La interpretación de Hobsbawm sobre el bandolerismo social rompe con la tradición historiográfica que considera como mero delincuente, "un fuera de la ley", a todo participante en las luchas armadas contra el poder establecido, situando en un primer plano, en el campo de la investigación histórica, a movimientos sociales que los prejuicios ideológicos y sociales habían relegado al anonimato de los archivos policiacos, las páginas sensacionalistas de los periódicos, leyendas, relatos y cantos populares. Es por eso que la crítica de Hobsbawm de que "bandoleros y salteadores de caminos preocupan a la policía, pero también debieran preocupar al historiador", es completamente justa.
Este autor conceptualiza el bandolerismo social como una de las formas más primitivas de protesta social organizada y sitúa este fenómeno casi universalmente en condiciones rurales, cuando el oprimido no ha alcanzado conciencia política, ni adquirido métodos más eficaces de agitación social. Esta forma de protesta social surge especialmente, y se torna endémica y epidémica, durante periodos de tensión y desquiciamiento, en épocas de estrecheces anormales "como hambres y guerras, después de ellos, o en el momento en que los colmillos del dinámico mundo moderno se hincan en las comunidades estáticas para destruirlas y transformarlas". El bandolerismo social se presenta como una forma pre-política de resistir a los ricos, a los opresores extranjeros, a las fuerzas que de una u otra forma destruyen el orden considerado "tradicional", en condiciones extraordinariamente violentas, provocando cambios notables en un espacio de tiempo relativamente corto. El bandolero social representa un rechazo individual a nuevas fuerzas sociales que imponen un poder cuya autoridad no es del todo reconocida o sancionada por la comunidad, que ayuda y protege al bandolero. La existencia de esta cooperación por parte de una población oprimida es fundamental para diferenciarlo del simple delincuente. Y es que al enfrentarse contra los opresores –aunque sea por medios delictivos– el pueblo oprimido ve expresados sus anhelos íntimos de rebeldía. Por ello, toma el papel o es trasformado en el vengador o defensor del pueblo. Estos "símbolos" de la rebeldía popular son hombres que generalmente “se rehúsan a jugar el papel sumiso que la sociedad impone… los orgullosos, los recalcitrantes, los rebeldes individuales… los que al enfrentarse a una injusticia o a una forma de persecución, rechazan ser sometidos dócilmente.” Sin embargo, como toda rebelión individual, tiene sus límites. Es una protesta recatada y nada revolucionaria. Protesta contra los excesos de la opresión y la pobreza, no contra su existencia misma. El bandolero social no se plantea con sus acciones la trasformación del mundo, no es un revolucionario, sino que intenta, en el mejor de los casos, poner un coto o revertir la violencia de los dominadores. Su papel no es acabar con el sistema que da origen a la opresión y explotación contra las que se enfrenta, sino más bien hacer que queden limitadas dentro de los valores tradicionales que la población que lo protege considera justos. Por lo tanto, por su acción e ideología, el bandolero social es un reformista: actúa dentro del marco institucional impuesto por un sistema cuya existencia no es puesta en tela de juicio. Por ello, afirma Hobsbawm, para convertirse en defensores eficaces de su pueblo, los bandoleros tendrían que dejar de serlo.
Me correspondió aplicar el concepto de bandolerismo social al estudiar la resistencia de los mexicanos a la conquista estadunidense de los territorios arrebatados a México en 1848 y lo encontré de gran utilidad para explicar especialmente el periodo que en California da lugar a la creación literaria sobre bases reales del personaje conocido como Joaquín Murieta, que reúne todos los rasgos del arquetipo de bandolero social. Tiburcio Vásquez, quien fue ajusticiado por los estadunidenses en 1875, vivió por más de 20 años robando al gringo y repartiendo una parte del producto de sus andanzas entre los californianos, contando con el apoyo y la admiración de esta población. Si Joaquín Murieta y Tiburcio Vásquez alcanzaron gran celebridad gracias a la literatura y hasta el cinematógrafo (trastocados en el diluido personaje de El Zorro, que no lucha contra los yanquis), numerosos mexicanos siguieron anónimamente sus pasos durante el periodo que va de 1850 a 1880, aproximadamente. En Nuevo México y Texas tenemos en esas mismas fechas bandoleros sociales del tipo de los vengadores, como Sóstenes L’Archevêque, de madre mexicana, quien ante la muerte de su padre a manos de los estadunidenses inicia una sangrienta vendetta que según Carey McWilliams lo llevo a contar 23 marcas de gringos en su escopeta: dos marcas más que las encontradas en la escopeta de Billy The Kid.
Con sus estudios sobre el bandolerismo y otras formas de resistencia arcaica, Eric Hobsbawm ilumina la historia olvida del mundo de los insumisos, que no porque su camino fuese un callejón sin salida hemos de negarle el anhelo de libertad y de justicia que les impulsaba.
Gilberto López y Rivas
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