No fue mero evento: mitote de personas excitadas y discutidoras. Tampoco asamblea de representantes con mandatos claros para negociar acuerdos eficaces. No era conjunto: la mera yuxtaposición de personas y entidades no constituye un sujeto colectivo. No eran meros compañeros de viaje, que coincidían accidentalmente, ni masa de personas aglutinadas por una creencia, líder o ideología.
Quienes asistieron tenían motivos comunes para estar ahí, pero posiciones muy diversas. Compartían un rechazo común a la imposición, pero tenían diversos proyectos, ideales y sueños. Los juntaba, más que ninguna otra cosa, la pasión de recorrer juntos este camino en construcción, la compulsión de luchar juntos.
Las opiniones sobre lo ocurrido están divididas. Mientras unos lamentan lo que ven como fracaso, otros celebran la madurez y astucia de los participantes, por haber logrado cruzar este difícil puente del camino. La mayoría se fue pensando en la tercera convención, no en abandonar el barco. Los escasos representantes del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) no tuvieron eco; enfrentaron por momentos rechazo enconado. Las propuestas reducidas al juego electoral y la gestión institucional no tenían éxito. Tampoco lo tenían los partidarios, aún más escasos, de la vía armada o el recurso a la violencia.
No era lugar ni momento para un "balance político". No había consensos previos sobre sólidos documentos de análisis, como el contrainforme del 132, y no existían condiciones para discutirlos o siquiera para leerlos. Menos aún se podía concertar el programa de lucha. No se cumplió el acuerdo de Atenco: realizar asambleas locales y estatales para darle forma. Miles de reuniones, por todas partes, no forjaron aún consensos sobre qué hacer; en qué consiste resistir la imposición y no reconocer al ilegítimo; cómo encauzar la acción organizada de tantos, tan diversos y tan dispersos.
Cayeron en el vacío propuestas para impedir la toma de posesión de Peña. Eso no significaba bajar la guardia: se reconocían, simplemente, los límites de las capacidades actuales. Fue sabio, en ese contexto, acordar que la siguiente reunión se celebre el 2 y 3 de diciembre, en la ciudad de México. En vez de seguir girando en banda en torno a la toma de posesión podrán examinarse resistencias y rebeldías que ese acto formal enfrentará.
Se reconocía la esterilidad y desgaste de marchas y plantones, pero se mantuvieron en el plan de acción para seguir expresando el rechazo a la imposición y oponerse a toda acción institucional que afecte a la gente, como la reforma laboral. No debe crearse la impresión de que todo mundo está de acuerdo o a nadie le importa.
La organización del debate no era la más adecuada. Tampoco lo era el método. Toda discusión estaba expuesta a provocaciones y dogmatismos. El ambiente mostraba viejas y nuevas tensiones. Pero aun así fluían libremente y se aprobaban en mesa y plenaria propuestas bien articuladas y sensatas, como la de medios, de las que no hubo muchas.
Por demasiado tiempo grupos y organizaciones se han dedicado a ver hacia arriba, para conquistar los aparatos gubernamentales o por lo menos presionar al gobierno e influir en su orientación y políticas. Faltan ideas y propuestas cuando se trata, como ahora, de resistir lo que viene de arriba y crear desde abajo alternativas políticas. Esta crisis de imaginación persiste hasta que algunos empiezan a ver hacia abajo y encuentran que los pueblos y la gente ordinaria han estado en eso desde hace tiempo y avanzan paso a paso en la nueva construcción. No se ha logrado aún llevar a la convención esos saberes e iniciativas.
La ensalada que se cocinó en Atenco era de pronóstico reservado: mezclaba muchas aguas y aceites. Pero en Oaxaca esta gama plural de personas, grupos, organizaciones y movimientos supo sobreponerse a desórdenes, gritos y provocaciones para seguir del brazo su camino.
En este momento de peligro, cuando la profunda crisis económica se hace política, amplios sectores están desmovilizados, intimidados o controlados, a menudo luchando por la supervivencia. Quienes se hallan en alerta, decididos a actuar, padecen el desconcierto que dejó la elección y están lejos del consenso que articulará su resistencia y estimulará la acción directa. Pero no están quietos. En Oaxaca evitaron con astucia instintiva los riesgos que tomaron y se aprestan a continuar. No es poca cosa. Como tampoco lo es que hayan concluido la turbulenta reunión cantando el himno zapatista, aunque muchos, particularmente los jóvenes, no se lo sabían…
Gustavo Esteva.
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