Los transgénicos son organismos genéticamente modificados o transformados, en los cuales se han insertado genes de otras especies –que pueden ser bacterias, transgenes o ambos– que los hacen resistentes a la aplicación de agrotóxicos. Estos organismos son señalados por muchos expertos, debido a la contaminación irreversible que implican para muchas plantas convencionales, y por ser responsables de daños sanitarios y ambientales.
De los cincos permisos solicitados a la SAGARPA y a la SEMARNAT para la siembra de semillas transgénicas, dos son de la trasnacional Monsanto, y abarcan una superficie total de un millón 400 hectáreas en el estado de Sinaloa, y tres son de la empresa PHI México, filial de Pioneer, que abarca más de un millón de hectáreas en el estado de Tamaulipas.
Hasta la fecha, 171 permisos de experimentación y pilotos han sido otorgados para preparar la llegada del cultivo comercial de los transgénicos, lo que bastó, de acuerdo con la científica del Grupo de Estudios Ambientales, asociación que lucha desde 1977 para la preservación del medio ambiente, para impactar el ecosistema mexicano: “Ya tenemos muchas milpas y campos de híbridos convencionales contaminados.
“Tanto la soya como el maíz transgénicos involucran una afectación ambiental: si vamos a sembrar una planta resistente al gifosato (herbicida comercializado como Roundup), se podrán aplicar enormes cantidades de agrotóxico que contaminarán toda la vida el suelo y los cuerpos de agua, además de la salud de los trabajadores y de la gente de los campos”.
Aunque las empresas y científicos a su favor los presentan como un avance y un posible remedio al crecimiento de la población global, han sido criticados desde su aparición por sus impactos negativos en términos de salud. Un estudio del doctor Gilles-Éric Séralini, realizado en la universidad de Caen, Francia,destacó los desarrollos anormales de tumores en una población de ratas alimentadas con el maíz NK 603, variedad de maíz transgénico que está en espera de aprobación en las comisiones de la SAGARPA.
Para la coordinadora del programa de Sistemas Alimentarios Sustentables, la polémica causada por la publicación del estudio del doctor Séralini destaca la falta de estudios independientes: “Lo que en México debemos de hacer es emprender estudios adaptados para el caso propio del país”.
En México, centro de origen del maíz que cuenta con más de 70 razas y miles de variedades, el riesgo ambiental del cultivo de transgénicos es la contaminación de los cultivos originarios. Catherine Marielle explica que “progresivamente se irá contaminando el maíz, tanto por la polinización libre que hace el polen que es transportado por el viento o por insectos, como por el intercambio libre de semillas que es una práctica tradicional milenaria en México. Es un proceso irreversible.
“Tenemos una altísima responsabilidad en preservar este patrimonio; se trata de un geoplasma muy diverso, adaptado a través de milenios de trabajo de los pueblos indígenas y campesinos de México”.
La preservación del patrimonio biológico y cultural que representa el maíz en México es el propósito de la Campaña Nacional Sin Maíz No Hay País, movimiento que une más de 300 organizaciones de diversos horizontes en defensa del maíz. El sábado 29 de septiembre realizaron una marcha creativa en el centro de la Ciudad de México, en el marco del día nacional del maíz.
Los activistas señalaron que “sólo la unión de los habitantes del campo y la ciudad logrará que el maíz, alimento básico, corazón y sustento de México, sobreviva a las trasnacionales que, como Monsanto, buscan apropiarse de su gran riqueza, aportada al mundo por nuestros antepasados”.
El modelo económico de las empresas agroalimentarias que desarrollan los transgénicos descansa sobre la privatización de los bienes comunes, que son las plantas e implicará una dependencia de los campesinos.
Marielle explica que lo que está en juego es la soberanía alimentaria “porque las corporaciones patentan las secuencias genéticas que insertaron en sus semillas. Implica que las empresas transgénicas puedan ir a perseguir a los agricultores cuyos campos fueron contaminados por no haber firmado y cobrado un convenio o un trato con ellas, como está sucediendo en Estados Unidos y en Cánada donde hay una policia transgénica”.
Es importante destacar que un agricultor que compra sus semillas a una de estas empresas no tiene derecho a usar sus propias semillas, sino que está oligado a comparlas de nuevo.
Sin que sean conocidas las consecuencias de su consumo, y contrario a lo que recomienda el principio de precaución, los organismos geneticámente modificados ya están presentes en la alimentación de los mexicanos a través del maíz importado de otros países. Diez millones de toneladas son importadas cada año de Estados Unidos, cuya producción proviene en un 80 por ciento de cultivos transgénicos, y dos millones de toneladas de Africa del sur. No existe ninguna obligación de mencionar el origen transgénico en la etiqueta de los alimentos.
En Argentina, descrita por Catherine Marielle como la “república de la soya transgénica” por sus 14 millones de hectáreas cultivadas, el doctor Andrés Carazco de la universidad de Buenos Aires ha demostrado el terrible impacto glifosato, un herbicida que acompaña la soya transgénica y que ha incrementado en todas las zonas de siembra los casos de cáncer.
Concluye la científica del Grupo de Estudios Ambientales: “A nivel mundial hay una gran batalla, tanto por parte de los países y de las organizaciones que luchan contra los transgénicos como por parte de los países que aceptaron los lineamientos de las corporaciones transnacionales agrobiotecnológicas lideradas por Monsanto. Luchan por el control del mercado de las semillas porque el que domina el mercado de las semillas controla una parte vital de la cadena agroalimentaria”.
Arthur Lorot
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