Los peligros de comer en el capitalismo es un libro coordinado por Jorge Veraza y publicado por Itaca en 2007, hace ya cinco años, con textos del coordinador y de Ricardo Aldana, Karina Atayde, Andrés Barreda, Rolando Espinosa, Silvia Espinosa, Gonzalo Flores, Fabiola Lara, Juan Vicente Martínez, David Moreno y Mónica Vázquez.
Los temas que aborda son el sistema alimentario capitalista (azúcar refinado y carne, también incluye la harina refinada pero no la trata aparte), el subsistema alimentario capitalista, que enmascara los problemas del sistema y lo hace aparecer como una pluralidad de opciones: comida rápida (para regresar pronto a la línea de producción) y comida chatarra. Las drogas legales: café, tabaco, alcohol y metanfetaminas. Los organismos transgénicos, los sucedáneos del azúcar refinado como el aspartame y otros edulcorantes. El sometimiento capitalista del agua, que podría dar título a los demás: el sometimiento capitalista del ser humano, el sometimiento capitalista de los alimentos, el sometimiento capitalista del medio ambiente. Y las consecuencias deletéreas, sifilíticas (en un sentido amplio, no restringido a la lúes) de ello: diabetes, obesidad, cáncer, enfermedades degenerativas y los medicamentos, como negocio alopático complementario al sistema de alimentación capitalista.
La importancia del libro es su rigor analítico y teórico, lo cual lo mantiene vigente, no solamente reúne información dispersa en muchas fuentes y la divulga, sino que la explica desde una perspectiva anticapitalista, marxista, como un continuado girar de la tuerca con la que el capitalismo somete, subsume, primero al asalariado (subsunción formal) pero luego (subsunción real) a toda la sociedad, y a nivel planetario, hasta abarcar no sólo la fábrica o el lugar de la producción, sino la ciudad, el campo, la alimentación, la reproducción de la vida de cada persona y la de la sociedad por medio de los alimentos, el agua, las medicinas y drogas controlados todos por el capital, incluso el medio ambiente.
Las alimentaciones basadas en los cereales, maíz, arroz, trigo y otros pocos productos, como la papa, son sustituidas (colonizadas y casi arrasadas, por lo menos desplazadas) por el capitalismo. En su lugar pone al azúcar refinado, esclavista desde su cultivo, desprovisto de vitaminas, minerales y de todo nutriente hasta aportar solamente calorías vacías: energía pura, de manera que una bebida dulce (como la Coca Cola) es energía para mantener hiperactivo al trabajador y funcionando para producir valor para el capital: aunque en ello le va la vida al consumidor, porque le destruye desde los dientes hasta el páncreas, el hígado, lo descalcifica, lo hace obeso, le da diabetes, glaucoma y así. El azúcar blanco no es atacado por insectos, porque ninguno lo considera alimento, no satisfaces sus necesidades de nutrición. No fermenta, es puro y abstracto como el dinero, es el dinero del sistema de alimentación capitalista, energía pura para producir valor abstracto capitalista.
Pero el cuerpo humano, tratado como máquina de producir, no necesita solamente calorías sino proteínas, y la manera más directa para reproducir masa corporal es la carne. Al principio vista como un progreso de la clase trabajadora, porque antes comían mucho menos carne los pobres, pero luego fuente de todo tipo de males, en conjunto con el azúcar y las harinas refinadas.
Además producir carne destruye el planeta, para producir vacas, cerdos, pollos y peces, cada vez más mediante procesos industriales (aunque los métodos extensivos también son ecocidas), se desplazan biomasa, ecosistemas, flora y fauna, se sobreexplotan y contaminan la tierra y el agua, se producen más polución y enfermedades. Granjas Carroll en Puebla y Perote como ejemplo cercano.
Ante los males que ha generado, el capitalismo responde buscando sucedáneos, como la sacarina, el aspartame, la fructosa y otros edulcorantes sintéticos o transgénicos, pero producen más cáncer, enfermedades nerviosas y otras. De suyo el azúcar (molécula muy parecida a la cocaína) produce adicción, y un ciclo de euforia y depresión que genera dependencia, adicción al azúcar. Además engancha a los adictos desde niños en sus dulces redes. Las drogas legales son las funcionales al productivismo capitalista: los estimulantes como café, tabaco y metanfetaminas, que permiten retardar el cansancio, el hambre y el sueño, y generar hiperactividad y euforia. (Los energetizantes para aguantar la fiesta toda la noche y levantarse por la mañana tipo RedBull). Ponerse como la ardilla de Vecinos invasores. Y el relajante alcohol que permite aflojar los nudos, hacer vida social y evita que los obreros linchen al patrón cualquier lunes.
El agua, atacada por el capitalismo bajo la forma de su contaminación (sobre todo por el petróleo y derivados) por los procesos de industrialización y urbanización, destruido su ciclo por la sobreexplotación, los embalses, la pavimentación que impide recargar mantos freáticos, y los procesos de tratamiento, privatización, venta embotellada, toda una tecnología que prometiendo acabar la crisis la profundiza, igual que la vieja revolución verde y la nueva contaminación transgénica, pero con el agua se especula sacarla de los lugares más remotos o profundos, desalinizar el mar, tratarla física y químicamente, profundizando su privatización y su sometimiento al capital. Incluidos los pagos por servicios ambientales que la meten al mercado, donde las empresas la quieren.
De la medicina ya para qué hablamos: Subordinada a los daños que causa el sistema de alimentación capitalista, administra enfermedades, síntomas, incapaz de morder la mano del amo que sigue vendiendo comida chatarra súper endulzada y súperengordante. Los autores intentan divulgar, hacer asequible la información. Incluso ponen ejemplos con películas conocidas y accesibles que el público puede ver o recordar como Superengórdame (buen documental y excelente complemento del libro), Pollitos en fuga (sobre el sacrificio de los pollos al dios capital, una de dibujos animados), El smoking (la comicidad de Jackie Chan y el tema del agua que provoca más sed para dar más ganancia al emporio).
El capitalismo genera un círculo vicioso, con alimentos que dañan, de sabores, texturas, formas y colores diseñados para causar adicción no sólo física sino psicosexual, y hasta tanática, sino hay que ver la cajetilla de los cigarros. Como el cantinero que da botanas saladas y picosas para que el cliente pida más cervezas. En tiempos de poco dinero, en las tiendas no se dejan de vender refrescos y cigarros.
Pero el libro no deja de mencionar las alternativas, desde quienes impulsan procesos alternativos para comer sano, producir alimentos orgánicos o artesanalmente cuidados, luchar contra las megaempresas con boicots como los que han enfrentado Coca cola y McDonalds, las luchas por el agua y el medio ambiente, sea contra su contaminación, contra su privatización o contra su embalse, desvío y el despojo a comunidades.
Subrayan la necesidad de comprender que es un proceso sistémico cuyos componentes se complementan y entre todos profundizan las crisis en distintos grados de desarrollo, latentes, álgidas, quizá algún día resolutivas, si las luchas se unen y juntas potencian su fuerza contra el monstruo de muchas cabezas que nos mata suave y dulcemente.
Animados por el ejemplo de estos autores, podemos recomendar, además de las ya mencionadas, otras películas que tratan el tema de la crisis del agua en dibujos animados y pueden complementar la información y el diálogo, el debate y la organización: Animales al ataque (United Animals) y Rango.
Javier Hernández Alpízar.
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