y su soldadesca con afrenta, que sigue asesinando con absoluta impunidad a hombres y mujeres de ese gran pueblo. Un pueblo que no ha renunciado a su legitimo derecho de ser una nación soberana e independiente.
Este hombrecito nos ha dado una lección de gloria en medio del horror y el miedo. Ese mismo miedo que se sigue cultivando en cada rincón de nuestro planeta, en nombre de la “libertad y la democracia” de los “poderes ocultos”, que persisten en anular a la humanidad.
Octavio Fraga Guerra.
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