Salvo un sobrio letrero y una bandera (como las muchas que hay por ahí regadas), la carretera que lleva a esta escuela de asesinos no cambia en nada su imagen. Los dos autobuses de la Caravana se estacionan a escasos metros y las personas comienzan a bajar, una especie de contingente se forma bajo el sol antes de parar el paso de autos, la prensa se posiciona para hacer las mejores tomas, conseguir las mejores imágenes de este acto de David contra Goliat: un grupo de mexicanos, algunos de ellos víctimas de una guerra sin sentido, están por comenzar una conferencia de prensa y luego un acto de protesta justo en la puerta de uno de los referentes más oscuros en Latinoamérica, una escuela creada por el gobierno estadounidense para que los oficiales de alto rango o estratégicamente seleccionados se formen en técnicas de tortura, en contrainsurgencia, en asesoría militar y en muchas de las artes que la intervención de este país desarrolló para controlar a nuestros convulsos países en sus intentos por lograr una vida mejor. Y la gente se arremolina pausadamente entre algunas risas y sudores, pero la sombra es gigantesca y pesa.
“Salí huyendo de mi país en los años 80 porque una guerra devastaba mi país. Y el gobierno de Estados Unidos estaba ayudando con entrenamiento al ejército de mi país, uno de los más sangrientos luego de haber pasado por la Escuela de las Américas”, cuenta amargamente doña Mercedes, mujer salvadoreña que ahora se ha unido a la Caravana por la Paz porque, como ella misma expresa, “esta lucha para lograr la paz es de todos los latinoamericanos”. Mientras cruzamos algunas palabras más, tengo la sensación de que algo más se oculta en su mirada dura, algo tan desgarrador como la historia de uno de sus hijos que fue deportado desde Estados Unidos y que al pasar por México fue desaparecido. “Antes no podía porque tenía que trabajar, pero ahora tengo el tiempo del mundo para buscar a mi hijo, porque no puede ser que desapareció así nomás”. Me da la mano y su testimonio se une al de las demás víctimas que dan cuerpo a este periplo a lo largo de una nación tan asfixiante como contradictoria.
“La Escuela de las Américas se creo únicamente con un propósito: el de mantener relaciones militares entre el gobierno de los Estados Unidos y los países de América Latina”, nos comenta un mayor retirado del ejército estadounidense que trabajó durante 12 años como instructor en este sector militar. “La Escuela de las Américas enseñaba tortura en sus aulas y estaba dando a los militares de América Latina la aprobación de los Estados Unidos para usar cualquier clase de método de tortura en sus países. Yo trabajaba con oficiales de América Latina, oficiales que comandaban los escuadrones de la muerte y que antes de venir a la Escuela tenían ya responsabilidad sobre más de mil muertes de gente de su país en menos de un año”. Tanto el mayor como Doña Carmen se encontraban compartiendo el recinto en donde se nos dio de comer, así que durante un corto tiempo, dos mundos antagónicos se unieron de una extraña manera, en el marasmo de causas que lleva consigo esta Caravana por la Paz.
Protesta en el presente
En la conferencia de prensa y más tarde en el acto de protesta participaron personas del SOA Watch (Observador de la Escuela de las Américas), quienes desde hace más de 30 años luchan para la destrucción de esta escuela y de esta manera de entender la cooperación entre su gobierno y los de los demás en la región. Habla el padre Roy Bourgeois y las encargadas locales de esta organización, hablan algunas víctimas de la guerra en México, habla un ex preso político indígena tzotzil, hablan las miles de vidas que esta escuela se ha llevado entre sus cursos, hablan las necesidad y la urgencia de la extinción definitiva de este centro, hablan los números y nos dicen que actualmente México es uno de los países que más elementos militares manda a tomar cursos a este “instituto”, tal y como en su momento fue El Salvador o Guatemala, Argentina o Chile, los números nos dicen también que más de un tercio de los militares mexicanos egresados dieron origen al grupo criminal de los Zetas y que ahora muchos son la columna vertebral de la violencia que azota amplias regiones del herido país. Ante la puerta de este cementerio –porque no puede ser sino la muerte la que cubra este lugar- varios cuerpos aparecen para cobrar la cuenta de la memoria e impedir el olvido de las cientos de miles de víctimas que sus mejores hombres ocasionaron, mientras este acto simbólico ocurre, los nombres de estos funestos protagonistas resuena a manera de condena y de reclamo. ¿Por qué mantener un proyecto así? ¿Por qué continuar alimentando la violencia?
El acto concluye y la Caravana por la Paz se retira pausadamente, el calor hace sudar a muchos mientras que otros tratan de que el aire acondicionado de los autobuses los refresque. Atrás queda la triste figura de la Escuela de las Américas, la policía que ha venido hasta aquí para decirnos que no podemos pisar la carretera pero sí el césped que forma la entrada, atrás queda un joven militar que se asombra cuando se le pregunta si conoce este oscuro proyecto, al mismo tiempo que desconoce el terreno que va pisando campechanamente, como si se tratase de un campo militar más. Pocas personas se quedan con este sabor de boca amargo, con esta sensación de que las cosas aún están muy enredadas. Mejor. Siempre es preferible intuir que las revoluciones no las hace una caravana, ni mil, pero que es este acto un gesto de tal magnitud que significa reconectar las respuestas con las preguntas, ver una de las causas de las cosas, la mecánica de la violencia en México y muchos otras países, si bien falta por desentrañarse, ahora es posible mirarla de frente, no en un arma, pero sí en una escuela militar que enseñaba cómo matar de manera legal y con la convicción de que se hace todo por la patria.
Heriberto Paredes Coronel.
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