lunes, 21 de mayo de 2012

Los jaramillistas, la estirpe de Zapata que no entregó las armas

Cuentan los jaramillistas que, muy joven, Rubén Jaramillo (1900-1962) decidió incorporarse a las filas del Ejército Libertador del Sur. En su propia familia, por el lado de su mamá, había florecido ya el zapatismo. Se enlistó a los quince años, con el consentimiento de la familia. La primera encomienda que recibió de los mandos del general Dolores Oliván fue ir a vigilar unos parajes cerca de Tetela del Volcán, Morelos, para que informara si había tropas de “pelones” del gobierno. Le dieron órdenes de hacerse pasar por campesino que iba a su milpa, disimulando, y nada más observar. ¡Cuál no sería la sorpresa de sus mandos cuando, al poco tiempo, regresó con 15 soldados del gobierno desarmados y amarrados con cuerda! “Como eran poquitos, de una vez me los traje”, le dijo a sus superiores. Eso le valió su primer grado en las filas de los revolucionarios zapatistas.

Cuando es asesinado Zapata y la mayoría de los zapatistas entregan las armas a cambio de una pensión que ofrecía el gobierno, Jaramillo y sus compañeros no aceptaron la oferta y guardaron las armas “en caso de que en un futuro las pudieran necesitar”. Entonces podemos decir que los jaramillistas son los zapatistas que no entregaron las armas y que regresaron a la lucha en los años treinta.

Quedaban pendientes muchas cosas cuando terminó el periodo armado de la revolución mexicana. Los pueblos se alzaron porque el sistema de haciendas venía a destruir la cohesión de las comunidades y a amenazar lo heredado por los abuelos y conservado por generaciones: la tierra y la forma comunitaria de vida. Se fueron a la lucha para recuperar la tierra y tener la libertad de decidir su forma de vivir. Lo hicieron durante muchos años, hasta que murió el jefe Zapata. Los que se encaramaron en el poder al final del la revolución mexicana cumplieron con lo menos posible de las demandas que habían sido levantadas por los obreros y los campesinos. A la fecha se les llama en el estado de Morelos “carranclanes” a los gobernantes mañosos, incumplidos y ladrones.

La figura de Jaramillo surgió a partir de luchas muy concretas, como aquella por un mejor precio para el arroz en Tlaquiltenango, región sur del estado, en los años treinta. Al lograr la satisfacción de esa y otras demandas de los campesinos locales, la voz se corrió y acudieron a él de muchas partes solicitando orientación y apoyo. Es una vez más un proceso que se da a partir de un ejemplo concreto, no de sesudos planes de cómo construir un gran movimiento.

Los jaramillistas son los que volvieron a enarbolar las banderas de Tierra y Libertad ya en la década de los treinta; con ellos retoñó el zapatismo. “Rubén Jaramillo defiende los intereses del pueblo y está logrando muy buenos resultados. El movimiento crece. Es gente seria”, se escuchó decir por muchos lados. A finales del maximato de Calles, los campesinos de Morelos estaban en pie de lucha y unidos como los dedos de un puño cerrado. Su líder, Jaramillo, fue el titular de la Liga de Comunidades Agrarias del Estado. Ya con una base amplia de seguidores campesinos es que plantearon al candidato a la presidencia de la república, el general Lázaro Cárdenas, la instalación de un proyecto industrial azucarero para reconstituir la capacidad productiva perdida en el estado durante la revolución.

Cuando surgió la candidatura de Cárdenas, entre Jaramillo y el General nació una alianza natural con base en la lucha por los intereses del pueblo. Cárdenas recibió a la comisión de los campesinos de Morelos en el balneario de Agua Hedionda, en Cuautla. Ahí platicaron y decidieron unir fuerzas. El gobierno construiría un gran ingenio azucarero con todos los adelantos tecnológicos, en el corazón del estado de Morelos; sería una cooperativa la que lo poseería y administraría. Solórzano, cuñado de Cárdenas, se encargaría del proyecto; en cuanto éste asumiera la presidencia, se iniciaría su construcción. Quedaron de verse en Querétaro para un acto de campaña del general. Y lo que prometieron, lo cumplieron: los dos eran gente de palabra.

El proyecto del ingenio azucarero era a imagen y semejanza del de El Mante, Tamaulipas, propiedad del expresidente Calles, con tecnología moderna. De allá llegaron varios obreros especializados, como Mónico Rodríguez, contratado para los trabajos de la construcción del ingenio. Su padre había sido magonista y fue quien le construyó los famosos cañones de campaña a Pancho Villa. Mónico había sido testigo y partícipe, junto con su padre, de las luchas sindicales petroleras en Tampico y la Huasteca, y tenía por herencia una gran tradición de lucha, tanto de los anarquistas como de los comunistas.

Otro obrero, que ya no entró a trabajar en el ingenio pero que estaba muy cercano a Rubén Jaramillo, fue Francisco Ruiz, a quien de cariño apodaban “El Gorraprieta”; era un viejo cuadro olvidado del Partido Comunista. Tuvo que huir de Calipan, Oaxaca (muy cerca de Teotitlán del Camino), para salvar la vida después de haber organizado una tremenda huelga. Se fue a refugiar al ingenio de Atencingo, en el estado de Puebla, donde conoció al hermano de Rubén Jaramillo. Allá organizó (junto con doña Lola Campos viuda de Espinoza y dos hombres que habían sido generales zapatistas) el sindicato Carlos Marx, que duró un año. Ante la represión, tuvo que huir de nueva cuenta y fue a dar a Zacatepec. Recibía revistas comunistas de la Unión Soviética y estaba al tanto de lo que sucedía en la Guerra Civil Española -Mónico, quien falleció apenas el 4 de diciembre de 1998, cantaba ya de viejo canciones de la Guerra Civil Española, como El quinto regimiento y otras, que le había aprendido a “El Gorraprieta”.

Su oficio en Zacatepec era de peluquero, pero influía mucho entre un gran grupo que se reunía por las noches, a la luz del farol de la calle, afuera de la peluquería. Entre ellos estaban Perales, el mismo Rubén Jaramillo y Mónico Rodríguez. Él fue el contacto por medio del cual llegaban a darles pláticas destacados comunistas como Miguel A. Velasco. El liderato indiscutible en el grupo correspondía a Rubén, cuyas raíces eran zapatistas.

El propósito de Rubén al solicitar la construcción del ingenio era mejorar la economía de los campesinos y los obreros; quería una fuente de trabajo para todos ellos. Mónico Rodríguez dijo que se pretendía “restablecer la capacidad productiva en el estado de Morelos, perdida durante la Revolución por el desmantelamiento del sistema de haciendas que existía antes. El ingenio Emiliano Zapata costó en total nueve millones de pesos, completito, con todo y estadio de fútbol”.

El ingenio azucarero se convirtió en la industria más importante del estado, la que generó hasta antes de su privatización (1992-1993) la mayor cantidad de trabajos, directa e indirectamente. En el folleto biográfico de Rubén Jaramillo (sin datos de autor, publicado por la Unión de Pueblos de Morelos), se lee:

El 18 de febrero de 1938 se constituyó la Sociedad Cooperativa “Emiliano Zapata” para la administración del ingenio, el cultivo y la compra de caña, la siembra de arroz y de otros productos que alternados con la caña sirvieran para mejorar la tierra, la elaboración del azúcar y otros derivados de la caña, y finalmente el establecimiento de una sociedad de consumo. La Sociedad Cooperativa estaría bajo pleno control de los trabajadores. Para garantizar esto, el órgano máximo de gobierno sería la Asamblea General de Socios, cuyos acuerdos debían ser ejecutados por un Consejo de Administración formado por dos campesinos y un obrero. El gerente sería nombrado por el gobierno, pero tendría que someterse a las decisiones del Consejo de Administración. 

Esto último nunca sucedió, salvo en la primera administración (presidida por Rubén, quien fue relevado de su cargo en 1940, apenas dejó Cárdenas la presidencia de la república). “Fue una empresa de participación estatal, donde el gobierno puso la condición de nombrar al gerente. ¿De quién era la inversión? Del gobierno. La compra de la caña para la primera zafra, ¿quién la pagó? El gobierno. La empresa nunca llegó a ser realmente cooperativa”, señala Félix Serdán. El ceder al gobierno el nombramiento del gerente constituyó la mayor fuente de conflictos en cuanto hubo cambio en la presidencia de la república.

Rubén Jaramillo fue nombrado presidente del Consejo de Administración de la Cooperativa Obrero Campesina, que administró el ingenio “Emiliano Zapata” de Zacatepec cuando éste se inauguró, en 1938. El primer gerente, Maqueo Castellanos, fue relevado en 1940, pero también Rubén de su puesto de Presidente del Consejo de Administración. A partir de ahí empezaron los problemas. Los gerentes, nombrados por el gobierno, tomaban al ingenio como un botín.

Con el nuevo gerente, Severino Carrera Peña, y el segundo Consejo de Administración, las relaciones entre uno y otro se ponen de cabeza y cambian los papeles; en lugar de que el gerente se someta a las decisiones de los trabajadores, representados por el Consejo, lo que sucede es que el Consejo se transforma en un servidor de Carrera Peña. Pero además, como ya Cárdenas ha sido sustituido en la presidencia por el reaccionario Ávila Camacho, toda la fuerza del gobierno se vuelve contra los campesinos que exigen una administración independiente.

Carrera Peña:

…para sojuzgar a los socios dispone del ejército, de la policía judicial y de pistoleros particulares pagados por el ingenio, para que guarden las espaldas de los gerentes y asesinen a los socios que se nieguen a pasar por buenas las injusticias que allí se cometen. 

Para 1942, coincidieron los problemas de los ejidatarios, que por los descuentos y malos manejos del ingenio casi no habían obtenido nada en la liquidación, con la movilización de los obreros que exigían aumento de salarios; y por primera vez se dio en el ingenio de Zacatepec una lucha de obreros y campesinos unidos. Aunque Jaramillo ya no era presidente del Consejo de Administración, encabezó el movimiento y, junto con los trabajadores más activos de la fábrica, impulsó la alianza obrero-campesina. Las demandas eran aumento de salarios y aumento del precio de la caña y como el gerente se negaba a ceder y sólo les daba largas, se decidió estallar una huelga. El 9 de abril de 1942, como a las 11 de la mañana, los obreros dejaron de trabajar y ocuparon la fábrica mientras que los campesinos suspendieron el corte y el acarreo”.

La represión no se hizo esperar.

Rápidamente el ejército rodeó el ingenio y en la madrugada del día siguiente los federales ocuparon la planta. En poco tiempo la represión se generalizó y fueron detenidos varios dirigentes obreros y campesinos. Durante unos días los ejidatarios y los obreros intentaron sostener el paro, pero un puñado de traidores, encabezados por Teodomiro Ortiz (“El Polilla”) y apoyados por el ejército, obligaron a los campesinos a seguir cortando y acarreando caña. Al mismo tiempo comenzaron a meter al ingenio esquiroles en los puestos que los obreros habían abandonado hasta que éstos se vieron obligados a regresar al trabajo. 

Pasaron cinco escasos años entre que se inauguró el ingenio “Emiliano Zapata”, en 1938, y el primer alzamiento en armas debido a la represión, ya en tiempos de Ávila Camacho como presidente de la república, el 21 de febrero de 1943. El hostigamiento, seguido de los asesinatos de compañeros, iba en aumento, así que tuvieron que irse al monte para preservar sus vidas. Después del primer alzamiento llegaron enviados de Cárdenas y de Ávila Camacho y se concedió una amnistía que duró bien poco: apenas 15 días se la pasaron tranquilos. Los incidentes se repetían y, de nuevo, el 10 de julio tuvieron que salir a recorrer los montes portando sus armas para no ser asesinados.

Los jaramillistas se alzaron en armas ante la imposibilidad de proseguir en la lucha por medios legales y pacíficos. Como habían logrado un apoyo muy grande de la población obrera y campesina en el estado de Morelos, las autoridades optaron por la represión: amenazas, sobornos, asesinatos. En el monte, en un descanso de la persecución de los soldados,lanzaron el Plan de Cerro Prieto. Se habían desplazado hasta la región del sur del estado de Puebla, que colinda con los estados de Morelos y Guerrero. El prestigio de Jaramillo y su grupo se había extendido hasta esas regiones, y su sobrevivencia se debió en gran medida al apoyo que daban las comunidades a los alzados.

Al momento de escribir estas notas, hay pocos sobrevivientes. Uno de ellos es Félix Serdán, quien en enero de este año (2012) cumplió 95 años (Desinformémonos prepara un libro con sus memorias, para inaugurar su producción editorial). Félix Serdán es demasiado modesto. Su participación en las filas del grupo guerrillero fue determinante, ya que su prudencia (que no le quita para nada la audacia y arrojo que lo caracterizaron en los momentos más difíciles) y su meticulosidad impidieron que se cometieran varios errores importantes. Fue el escribano, y de esa manera Félix portaba dos armas: la de fuego por un lado, y la máquina de escribir (que pesaba más) por el otro. Pasados los años, Félix regresaría a esas comunidades del sur de Puebla para impulsar la organización regional, en forma por demás exitosa.

En diciembre de 1943, Félix Serdán Nájera cayó herido en un enfrentamiento con el ejército en el sur de Puebla, del cual pudieron huir Rubén Jaramillo, su compañera Epifania Zúñiga y la mayoría de los rebeldes, aunque algunos murieron. Cayó prisionero de guerra, y aun estando a merced del enemigo, herido y con pocas probabilidades de salvar la vida, le fue posible mantener una actitud de dignidad ante sus captores. Dado que le encontraron y confiscaron el original del Plan de Cerro Prieto y otros valiosos documentos de los alzados, varias armas, la bandera nacional e inclusive unos binoculares, los militares dedujeron que se trata de un mando de la guerrilla.

Después de ser amnistiados por el presidente de la república en 1944, los jaramillistas volvieron a la vida civil y pacífica. Pero una y otra vez se repitió el ciclo: después de ser amnistiados, volvieron a ser acosados, perseguidos, y se tuvieron que volver a levantar en armas para proteger sus vidas. Félix Serdán señala que la intolerancia era tal que no había otro remedio. Habiendo combatido al lado del general Emiliano Zapata, Rubén Jaramillo y los suyos conocían el arte de la guerra y optaban por esa vía, pero en contra de su voluntad. Los esfuerzos que realizaban para lograr mejores condiciones de vida para los pueblos son verdaderas proezas, ya que debían enfrentarse a un medio totalmente hostil a esas mejoras -dados los intereses creados y la corrupción imperantes ya en ese entonces. Las promesas de trabajo de Ávila Camacho para Rubén y su gente no fueron cumplidas. Otros son quienes consiguieron que Rubén Jaramillo ocupara el puesto de administrador del mercado “Dos de abril” del centro de la Ciudad de México.

Los jaramillistas contaban con la simpatía y el apoyo de grandes e importantes grupos campesinos y obreros. El pueblo tenía una gran confianza en la organización de Jaramillo. El Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM) no trabajaba únicamente en tiempo de elecciones. A finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, los jaramillistas acumularon un gran poder de convocatoria y encabezaron las luchas de los pueblos contra los acaparadores, contra los fraccionadores apoyados por las autoridades, y todo tipo de reivindicaciones. En 1948 se desarrolló otra gran huelga obrero-campesina en Zacatepec, dirigida por Mónico Rodríguez: el ingenio “Emiliano Zapata” fue ocupado por los trabajadores y el ejército no se atrevió a desalojarlos ante la firmeza y decisión de los mismos, con lo que se logró un triunfo. Eran múltiples los frentes en los que participaban los jaramillistas.

En octubre de 1953, Rubén Jaramillo se debió levantar en armas de nueva cuenta. Este levantamiento armado tuvo otra vez su origen en la violencia del gobierno y los caciques ante la imposibilidad de derrotar a los jaramillistas: en 1951 Rubén Jaramillo se postuló como candidato a gobernador, aliado coyunturalmente a los priístas descontentos (encabezados por el general Henríquez Guzmán), y le ganó al candidato oficial, el también general Rodolfo López de Nava, cuyos actos llevaron al pueblo a nombrarlo “El Chacal”. Obviamente, por medio del fraude le fue arrebatado el triunfo a Rubén Jaramillo. Se sucedieron entonces los asesinatos de jaramillistas, conocidos como los “carreterazos”. Sin embargo, el arraigo y prestigio de los jaramillistas crecía entre la población, tanto obrera como campesina, y constituía una amenaza muy seria a las jugosas ganancias de caciques y autoridades, quienes las obtenían debido precisamente a la impunidad de que gozaban.

En 1958 Rubén Jaramillo aceptó la amnistía ofrecida por el presidente Adolfo López Mateos, después de platicar con un grupo de evangélicos que lo convencieron de ello. Es de ese momento la famosa fotografía del líder con el Presidente de la República. Inmediatamente se inició la lucha contra el corrupto gerente del Ingenio Zacatepec, Eugenio Prado Proaño. Félix Serdán señala en sus memorias el respeto a las formas característico de la lucha de los jaramillistas y del movimiento campesino en general:se integra primero la organización, con representantes elegidos democráticamente;después se traza el plan de trabajo para cubrir todas las instancias legales. Es una manera de cercar –por la vía legal- al enemigo a vencer. El movimiento avanza lentamente, pero el ir cubriendo los diferentes trámites le da la certeza de que va disminuyendo la capacidad de maniobra del contrincante. Por lo general el gobierno y los caciques, al verse acorralados por el movimiento, pierden las formas y recurren a actos ilegales y criminales. Es entonces cuando se ponen en evidencia y el movimiento se legitima. En el caso de los jaramillistas se llegó a esas situaciones límite en múltiples ocasiones.

La tenacidad de los jaramillistas yendo a las diferentes instancias del gobierno (la Dirección de Cooperativas, la Secretaría de Agricultura, entre otras) para exigir la destitución del gerente corrupto tuvo sus frutos –amargos por un lado, dulces por el otro: el gerente, al sentirse acorralado por el movimiento y ya con muchas presiones en su contra, recurrió a enviar espías a la sede del Comité de Defensa Cañera, a intimidar a los miembros del mismo que mostraban cierta debilidad, al asesinato (como el caso del joven obrero del ingenio que quería denunciar el robo a los campesinos en el pesaje de la caña), a amenazas y otras linduras. Con un enemigo tan poderoso en contra –pues contaba con fuertes apoyos de muchos funcionarios y además tenía prácticamente a su disposición a la policía judicial, que de sobra era conocida como sanguinaria- los jaramillistas demostraron ser capaces de sortear la situación tan delicada, que bien pudo haber derivado en otra ola de asesinatos en su contra.

Los jaramillistas eran implacables también. Con la experiencia de la guerra en las filas del Ejército Libertador del Sur, no eran hombres que dieran marcha atrás en sus planes. Alrededor de ellos -y con ellos- muchos grandes hombres y mujeres estuvieron siempre atentos a las necesidades del movimiento y de los compañeros de Morelos. Desde el inicio de la lucha contra Eugenio Prado, cuando se pudo realizar la asamblea y ante notario se fueron plasmando las denuncias, se sabía que no había marcha atrás. El gerente, por su parte, hacía lo que podía, aunque fue por fin destituido en 1960, después de dos años de intensa lucha y movilizaciones del Comité de Defensa Cañera y del PAOM.

Se inició también por aquel entonces la lucha por las tierras de los Llanos de Michapa y El Guarín (por el rumbo de las grutas de Cacahuamilpa), la última de las grandes luchas agrarias encabezadas por Rubén Jaramillo. Después del desalojo violento de los Llanos de Michapa y el Guarín, donde tenían varios señores poderosos fuertes intereses, el presidente Adolfo López Mateos ya no recibió a Jaramillo. Cuatro años antes, cuando amnistió a los jaramillistas, le había dado seguridades a Rubén de que no los reprimiría.

La organización jaramillista creció en número y en calidad. Ese proyecto igualitario -tipo socialista- para los llanos de Michapa y El Guarín podía ser un muy mal ejemplo para los campesinos del país, de llevarse a cabo. Las guardias de los campesinos jaramillistas en las huelgas ferrocarrilera y del magisterio, más la presencia del mismo Rubén, añadía un ingrediente más de preocupación para el gobierno. El presidente de los Estados Unidos, Kennedy, acababa de visitar México, y por investigaciones recientes se sabe que los norteamericanos estaban preocupados por el movimiento jaramillista y que lo consideraban un peligro. Mónico había convencido a Rubén de desarrollar un proyecto revolucionario de nuevo tipo, formando muchos frentes de lucha y poniéndose a resguardo de la represión, junto con varios comunistas que no estaban conformes con las tibiezas del Partido Comunista. Muy probablemente los norteamericanos le exigieron al gobierno de México terminar con la amenaza que representaba el movimiento.

Como a las dos y media de la tarde, del miércoles 23 de mayo de 1962, el domicilio de Jaramillo, en el número 14 de la calle de Mina, en Tlaquiltenango, fue rodeado por un grupo de sesenta militares y civiles fuertemente armados, que viajaban en dos camiones del ejército y dos jeeps. Una ametralladora fue emplazada frente a la casa y otra en la parte superior. De pronto, un individuo llamado Heriberto Espinoza, alias “El Pintor”, penetró violentamente en la casa y exigió a Jaramillo que saliera porque el general lo esperaba. Como el dirigente campesino reclamara a “El Pintor” su insolencia, éste escapó para refugiarse entre los hombres que rodeaban la morada. Acto seguido, militares y civiles allanaron la casa, la saquearon y secuestraron a Jaramillo, a su esposa Epifania Zúñiga y a sus hijos Enrique, Filemón y Ricardo. Después de destruir los amparos que fueron presentados, los obligaron a subir a los vehículos militares y partieron con rumbo desconocido. Dos horas después los acribillaron a balazos a unos quinientos metros de las ruinas arqueológicas de Xochicalco. Los asesinos no se preocuparon por fingir siquiera un intento de fuga: los cinco cadáveres estaban juntos, habían sido ametrallados de frente y a quemarropa, y todos mostraban en la cabeza el tiro de gracia.

Epifania Zúñiga era la compañera de Rubén. “Pifa”, le decían. Ella era –como Rubén- de religión evangélica y había hecho amistad con la esposa del presidente, doña Eva Sámano de López Mateos, con quien compartía la religión. Doña Eva le había prometido a Pifa la entrega de unas máquinas de coser para que se estableciera un taller de costura en el e stado de Morelos. La esposa del presidente le había dado largas y largas a la entrega, y las dichosas máquinas no llegaban. Eso retrasó el plan de ya retirarse a lugar seguro, como se lo habían propuesto Rubén Jaramillo y Mónico Rodríguez. Era un plan que ya estaba en práctica, y Mónico y Rubén habían realizado recorridos extensos para platicar con la gente de más confianza y consultarlos sobre la forma de operar de ahí en adelante. Pero la salida a un lugar seguro y el plan de la nueva organización político-militar se postergaron porque Pifa insistía en lo de las máquinas de coser, que nunca llegaron. Primero llegaron las balas que segaron su vida.

Los más cercanos a Rubén se tuvieron que poner a buen resguardo para proteger sus vidas. Mónico se fue a Veracruz; Félix, al norte. Regresaron después de muchos años. Después del movimiento estudiantil y popular de 1968 la represión se ensañó de nueva cuenta con los jaramillistas. A Rey Aranda, de los pocos en quien Rubén Jaramillo tenía absoluta confianza, lo torturaron y destrozaron su casa y fue a dar a la cárcel con muchos cargos. Rey Aranda participó en los 70 en lo que fue el Partido Mexicano de los Trabajadores, al lado de Demetrio Vallejo. Los 70 fueron de nueva cuenta años difíciles para los jaramillistas, pues eran la vieja guardia, los testimonios vivientes de una tradición de lucha que sabía enraizar en las comunidades, lo cual para el gobierno siempre ha sido peligroso. Como ya habían aparecido varios grupos guerrilleros, la situación se tornó difícil de nuevo para ellos.

En marzo de 1994 los veteranos zapatistas y jaramillistas se reunieron clandestinamente, pues no sabían en qué derivaría la situación en Chiapas. Emitieron la “Declaración de Morelos” en apoyo a los zapatistas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y Félix Serdán fue comisionado para entregarla personalmente. A él y a su hermana Hermelinda les fue otorgado el grado militar de Mayor Insurgente Honorario del EZLN; a Félix, cuando fue a la selva, le pusieron una escolta como corresponde a su grado. Los firmantes de la Declaración de Morelos señalan, junto con Félix, la continuidad del Plan de Ayala zapatista, del Plan de Cerro Prieto jaramillista y de la Primera Declaración de la Selva Lacandona de los alzados en Chiapas. En esencia, los tres documentos hablan de lo mismo, son el clamor de un pueblo que se alza en armas contra un sistema opresor.

Queremos destacar un hecho simbólico -por sugerencia de Renato Ravelo(ya fallecido), compañero y amigo de Félix y de quien esto escribe, autor del libro agotado “Los Jaramillistas”: en Félix quedó depositada la bandera nacional que los zapatistas encontraron arrumbada y olvidada cuando se levantaron en armas y ocuparon cuatro cabeceras municipales, en el amanecer de enero de 1994. Se la entregó la Comandanta Ramona a nombre de todos los zapatistas del EZLN, el 11 de octubre de 1996, cuando se clausuró la primera sesión del Congreso Nacional Indígena, para que la resguardara en nombre de la sociedad civil. Recordemos que en 1943, cuando los jaramillistas se habían levantado en armas, Félix fue herido y hecho prisionero. Cargaba en ese entonces en su mochila la bandera nacional, que le fue robada por los soldados. Ahora de nueva cuenta es el depositario de ella.

Ricardo Montejano
Desinformémonos.

lunes, 14 de mayo de 2012

Los fracasos del indigenismo

A mediados de la década de los ochenta, Guillermo Bonfil Batalla hacía referencia al nuevo indigenismo que se estaba gestando, donde se dejaban atrás las políticas integracionistas y se abría paso al indigenismo participativo, donde ya no se trataba de una política para los indios sino con los indios. En ese momento era difícil saber cuál iba a ser el resultado de ello, ante lo cuál Bonfil decía: “es difícil evaluar los resultados de esta modalidad indigenista, debido a que su instrumentación es todavía muy reciente: los propósitos son claros: involucrar a la población indígena en todas las etapas de la acción desde la identificación y jerarquización de los problemas hasta de la decisión de las medidas a tomar y la ejecución de las mismas. No se trataría de dar voz a los pueblos indios y escuchar sus opiniones, sino de garantizar que esa voz y esas opiniones tengan el peso que les debe corresponder en la toma de decisiones, y advertía: “Si no hay participación india real en las decisiones, el indigenismo participativo no pasara de ser una engañosa promesa más: la misma gata, nomás que revolcada” (Bonfil Batalla. Anuario Indigenista. México 1985). Desafortunadamente, la última frase de Bonfil Batalla sigue siendo la realidad de las políticas indigenistas del

Estado, aunque éste ha tenido diferentes oportunidades para que no fuera así.

Una de ellas fue el levantamiento armado surgido en Chiapas en 1994, que sirvió de termómetro para darse cuenta que las políticas indigenistas no habían funcionado. El Estado no ha dado muestras de querer solucionar las demandas que exige el movimiento y que ha provocado que las negociaciones estén detenidas, principalmente por el incumplimiento de los acuerdos firmados en San Andrés Larrainzar en 1996 entre el ezln y el gobierno, cuyo objetivo principal era modificar la Constitución dándole autonomía a las comunidades para gobernarse bajo sus usos y costumbres.

Ante esta negativa —en el primer momento de Ernesto Zedillo— a firmar los acuerdos se llevó a cabo una guerra de baja intensidad en la zona de conflicto, y se orquestaron programas asistenciales dirigidos a las comunidades, con el objetivo de mostrar que se trabajaba para que salieran de las condiciones en que se encuentran.

Se elevó el presupuesto para los programas diseñados para estos fines, Progresa en el sexenio de Zedillo y Oportunidades en el de Vicente Fox, cuyo origen data de la década de 1970, siendo destinataria la población marginada del país. Sólo han cambiado de nombre.

Es en 1977 cuando se delega la responsabilidad de atender la situación de los grupos en extrema pobreza y marginalidad social del país —entre ellos las comunidades indígenas— mediante la Coordinación General del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (Coplamar).

Este programa, criticado por Gonzalo Aguirre Beltrán por simplificar la problemática de los indios al concepto de marginalidad social y extrema pobreza, tiene por finalidad elevar el nivel de vida de las comunidades con estas características, cuyos parámetros son los indicados por la Consejo Nacional de la Población. Estos consisten en los servicios y características de la vivienda, la educación y el ingreso de los habitantes de las comunidades, dejando de lado la situación cultural, ya que se mide por igual una comunidad indígena de Chiapas que cumpla estos parámetros y una comunidad urbana del municipio de Nezahualcóyotl, para lo cual ha implementado acciones donde la educación y la salud ocupan la mayor importancia.

Estos programas, cuyos orígenes se remontan hace mas de 30 años, teniendo mayor aplicación y presupuesto a partir del conflicto armado en Chiapas, no han tenido los resultados deseables en las comunidades, a pesar de toda la infraestructura creada en ellas, lo que les ha valido la denominación de “elefantes blancos”.

La solución al problema indio propuesto por el Estado durante los últimos cincuenta años ha mantenido la misma constante acerca de la relación entre los modelos culturales de occidente que se han pretendido imponer y los modelos culturales de los indígenas que han resistido, y que Bonfil Batalla describe en México profundo con la desindianización del indígena.

Diversas han sido las estrategias para ello y sería absurdo negar que las comunidades ya no son las mismas. En algunas existen clínicas y sus habitantes se benefician de ellas, ya que el método alópata cura enfermedades que la medicina tradicional no; existen escuelas cuyos programas en teoría toman en cuenta la cultura y el idioma del pueblo en cuestión, se han abierto caminos y construido carreteras para que las comunidades no estén aisladas, se han creado programas productivos para amainar su situación de pobreza y propiciar nuevas alternativas de subsistencia. Por si fuera poco, se ha modificado la Constitución; ya reconoce que existen y que el país esta compuesto por diferentes culturas y etnias (pueblos), si bien para todo esto y más, no se ha tomado su opinión.

Hablar sobre el tema indígena en México es encontrarse con un plano teórico y otro real. En el primero podemos encontrar diferentes perspectivas, la mayoría de ellas —si no es que todas— elaboradas por gente no indígena, pero que tienen en común que dicen buscar el mejoramiento de la situación en que se encuentran los pueblos, y este mejoramiento lo ha circunscrito el indigenismo de Estado desde una perspectiva egocéntrica, sin permitir tener voz a los que no entran en los parámetros construidos por quienes los detentan. En las circunstancias donde se les da, no permiten que opere o se hace de forma discursiva. Esto ha propiciado que cuando uno revisa programas destinados a grupos indígenas, encuentre que se habla de interculturalidad y/o respeto a la diferencia, pero cuando los cotejamos con la realidad encontramos situaciones diferentes a las propuestas en el discurso. En primer lugar el mejoramiento de la situación obliga, o en al menos incita, al abandono de lo que se considera propicia tal situación, no importando lo que represente para el grupo.

Después de mas de cincuenta años de creado el Instituto Nacional Indigenista, el gobierno de Vicente Fox lo transformó en Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, que mal empezó al no buscar los mecanismos para el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés. En la medida que siguen ignorando y negando la participación de los indígenas en el diseño de los programas destinados a ellos, las políticas oficiales están condenados al fracaso. Cuando el Estado se decida a conciliar el discurso con la realidad, apenas empezará a pagar su deuda histórica con estos pueblos

viernes, 11 de mayo de 2012

Tata Bègò: el señor del rayo y la resistencia contra las mineras en Guerrero

La Montaña de Guerrero es una región rica en cultura y tradiciones que los pueblos me’phaa, ñu saavi y nahua conservan y renuevan año con año. En la celebración de fiestas y en la realización de rituales se configura la visión del mundo que tienen los pueblos indígenas y se reafirma el vínculo estrecho entre los hombres y el territorio donde viven, invocando una relación positiva con los elementos naturales, de los que depende la misma supervivencia humana. Las geografías de los territorios indígenas son cultural y simbólicamente marcadas: cerros, manantiales y parajes son sitios sagrados en donde residen y se veneran a las fuerzas naturales, dioses y santos que ordenan el mundo y dan sentido a la existencia de los hombres; veredas y caminos son rutas de peregrinaciones transitadas por muchas comunidades durante los rituales y las celebraciones.

Actualmente, la explotación indiscriminada de los recursos naturales está poniendo en riesgo la supervivencia de las culturas y de los mismos pueblos; el gobierno federal y, con más descaro aún, el gobierno de Guerrero, están rematando las riquezas de los territorios ancestrales a las empresas trasnacionales. La Montaña es amenazada por dos incipientes megaproyectos mineros: La Diana-San Javier en la región oriental y Corazón de Tinieblas en la región occidental, ambos impulsados por corporaciones extranjeras.

Pero en estas tierras los pueblos indígenas saben defender sus derechos: es aquí donde decenas de comunidades se juntaron para formar la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria (CRAC-PC), organización que se encarga de garantizar la seguridad y ejercer una justicia verdadera en la región. Desde que se supo de las amenazas mineras, la CRAC-PC ha encabezado, junto con otras organizaciones locales, la campaña de información y resistencia contra los proyectos extractivos. 

Quienes viven en las comunidades de la Montaña están conscientes de que la instalación de minas a cielo abierto, además de los impactos desastrosos en la salud de las personas y en el ambiente, así como de la ruptura de los equilibrios comunitarios, significaría la destrucción de un sinfín de sitios sagrados o de gran importancia para la espiritualidad de los pueblos de la región, con lo que se impulsaría la alienación y la pérdida de la relación profunda con el territorio propio.

En las comunidades me’phaa, un momento clave del calendario ritual es la celebración de San Marcos, que corresponde a Ajku o Tata Bègò, señor del rayo y del cerro, dios de la lluvia y de la fertilidad. Hemos tenido la suerte de participar en la celebración que año con año realiza la comunidad de Colombia de Guadalupe –una de las primeras comunidades que integraron la Policía Comunitaria, hace más de 15 años– recorriendo los lugares marcados por la tradición: una enorme riqueza cultural que los pueblos también están defendiendo en su lucha contra la instalación de las mineras. En este texto, además de la vivencia personal de los autores, se reflejan las numerosas pláticas y conversaciones que realizamos con las autoridades comunitarias, los mayordomos, los rezanderos y todos los habitantes de la comunidad que nos hicieron el honor de compartir la celebración.

El significado de la celebración

La celebración de Tata Bègò/San Marcos inicia el 24 de abril, pero el momento más importante son las ofrendas que se realizan durante la noche, ya que el día 25 el santo se festeja en toda la Montaña: entre los mè’phàà, así como entre los ñu saavi y los nahuas. La fiesta se realiza antes de que inicie la temporada de lluvias: se pide a San Marcos que sea generoso con los pueblos y envíe abundantes lluvias, pero que a la vez contenga la fuerza de los aguaceros y de los rayos que podrían echar a perder los cultivos.

Así lo cuentan el Comisario y los rezanderos de la comunidad: “El señor San Marcos es el que riega para la siembra del maíz, el que da las lluvias. En esta región, a San Marcos también se le llama “el rayo”. Ha habido años en que no cayó mucha lluvia, sobre todo cuando la gente no se preocupa. Cuando cae un rayo sobre un animalito, o hasta llega a matar gente, significa que el pueblo no se preocupó y no organizó el día de San Marcos. Cuando cae el aguanieve es porque se hizo mal el trabajo. En muchas comunidades de Marquelia y San Luis Acatlán no creen en Tata Bègò, por eso muchas veces se inundan sus tierras; aquí nunca nos ha tocado un desastre natural, porque siempre le rendimos honor al señor del rayo. San Marcos es una piedra redonda que está en el cerro más alto, arriba de la comunidad de Espino Blanco. Desde el tiempo de nuestros antepasados se realiza la ceremonia en el cerro, es una preocupación que ya se hizo tradición”.

Se denominan como san marcos o san marquitos a los ídolos que lo personifican: en Colombia de Guadalupe son grandes piedras de forma alargada o esférica que representan también a las gotas de lluvia. Frente a estas piedras se alista la ofrenda ritual en la ceremonia. Hay que rendir ofrendas a todos los san marcos que se encuentran el territorio de las comunidades, pues de no hacerlo la gente se puede enfermar y hasta morir.

Preparación de las ofrendas

La mayordomía de San Marcos se encarga de organizar todo el festejo, que inicia en la mañana del día 24 de abril. Este día los Mayordomos, varios rezanderos o sacerdotes tradicionales, las autoridades comunitarias y todas las personas que quieran participar acuden a la casa del Mayor Primero y traen grandes manojos de flores y hojas. Con éstas ensartan largas cadenas, que sucesivamente los rezanderos se encargan de cortar según un determinado orden numérico. Las flores connotan el poder: por esto, los collares de flores se ofrendan tanto a las autoridades como a las potencias o dioses. Para estas cadenas se utilizan: flores de cempaxúchitl, buganvilia y cacaloxóchitl o flor de mayo, así como hoja cachanca (llamada también tripa de pollo) y hoja de borracho silvestre, plantas ambas que crecen en las ciénagas.

Mientras se ensartan los hilos de flores, ocupación que puede durar varias horas, se toma chicha, una bebida alcohólica que se prepara fermentando durante varios días jugo de caña con maíz quebrado. Al mediodía, el Comisario municipal, principal autoridad de la comunidad, ofrece la comida para todos los que ayudaron en este trabajo.

Las ofrendas

Las ofrendas a Tata Bègò se realizan en tres puntos: la casa del Comisario en la comunidad; un punto medio donde se encuentra un san marcos, en el Cerro de Alchipáhuatl (o Cerro de la Adoración o de la Cruz), y en el san marcos más alto, que está en el Cerro de Xilotépetl. Un antiguo camino de herradura une estos dos puntos.

En la casa del Comisario los preparativos para la celebración empiezan un día antes, cuando el Mayordomo de San Marcos escoge a dos jovencitas, casi niñas, que en el decir de la gente “encarnan la pureza”, para que preparen las tortillas que comerán los rezanderos y las autoridades durante las ceremonias. Estas chicas se quedarán en el lugar, sin poder salir a ningún lado, hasta el día 25; una señora se encarga de cuidarlas y de vigilarlas en todo momento, “hasta cuando tienen que ir al baño”, comentan. Tarea de las jóvenes es tostar los granos de maíz y molerlo crudo en el metate, sin hacer el nixtamal, y preparar tortillas amasando con agua la harina así obtenida. En su labor no pueden dejar caer ni una semilla: si esto sucede, “ocurrirá una enfermedad, caerá un rayo o la lluvia será excesiva”.

En la casa del Comisario se reúnen los “señores principales”, que se encargarán de las ofrendas durante la noche. Uno de ellos se queda para guiar la celebración allí mismo; mientras los otros, en la tarde, se dirigen hacia los san marcos en los cerros, acompañados por algunos hombres que llevan los objetos y animales a ofrendar. El grupo que se dirige al punto más alto (Xilotépetl) carga, cuesta arriba por una empinada ladera, entre pinos y helechos, lo siguiente: dos guajolotes, un chivo, las tortillas preparadas con maíz crudo, dos galones de chicha, huevos, hileras de flores, hojas de palma y velas.

En la cumbre del cerro Xilotépetl se encuentran las piedras de san marcos dispuestas en hemiciclo. Al llegar allí, ya al atardecer, los acompañantes encienden dos fogatas, a la izquierda y a la derecha del altar, mientras los rezanderos comienzan a preparar la ofrenda. Ésta se constituye por objetos y vegetales en números contados, situados en un orden preciso en el plano horizontal (de atrás hacia el frente, a la derecha y a la izquierda) y en niveles verticales sobrepuestos. El último nivel es el del sacrificio animal.

Los dos rezanderos se sientan frente al hemiciclo de piedras y, rezando, colocan el primer nivel de la ofrenda: hojas grandes de palma en número contado, que, explican, “son como la mesa donde se va a servir la comida que se ofrece a San Marcos y a la tierra”. Luego colocan 12 velas hacia el fondo del hemiciclo, adelante de ellos; frente a las velas, colocan una cruz y cavan en la tierra un cierto número de agujeros. Después de encender las velas (que representan la potencia del fuego, invitado también a la ofrenda) inicia el rezo en mè’phàà, para el que se utilizan la Biblia y el rosario. En sus plegarias, los rezanderos piden disculpa a la tierra por los daños hechos y agradecen por la lluvia y la cosecha que llegará en el futuro; “la ceremonia no se hace solamente en honor del señor del rayo y de las piedras que lo representan, sino también a la tierra (Kumba), que nos alimenta; ella comerá y beberá todas las ofrendas”.

El siguiente nivel de la ofrenda se compone por manojos contados de hojas de palmilla, que los rezanderos dividen, cuentan y amarran, rezando constantemente. Sólo ellos toman chicha, y a cada trago riegan un chorrito de ella al suelo, “para que la tierra tome y esté contenta también”. El tercer nivel son las cadenas de flores, que se acomodan en orden por el número de flores que reúne cada hilera.

Mientras los sacerdotes se dedican a la invocación, ocupación que no dejarán hasta la mañana siguiente, sus acompañantes sacrifican a los animales, primero los guajolotes y después el chivo; luego recogen la sangre en un recipiente y la entregan a los rezanderos, que la vierten en cada uno de los agujeros que precedentemente cavaron en el altar, en los que meten también las plumas de los guajolotes y algunos huevos. Sucesivamente, los animales son destazados y cocinados.

En la madrugada, los rezanderos abren un hoyo más grande en la parte delantera de la ofrenda y depositan allí alas y patas de los guajolotes, así como las patas del chivo: “son los bocados que se ofrecen a la tierra”. En este momento solamente los rezanderos comen los alimentos preparados, acompañándolos con las tortillas de maíz crudo. Luego de alimentarse, siguen rezando: al terminar la ceremonia, ya entrada la mañana, taparán las cavidades abiertas en la tierra.

Después de que los rezanderos se alimentaron, uno de sus acompañantes carga los alimentos preparados y, siguiendo el camino de herradura hacia abajo, alcanza al grupo que ha realizado la ofrenda en el Cerro de Alchipáhuatl. Allí se encuentra mucha gente, incluidas mujeres y niños, así como los músicos. En ese momento todos los participantes comen, de los animales sacrificados en el punto más alto y de aquellos sacrificados allí mismo. Después, todos bajan en procesión ordenada hacia la casa del Mayordomo, quien sale a su encuentro junto con el Comisario. Aquí llegan también los rezanderos al terminar la ceremonia en la cumbre del cerro. En la tarde se consumen los alimentos que quedaron de las ofrendas en los cerros y los que se prepararon en la casa.

Durante la noche, también en la casa del Comisario se realiza una parte muy importante de la celebración. El rezandero que se encarga de ella comienza a distribuir las cadenas de flores y las velas contadas en el lugar de la casa destinado a la ofrenda. Sahúma con copal a todos los miembros de la familia del Comisario (primero las mujeres que preparan los alimentos y después los niños) y a los integrantes de la Comisaría que permanecerán toda la noche allí. La ofrenda se realiza de manera similar a las que se hacen en los cerros; se ofrece a San Marcos la sangre de los animales sacrificados, también guajolotes y chivos, que se cocinan en el fogón de la casa de la máxima autoridad comunitaria. Las plumas se guardan. Los principales y las autoridades reunidas comen los alimentos y después, alrededor de las cuatro de la mañana, el rezandero quema en la lumbre las cadenas de flores contadas y, al terminar, una larga cadena de 398 flores. 

Sucesivamente, los rezanderos y las autoridades se dirigen a la casa del Mayordomo de San Marcos, donde se inicia nuevamente la preparación de los alimentos para recibir a la gente que bajará del cerro. En la casa del Mayordomo se realiza otra ofrenda con cadenas de flores contadas y quema de copal.

Ya en la tarde los principales de la comunidad, Mayordomos, autoridades y todos los rezanderos recogen las plumas de los guajolotes sacrificados en la casa del Comisario, la ceniza del fuego donde se cocinó y nuevas cadenas de flores, y se dirigen a la ciénaga, que se encuentra a la mitad del camino que se dirige a Mesón de Ixtláhuac. Allí entierran los elementos residuales de las ofrendas y concluyen la celebración con plegarias a Tata Bègò.

Esta celebración, que separa la estación seca de la estación de lluvias, es una etapa del ciclo ritual que incluye también la ceremonia al fuego, en el mes de enero, cuando toman posesión las autoridades comunitarias y se agradece la cosecha; la fiesta de la Santa Cruz, que coincide con la siembra, en los primeros días de mayo; y la fiesta en honor de San Miguel, en la que se reciben los primeros pequeños elotes. Este ciclo ritual acompaña al ciclo agrícola y muestra cómo el ciclo de producción material y el de reproducción social y simbólica están estrechamente anclados al territorio y a los elementos naturales.

En la defensa del territorio, los pueblos indígenas defienden su cultura y el sentido de su existir: al igual que los wixárica luchan para salvar los sitios sagrados de Wirikuta de la voracidad minera, los indígenas de Guerrero protegen su Montaña y afirman su derecho a la autonomía. “Aquí nunca entrarán las mineras. Defenderemos nuestra tierra cueste lo que cueste, y aunque nos cueste la vida”, afirman los representantes de las comunidades, reunidos en la Asamblea Regional de la CRAC-PC. Saben que Tata Bègò, el señor del rayo y del cerro, está de su parte.

Giovanna Gasparello y Jaime Quintana
Desinformémonos

viernes, 4 de mayo de 2012

ATENCO, Sexto aniversario.

HACE SEIS AÑOS EL PRD TEXCOCANO, EL PRI MEXIQUENSE Y EL PAN FEDERAL COMETIERON EN ATENCO UNA DE LAS REPRESIONES MÁS BRUTALES EN EL MÉXICO CONTEMPORÁNEO

Hace seis años, 3 de mayo de 2006, 12:30, en la carretera Texcoco-Lechería, los vencedores de Vicente Fox y arqueros que derrumbaron el poderoso avión llamado Nuevo Aeropuerto, los hermanos de Atenco, del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, se disponían a defender con sangre, coraje y dignidad la victoria de la arcilla. En Texcoco a la misma hora Nacho del Valle, los floristas, los Heribertos de Nexquipáyac, compañeros de Coatilinchán, La Finini, Alonso Martínez del Gremio cinematográfico Klan Destino y decenas de floristas resistían arriba de una casa de dos pisos.

La policia perredista municipal había comenzado la agresión contra los floristas, ellos hirieron a más de 10, secuestraron al hijo de Paty Romero, y a otros compañeros que defendían su derecho al trabajo. En la tarde como a las cinco, la policía estatal con toda la fuerza de los mefíticos gases lacrimógenos, de un ataque masivo lograron derrotar a los heroicos floristas y atenquenses que se defienderon con dignidad. Mientras yo con mi Handicam era perseguido por varios perros estatales entre la fila de traileres que tenían ya horas de estar detenidos en la carretera. Gracias a mi condición física, a mis 42 años de futbolista activo y la adrenalina que corría por todo mi cuerpo pude librar esa persecución, me introduje a un negocio de carros rabones, los chalanes cerraron la puerta y todavía un pinche granadero quería saltarse para ir por mí. Antes había filmado los chingadazos en la carretera. Vi al hermano de Juan Altamirano, que él sólo, lanzaba pedradas a las Fuerzas del Mal de Peña Nieto. Estaba cerquitita. Yo estaba unos 10 metros atrás de él. No había nadie más. La legión de granaperros empezó a atacarlo y le aventaron 15 pedradas y ¡ninguna le dio!, de atrás de mí salió su otro hermano, Pedro, quien con dos tres y hasta cuatro pedradas detuvo momentáneamente a los asesinos policías. Esto sirvió para que el temerario Altamirano, dueño de un taller de bicis, pudiera escapar. Hasta ahí me quedé en la filmación porque tuve que correr.

Todas estas imágenes están en el documental “Entre Atenco y Almoloya, un galeón llamado Plantón” que realizamos a propósito de estos acontecimientos. Terribles hechos, angustias indescriptibles, tragedias insepultas derivaron de ese fatçidico tres de mayo y el día siguiente. El 4 la represión aún fue mayor, ¿y la izquierda electoral? Bien gracias, el PRD había comenzado la represión a la que se uniría más tarde la ASE de Peña Nieto y la AFI de Fox. PRI, PAN, PRD defendiendo al “statu quo”, al sistema y los diputados del ¡Sol Azteca! pidiendo vergonzosa e ignominiosamente al gobernador Peña Nieto el restablecimiento del orden establecido, solicitando mano dura y la intervención policiaca para meter en cintura a los campesinos que osaron organizar al pueblo texcocano. La otra Izquierda, la verdadera, los agrupados en organizaciones independientes,”La Otra Campaña”, ahí estaban, al pie del cañón, resistiendo con el FPDT. Por supuesto que Peña Nieto les hizo caso y en componendas con Higinio Martínez y con Nazario Gutiérrez, asaltaron al pueblo de Atenco el 4 de Mayo de 2006. Como si fuera Palestina, Afganistán o un pueblo de Irak. El saldo fue de dos atenquenses muertos, cientos de torturados, unos 250 presos (no 220 como se maneja oficialmente porque no consideran a los estudiantes de la UACh que fueron liberados a los dos o tres días de la represión); Nacho, Finini, Héctor sentenciados a 112, y 67 años de prisión los dos últimos. Este día es para conmemorar a los compas albañiles y a los compas floristas y atenquenses reprimidos. ¡Qué días! ¡Esto es para recordar y seguir en la lucha con más ánimo y conciencia!