martes, 20 de marzo de 2012

Crónica de un viaje al epicentro de la tierra zapatista. Cap. I, II, III, IV y V

Capítulo Uno

En su loco, loco afán


Un 33,3 por ciento de las fuerzas leales del colectivo Proyecto Nedni (o sea, yo) fue comisionado para investigar, averiguar, buscar explicación, corroborar, reinvestigar o “para ver que chingaos pasaba” (sic, de que así fue la instrucción literal) con la rebelión zapatista y con los compas zapatistas allá en Chiapas, el epicentro del sismo revolucionario de 1994, que hizo temblar todas los cimientos, lámparas y conciencias, buenas y malas, de este malogrado mundo.

Hacía años que el silencio zapatista había permitido todo tipo de conjeturas y opiniones en torno a su evolución revolucionaria y esas conjeturas eran tan diversas que pasaban desde un desencanto total, hasta la fe ciega en sus acciones furtivas y clandestinas de su loco, loco afán por transformar al mundo en un lugar vivíble, armónico, chido, donde cupieran otros muchos mundos chidos. Cero gandallas.

Se leía, en los pocos comunicados del CCRI y del “Sup” Marcos, que los zapatistas estaban dedicados a consolidar el desarrollo de los caracoles, a resistir el hostigamiento de baja intensidad de los grupos paramilitares que atacan sin cesar a las comunidades y bases de apoyo zapatistas, denunciando cada evento ante la prensa nacional e internacional y a desarrollar una alternativa de rebelión pacífica llamada La Otra Campaña.

¡Los caracoles! Los famosos caracoles, cabezas de playa de una invasión ética-transformativa indígena e indigente hacia el resto de México (y del mundo), ahora se habían transformado en el objeto de estudio de Proyecto Nedni. No podíamos echarnos a llorar porque el periódico La Jornada ya no atendía con prontitud y amplitud las expresiones mediáticas del movimiento zapatista ni prestaba mucha atención a las hostilidades que el mal, malísimo y narquísimo gobierno, incrementaba día a día contra las comunidades rebeldes. Sí, los caracoles debían ser el lugar de este estudio, de este viaje al epicentro de la tierra y por eso el 33 por ciento del Proyecto Nedni, hecho la cucaracha, se dirigió sin cortapisas al lugar donde aún palpita el corazón de Zapata.

Para eso, ese mismísimo 33 por ciento, decidió elaborar una estrategia logística para llegar al lugar donde surgen las ondas sísmicas de este movimiento global, así que, como alma que lleva el diablo, se dispuso a cumplir con su misión y furtivamente se inscribió en la caravana de La Karakola que invitaba a través de Enlace Zapatista, un sitio de internet donde se comunican los zapatistas del mundo, a una visita al Caracol de La Garrucha para incorporarse a los festejos del 17 aniversario de la aparición pública del EZLN.

Ahí, en el camión de La Karakola, sumido en la clandestinidad, como moderno Sherlock Holmes, aunque sin Watson, su imprescindible asistente, el 33 por ciento se dispuso a realizar la labor investigativa y chismológica (es decir, periodística) que lo llevaría a cumplir su cometido con la premura y velocidad de un caracol supersónico.

Y pues bueno, para empezar la misión había que romper el cerco norteño de la delincuencia organizada y no organizada y corriendo en zig-zag a toda velocidad, entre un mar de balas de Cuerno de Chivo y matazones, ya de Los Zetas, ya de La Línea, ya de las fuerzas cuernícolas del Chapo Guzmán, hubo que atravesar el Norte Bárbaro para llegar a el País de los Chilangos, donde la gente de La Karakola me recibió con la alegría de un empresario de pompas fúnebres, ignorando que era el representante máximo de las fuerzas vivas de Mi General Francisco Villa y de la tierra de los narcotraficountrys, de Chihuahuita La Bella.

Y ahí empezó todo. Al subir al camión de La Karakola se rompió la desazón que me aquejaba cuando partí con los bigotes llenos de escarcha, al más puro estilo del Doctor Shivago, de las gélidas tierras del Desierto Chihuahuense, porque al guardar asiento, hasta mero, mero atrás, me encontré de pronto a otros simpáticos y sonrientes miembros potosinos (sin albur) de lo que después sería llamada La División del Norte y, juntos, emprendimos este mágico y misterioso viaje al lugar donde chocaban las placas tectónicas de la revolución ético- zapatista. Solo nos acompañaba la colección completa de los Rollings Stones. Cero toques eléctricos, cero chelas; estaba estrictamente prohibido por las Juntas de Buen Gobierno.

Fue un placer. El encuentro instantáneo con estos otros miembros divisionnortistas de San Luis Potosí llenó el hueco que Watson había dejado en mi vida investigativa y permitió conformar rápidamente a la División del Norte, que visitaba a los representantes modernos del Ejército del Sur. Después se incorporarían a esta división valiosísimos miembros de Querétaro e hijos de La Corregidora, para echar relajo entre las taciturnas y formales filas chilangas, poblanas, alemanas, etcétera, que se empeñaban en hacer de éste un viaje serio y aburrido y sin las emociones de los picantes chistes de Pepito y uno que otro de gallegos. La seriedad embargaba nuestro autobús.

A pesar de todo…prueba superada. En el asiento trasero del camión, subrepticiamente, la División del Norte se conformó y se encargó de aportar la cara chusca y bromista del viaje al lugar de la Revolución de los Pasamontañas y, después de eso, todo fue miel sobre hojuelas.

El viaje fue largo, muy largo, larguísimo, como la historia de los zapatistas.

Con las piernas engarruñadas, el camión parecía diseñado para transportar gente sin miembros inferiores, (piernas, para que no os confundais), llegamos a la maravillosa y cosmopolita ciudad de San Cristopher of the Chantes, capital del Reyno Coleto y después de un breve descanso y un vigoroso y callejero almuerzo de caldo de camarón que más bien parecía agua de caño con remojo de calcetín erecto, nos enfilamos hacía Ocosingo. Pero, ¡oh sorpresa!, al llegar a Ocosingo nos empaquetaron como viles sardinas. Unos parados, otros sentados en una diminutas banquitas y otros sentados arriba, como changos, en las redilas de dos pequeñas camionetas donde sufrimos toda clase de incomodidades debido al bamboleo insensante que dejó nuestros anteriormente suculentos y apetitosos traseros, convertidos en polvo.

–Esto no estaba en el guión, decían sin cesar los miembros de la recién formada División del Norte. Sólo las fuerzas chilangas, mexiquenses, argentinas, italianas, alemanas, colimenses y poblanas no emitieron ningún quejido, lo que nos conminó a no llorar más por el machacamiento de coxis y por los saltos que parecían querernos impulsar hasta a las ramas más altas de las enormes ceibas que observaban a nuestra caravana.

¡Hummm! El paisaje era sensacional, la selva acogía nuestra entrada con gran alegría de las aves que nos veían pasar y provocaba los más encontrados sentimientos entre los karakoles y las karakolas que ya no podíamos mover ni siquiera una pierna sin sentir terribles dolores en la tibia, el peroné y hasta en los tarsos y los metatarsos.

Y, ¡llegamos! Nuestra entrada al caracol fue apoteósica (no sé que quiere decir apoteósica, pero se oye genial para definir nuestra llegada), sólo los grillos se esforzaban por emitir sus mejores chirridos para alegrar un poco nuestro arribo y… el encuentro con los hacedores de la esperanza fue lenta y difícil. Un, "buenas noches", fue todo lo que les pudimos sacar.

Otra caravana estaba ahí desde endenantes y nos miraban como venidos de otro planeta. No nos amilanamos ni un ápice y bajamos nuestras maletas para disponernos a acomodarnos y dormir, para así poder reconstruir los tejidos musculares y óseos que habían sido macerados por “las redilas” en que llegamos.

Fue en ese momento cuando el señor Holmes (o sea, yo, otra vez), prendió su laptop cerebral para capturar cada uno de los movimientos que se realizaban en el caracol de la Garrucha, destino final de nuestro viaje.

Fue al otro día cuando nos estrellamos de narices contra el parabrisas de… Otro México.

Capítulo Dos

El Otro México


¡Era como una marabunta! Acabábamos de levantarnos; semidescansados, alegres y platicadores. Habíase levantado La División del Norte al grito de: ¡Hiiiijos de sú… Si, no se levantan temprano, menos se van a levantar en armas!, y bajo la severa y rígida batuta (sin albur) del General Ányol, alias El Guardabosques, jefe máximo de la famosa y valiente División; apenas tallábamos nuestros ojos y establecíamos pláticas con otros kompas karakolos cuando se presentó una increíble invasión a nuestro campamento. El cemento de la cancha de basketbol del Caracol de La Garrucha no había impedido que durmiéramos como troncos, pero el cansancio era el cansancio y…ante nuestros agotados, nebulosos y sorprendidos ojos, se presentó un espectáculo increíble. Una marabunta.

Era, literalmente, una marabunta. Como en un reportaje de National Geographic. Hormigas morenas diminutas. De vestidos de flores y pantalones raídos. Salían de todos lados. No nos habíamos percatado que estábamos a un lado de la escuela primaria del Caracol de La Garrucha. Eran hermosamente naturales. Pies descalzos. A veces huaraches. Muchas botas de hule. Morenas, casi igual de oscuras que el barro del lugar. A medida que se acercaban, se hacían más grandes. Enormes.

Rápido pasaron por enfrente de nosotros e invadieron la alta banqueta de la escuela y se acomodaron de manera libre y ordenada. Nos veían con interés, nosotros con sorpresa. Tranquilas y serenas, con sus ojos y sus antenas llenas de ilusión estuvieron ahí, observándonos. Era como una especie de antropología inversa, ellas nos estudiaban a nosotros. Eran como Levis Straus indígenas. Y nosotros éramos los sujetos de sus estudios infantiles de antropología. Nos sentimos desnudos. Usualmente los blancos estudiaban a los indios. Hoy, era al revés.

Casi media hora de estudio mutuo. Miles de conclusiones.

Luego llegó el promotor. Así llamaban los zapatistas a los maestros de sus escuela autónomas. De manera ordenada, entraron en sus salones. Justo al cruzar el umbral de la puerta, todavía, nos lanzaban la última mirada clandestina. Habían llegado media hora antes y guardado riguroso orden. Era 28 de diciembre. En el resto del país los niños estaban de vacaciones.

Caminé por la banqueta de la escuela empuñando un rico café orgánico zapatista, para ver si lo chingón se pegaba por ósmosis, (perdón por el exabrupto de lo chingón, pero así lo pensé y no me voy a autocensurar, mal haría) y, como no queriendo la cosa, pasé por las ventanas de los salones. Fingía observar con atención a los viejos murales de sus paredes: sus emilianos zapatas, sus flores, sus seres humanos con pasamontañas, su ejemplo. Su lucha.

Que diferencia a la guardería donde llevaba día a día a mi hija Nedni, cuando era pequeña, entre Mickey Mouse y Winnie Puh saturaban todas las paredes que los niños veían cada segundo. Ya en el kínder, Blancanieves era la machín de sus muros coloridos.

Me dije a mí mismo: Si Anton Makarenko (aquel gran pedagogo ruso) se paseara por aquí, se pondría de rodillas ante este proyecto alternativo de pedagogía zapatista, ante este nuevo proyecto de las ciencias pedagógicas y Piaget se habría quedado chiquitito, como una pulguita.

Pero… ¡Oh!, extrañaba a Watson, (recuerden que sigo siendo Cherloque Jolms, en su versión mexicana), para decirle: “Elemental, mi querido Watson, ahora sabemos con exactitud qué es lo que hacen los zapatistas mientras están en paz. Están construyendo otra educación. La educación de la igualdad. Porque ahí, en La Garrucha, todos los niños eran iguales. Como una marabunta colectivizada. Como antes.”

Lección número uno.

Apunté todo esto mentalmente en mi laptop neuronal.

Seguí dando vueltas a los salones. Veía y veía. Los antropologuitos estaban en clase, ahora no me podrían estudiar, me dije, y aproveché al máximo a mis treinta y tres neuronas sanas.

¡Hummm!, me dije. ¡Hummm!, me volví a decir: éste es otro México.

No cabía duda. Décadas de educación pública dirigida por Jongitud, Elba Esther y Televisa, por la línea antiética y gangsteril más brutal de la historia, habían hecho añicos nuestra educación pública. Cualquier pedagogo medianamente inteligente podría ahora comprender cómo será nuestro futuro México en términos de educación. Lo discutimos profundamente en La División del Norte. Todos coincidíamos. Ányol se acariciaba la barba mientras nos daba una cátedra de la educación zapatista. Javier, pensativo, advertía que esperaba emitir su análisis en San Cristóbal de las Casas, decía, frente a un espumoso y amargoso vaso de cerveza. Chucky, un primo lejano de Charlie Brown, filmaba cada segundo del viaje, ya con su cámara, ya con sus ojos. Ányol (Angel, en inglés) seguía acariciando su barba nostradámica y de pronto, como surgida de la nada, Gema, nuestra más reciente adquisión, nuestra antropóloga particular y divisionista de corazón, se encargó de explicarnos lo que eso significaba para un nuevo país. Nos hablaba de las teorías de un tal Boenaventura De Souza, de un Pablo González Casanova y de un tal Luis Villoro, que nos hablaban de otros mundos venideros, y así, como niños, nos fue llevando por la mano de la comprensión.

La División patinó en la arena con las explicaciones de Gema. La marabunta y Gema habían roído nuestras bases teóricas y científicas. Había que elaborar una nueva teoría metafísica, al más puro estilo de Kant. Nos enfrentábamos a un nuevo problema analítico-dialéctico-universal. La División era medio tonta en este aspecto, por no decir que pendejona, y tuvimos que ir con el resto de la caravana a continuar nuestras consultas con nuestras computadoras humanas: Nicasia, María Luisa, Miranda (un apetitoso bombonsote argentino que nos envió nuestra amiga Cristina Fernández, amor platónico de nuestro querido jefe Ányol, Miranda, no Cristina), los chilangos del alma adorados, nos ayudaron más: Laurita (ay, Laurita), Axayáclatl y un nuevo ser extraño, activo e italiano, Lidia, dieron luz a nuestras teorías. Nuestros queridos chilangos y la hermosa Lidia, que ya habían estado ahí varias veces, nos explicaron los pormenores de la nueva educación zapatista.

Ya bien instruido por todos estos análisis, me atreví a visitar la escuela otra vez. Anduvefooling around por la banqueta y de reojo observaba a las hormigas quienes estaban enfrascadas en su clase, sacando y mordiendo su lengua como Manolito, el de Mafalda cuando contaba el dinero. Me hice güey (o sea, fooling around, para los que no saben inglés) por diez minutos. Todavía me atreví a interrumpirlos para pedirles una pelota de basketbol. Causé revuelo, hablaban rápidamente entre sí, en zotzil, o tzeltal, no sé. Ellos la llamaban balón. El maestro detuvo la confusión. Luego me prestaron el balón, los lenguajes se comunicaron y penetré, por unos segundos, hasta el epicentro de la pedagogía zapatista.

Y sí, era otro México.

¡Ay, si Makarenko viviera!, escribiría otro poema pedagógico. Seguro.

Capítulo Tres

¡Hay charlies por todos lados!


Ésa fue la expresión más famosa e impactante en el Pentágono cuando los pilotos de los helicópteros estadunidenses, en 1973, creo, cuando al intentar establecer una cabeza de playa en la selva, en la frontera de Vietnam del Sur y Vietnam del Norte, en la Colina 429, cuando ya andaban, literalmente, “valiendo queso” ante un pueblo pobre, feo, flaco, invadido y rociado con Napalm, vieron a tres de las primeras naves llenas de soldados ser derribadas por los sudvietnamitas. Una tras otra. Los atacaban de todas partes. Contra las órdenes de sus superiores, los pilotos se negaban a aterrizar y regresaban a la base, so pena de sufrir una acusación muy grave. Pero es que, había charlies por todos lados.

La debacle militar y las manifestaciones hippies contra la guerra, (apoyadas fuertemente por John Lennon, pero no por Paul McCartney) obligaron a la Casa Blanca a retirar a su invasor ejército totalmente derrotado por los charlies. Gente pobre y menospreciada por los imperialistas, ¿cómo podrían unos arroceros desarrapados y amarillos vencer al ejército más poderoso del mundo con quinientos mil Rambos y con miles de toneladas de bombas de Napalm? El gobierno de los Estados Unidos aún no entendía que era todo el pueblo sudvietnamita quién se había rebelado y había decidido correrlos de su tierra. Trataban de justificar su vergonzosa derrota diciendo que el comunismo, Rusia y China los apoyaban.

¡Hay charlies por todos lados!, repetía sin cesar el canal History Channel cuando describía este hecho; las manifestaciones de los hippies por el retiro del ejército norteamericano, remarcaban la imagen.

Ésa fue la primera cosa que recordé al hacer mi primera incursión a la selva que rodeaba al Caracol de La Garrucha. Les contaré…

Apestábamos a león africano junto con león de la montaña y camello sin baño trimensual y la fila para entrar al único baño común era enorme. Horas nos tomaría. Así que la valerosa División del Norte, conformada por el popular General Ányol, por Javier, por el Jimmy, un extraordinario chilango de cepa, por Chuky, un primo lejano de Charlie Brown (más adelante les publicaremos algunas fotos para que vean que sí se parece a un primo lejano de Charlie Brown) y un servidor, iniciamos otra peligrosa misión; solicitamos permiso en la puerta del caracol para ir a un arroyo cercano a la población a proporcionarnos una merecida aseada corporal, el cual conseguimos no sin aprietos. No todos los habitantes de La Garrucha eran zapatistas y eso podría implicar problemas, por nuestra presencia. No obstante, con todas las precauciones conseguimos el permiso. Nos explicaron que había un acuerdo entre zapatistas y no zapatistas para no molestarse. Eran días de celebración. ¡Podéis ir en paz!, nos dijeron.

El camino era barroso y resbaloso en extremo, varias veces pudimos haber besado el piso pero nuestro extraordinario equilibrio y nuestra condición atlética lo impedía. Llegamos al arroyo y exploramos el lugar para buscar un espacio adecuado para nuestras necesidades bañeriles. Al caminar por el barranco del arroyo, Jimmy resbaló y cayó con toda su humanidad hasta el fondo, bajo gran estrépito. ¡Sopas!, nomás se oyó. Y saltó agua para todos lados. Eso fue causa de muchas anécdotas en el campamento. El agua estaba fresca para meterse de cuerpo entero así que procedimos a lavar fragorosamente solo cabeza, pies, axilas y genitales de manera rápida. Temíamos que de repente llegaran las guapas y apetitosas argentinas y se enamoraran de nosotros al vernos desnudos. Nuestros calcetines ya se paraban solos. Terminamos, y fue entonces que caminamos un poco más adentro de la barrosa vereda y miré la selva en todo su esplendor. Varias imágenes vinieron a mi mente.

Y ahí fue donde comprendí porqué Salinas de Gortari había decidido detener el fuego y buscar una negociación con los zapatistas, a doce días de la inesperada irrupción del zapatismo en México, el primero de enero del año de 1994, hacía justamente 18 años. Cuando la tierra empezó a temblar.

¿Cómo poder correr por ahí con un montonón de bravos y enojados zapatistas pisándoles los talones y bajo una nube de balas calibre 22, las nuevas flechas indias, y cientos de rayadas de madre en perfecto español, zumbando junto a sus oídos, entre aquella inexpugnable vegetación y con las botas militares con una enorme plasta de 5 kilos de barro adherido a cada una de sus suelas? Imposible. Hubo infinidad de deserciones en el ejército, entonces.

Recordé, por añadidura, aquella vieja entrevista donde el Sup Marcos insistía en que se le preguntara por detalles militares del levantamiento. Recordemos que aquella vez, Marcos dijo al entrevistador que “apenas ellos iban a entrar hacia donde queríamos que entraran, cuando se acordó un cese al fuego y para cumplir la enorme petición pública de paz de la Sociedad Civil, bajamos las armas para dialogar con el mal gobierno”. Palabras más, palabras menos.

Así que al plantearlo ante de La División del Norte, pensamos que esa densidad impenetrable y sin fin de la Selva Lacandona, hacía difícil a los soldaditos de Salinas moverse entre la vegetación para enfrentar a los charlies zapatistas y eso lo obligó a detener el ataque. Los “Kool-aids de paquetito” no van a la guerra, dicen en mi rancho.

La caída de Jimmy, un chilango de cepa, nos advertía por qué los rebeldes zapatistas usaban botas de hule para poder caminar entre el lodo arcilloso del lugar. Los militares no iban a cambiar sus botas de piel por unas de hule. ¡Uff!, ¿cómo se vería el glorioso ejército con aquellas botitas de hule? Me duele la panza de la risa, sólo al imaginarlo. Pero, fuera de bromas, en ese tiempo, este hecho, el usar botas de hule y llevar rifles de palo, fue objeto de acusaciones absurdas contra los zapatosos. Quesque eran financiados, uniformados y manipulados por fuerzas extrañas, quesque por Salinas, quesque por Fidel Castro. Solo les faltó decir que por el mismísimo diablo.

Pero fue eso, la espesura de la selva que impedía el movimiento de las tropas en aquel entonces, el barro resbaloso de Jimmy y que había charlies por todas partes, eso fue lo que me hizo recordar la guerra de Vietnam, cuando caminaba entre la vegetación y la vereda se acabó.

Tal vez por eso se diga que los Estados Unidos ordenaron a Salinas el cese al fuego. Después de Vietnam, los estadunidenses le soplaban hasta al jocoqui. Así que podría ser... podría ser que la orden viniera de allá. El miedo no anda en burro. Y Salinitas, el orejón, era dócil y genuflexo (por no decir que columpinado) ante los poderosos gabachos.

Y sí, señores y señoritas, por eso el gobierno ha evitado la confrontación frontal con el EZLN y se dedica a atacar de manera soterrada y tangencial a las bases de apoyo zapatistas, porque la selva es inexpugnable, y es su territorio.

Y hay charlies por todos lados. Neta, los vi hasta en San Cristóbal, capital del Reyno Coleto. Los vi en choferes de taxis, en extranjeros hasta para tirar para arriba que no dejan solos a los zapatistas, en empleados de los cybercafés, en mercaderes, en amas de casa, en guapas chilenas y españolas y, muy especialmente, los vi en el Centro de Rehabilitación Número 5. Después os lo contaré (preparen sus peores lágrimas y sus más profundos sentimientos de indignación). En Chiapas, el levantamiento fue una bofetada a la conciencia. Sacudió muchas. Muchos comprenden ahora quien tiene la razón. En el resto de México todavía se cree lo que dice Televisa.

Pero información mata mentira. Para eso somos los reporteros de guerra (en tiempos de paz).

La paz pedida por la sociedad civil había sido rigurosamente cumplida por los zapatistas a pesar de Acteal y a pesar de la guerra de baja intensidad denunciada a nivel mundial por los charlies periodistas de todo el mundo, que informan sin ambages los paleolíticos actos de los tres gobiernos, y los zapatistas aprovechan esa paz para experimentar la creación de un mundo donde, dicen, quepan muchos mundos. Eso es lo que hacen los zapatistas, plantear un nuevo modelo de nación. Donde la educación y la ética sean fundamentales para la construcción del futuro. ¿De qué otro modo podremos deshacernos de los mentirosos y ladrones funcionarios actuales? Ni con agua hirviendo.

La Revolución de la dignidad, han llamado a la resistencia zapatosa.

Lección número dos.

Favor de tomar nota. Yo creo que lo que los indígenas zapatistas plantean es unarevolución de la ética. Hay que buscar esta palabra en el diccionario para entenderles (sirve que aprendemos algo para enseñarles a nuestros hijos). Hay que leer aquel terrible texto leído por el Comandante Zebedeo, en el “Honorable” Congreso de la Unión y las cartas de Marcos a Luis Villoro. La cultura indígena no concibe la mentira.

Y sí, de eso comentábamos en La División cuando ya, limpios, regresábamos del arroyo y ya con Jimmy repuesto del santo madrazo que se había dado. Me acordaba y hasta a mí me dolía. Pero Jimmy era fuerte y hacía como que no. Su respiración delataba que podría traer dos costillas fracturadas, pero no paraba de hablarnos de la belleza de las ruinas de Palenque.

Antes de entrar al caracol, concluimos que la paz servía para que los zapatistas intentaran reconstruir las bases éticas, políticas, sociales, económicas y jurídicas de un nuevo país. Y, tal vez, de otro mundo.

Sí. Porque hay charlies en Italia, en España, en Grecia, en Argentina, en Japón, en Alemania, en Noruega, en el DF, en San Luis Potosí, en California, en Chihuahua, en Siria, en Palestina, en Juárez, en Cuba, en Nueva York, en Wall Street, en la plaza Tahrir… y no dejan aterrizar cómodamente a los helicópteros del capitalismo.

Tan, tán.

Capítulo Cuatro

Que tiemble Lenin, otra vez


Pobre Lenin, apenas se reponía de la terrible tembladera que le dio cuando su tocayo Vladimir Putín, (con acento), trató de sacarlo del Kremlin. Con todo y sarcófago. Apenas lograba soportar los himnos del nuevo zar, (pero de la mafia rusa) y volvía descansar un poco cuando, ¡oh, desgracia!, volvían otra vez los gatos a la azotea, a despertarlo de su sueño celestial.

Cuantos textos, cuantas teorías, cuanta revolución. Y aún no lo dejaban dormir en paz. Pero ahora era diferente. Él había dicho que algunas de sus teorías serían mejoradas. Total que, dos de sus postulados más importantes de la formación del nuevo estado, para evitar que los funcionarios gozaran de privilegios y que el poder se convirtiera en botín, eran puestos en duda.

Pobre Lenin.

Volver a despertarlo para discutirlo, no debe ser nada cómodo. Pero el zapatismo lo ha logrado. El funcionamiento de la Junta de Buen Gobierno de La Garrucha logra cuestionar apartados fundamentales del comunismo viejo. Despierten, ¡oh, intelectuales de izquierda!, éntrenle al toro, los intelectuales de derecha están de vacaciones, (claro, tienen empleo), no se darán cuenta, (ni entenderán). Otros están dando clases a Peña Nieto. La revista Nexos se publica hasta febrero.

Lenin decía que para evitar esos males propios del capitalismo en un nuevo estado (hasta el idiota de Stalin va a despertar con esta discusión) había que pagar el sueldo de un obrero a los funcionarios y hacerlos removibles a la menor queja.

Habría que recurrir a los viejos y polvosos textos para recordar esto. Pero el hecho de que los funcionarios del gobierno caracoliano no devengaran ningún sueldo y comieran exactamente lo mismo que todos, frijoles y tortilla dura con café, y que además fueran removidos cada diez días superaba, incluso, lo que Lenin planteaba.

Creo que sí. ¿Cómo acumular poder?, ¿cómo enamorarse de un hueso? Y los letreros en todos lados de: "Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece", ponían en jaque hasta el mismo centralismo democrático de Lenin. Había que hacer una visita a la Junta de Buen Gobierno para averiguar esto. Para eso era Sherlock Holmes. Y la telaraña se fue tejiendo, fina. Cartas marcadas.

Con el pretexto de cargar mi teléfono celular para tomar algunas fotos, conocí a algunos zapatistas, funcionarios del caracol. Me percaté de que su frialdad, el día en que llegamos, su lacónico buenas noches, obedecía a que ellos también eran extraños en el lugar.

Parece extraño pero sí, eran tan extraños como nosotros, sólo que ellos hablaban tzotzil (o tzeltal) y tenían ocho días ahí. Venían de otras comunidades, a cumplir con un cargo que sus asambleas habían determinado que cumplieran. Así que, no había sido desdén, el día de nuestra llegada, sólo nos observaban. Tampoco encontraban la forma de sacar conversación. Eran caracoles y no tenían ninguna prisa, esperaban que nos acomodáramos y nos conociéramos entre nosotros, para después conocernos ellos, para ver que había de bueno.

Claro que les dio gusto cuando nos vieron llegar, claro. Pero, ¿cómo expresarlo? Y nosotros, cierto, también intentábamos conocernos a nosotros mismos. Los caracoles son espirales, había que recorrer el esquema hacia el centro. No había prisa. Eran caracoles, repito, y podían derrapar peligrosamente en el cemento si se aceleraban demasiado. Las cosas eran muy importantes para tomarlas con prisa.

Pero al fin los conocí, ahora volví con el pretexto de recoger mi teléfono para oír a los Rolling Stones. Ellos ni siquiera sabían quién era Mick Jagger ni habían oído Satisfaction, pero vieron una excelente oportunidad para establecer plática con uno de los recién llegados. "¿Veamos qué trae este ser extraño y provocador?", se decían en tzotzil (o tzeltal), y me hablaron del capitalismo y de los malos gobiernos; yo, como Leonardo Fabio, les hablaba de que había cortado una flor, de aves e insectos. De tucanes y trogones. De escarabajos enojones. Buen estudio. Pasé el examen y platicamos de manera libre.

Hablamos de la ecología, de la necesidad de defender el ambiente, pero con conocimiento de causa, de la importancia de la educación ecológica para la marabunta. Les hablé de las posibilidades del barro y del necesario inglés. "Sí", me decían, con la voz gruesa. "Vienen gringos y nomás nos vemos. ¿Y luego?", les dije. Les invito a que me inviten a que venga a ayudarles en esos temas, tengo mucho qué dar. Les gustó la idea, se hablaban entre sí, para explicarse las cosas que yo decía. Aprobaban con la cabeza.

Después de todo, mi función en Proyecto Nedni era la de desarrollista, de naturalista, no la de reportero. Me obligaron a serlo, pero había que aprovechar el momento revolucionario para impulsar proyectos personales de orientación pedagógica-ecologista-revolucionaria.

Le platiqué rápidamente a mi amiga Fabis. Ésta me animó a ver a la Junta.

Noooombre, le dije. Ni loco. Me daba pavor.

Bastaron dos cafetazos madrugadores en la cocina del caracol y más y posteriores pláticas con los cafeteros presentes a las cinco de la mañana, donde hablamos de la posibilidad del barro. De la necesidad de estudios de aves, plantas e insectos y hasta del idioma inglés. Me animé. Mi terapeuta Fabis había hecho su trabajo. En un ataque de valentía (y había que aprovechar estos cada vez más escasos ataques), solicité entrar con la Junta. Y los vi. Eran jóvenes. Sonrientes. Segunda generación. Con sus ojos astutos y amigables (eeeestos si eran antropólogos inversos), el estereotipo de La India María se quebró como una burbuja, ¿quién dijo que los indios son tontos? Los convencí de las bondades científicas y pedagógicas de la propuesta.

Quedamos buticompas, (es un decir). Y al otro día acudí por la respuesta y… para mi sorpresa ¡¡¡la junta había cambiado!!!, cambiaban cada diez días. Ni Lenin.

Ese desaguisado me indicaba que había, en ello, una nueva propuesta para impedir el abuso del poder. ¿Cuál sueldo de obrero? ¿Cuál remoción ante la primera queja? La radicalidad de los indios (americanos, deberíamos de decir) iba más allá de lo comprensible, incluso para quiénes habíamos leído algunos textos leninistas en nuestra época universitaria y sabíamos un poquitín de las leyes de la dialéctica.

Lenin dijo que sus teorías podían ser superadas, pero no conoció a los indios. Y debe estar inquieto por saber que pasa con esas teorías, y… por qué Putín, (con acento), se ha postulado para presidente de Rusia, otra vez.

Capítulo Cinco

Chomsky


Cuando se publicó por primera vez el artículo “¡¡¡Hay charlies por todos lados!!!”, un amigo me puso una defecada terrible. Cruel. No me bajó de ignorante. Y, como decimos en el rancho en estos tristes casos, me dejó como "palo de gallinero". Bueno, me dijo hasta "pendejo".

Tuve que consultar a un sicoanalista.

–"Y sí, por supuesto que tiene razón", me dijo el sicoanalista, "en haberte dicho así", (el sicoanalista no decía malas palabras, pero sonrió al final, dando vuelta a la cara, tratando de que yo no lo notara). "Tenías que haberte documentado mejor antes de escribir".

–Necesito una segunda opinión-, le dije y salí peor que cuando entré. Pensaba seriamente en suicidarme (pero aguantando la respiración, por si me arrepentía).

Y todo sucedió, porque en ese artículo que menciono que los charlies eran los norvietnamitas. Eso significa que soy un verdadero… ignorante de la historia de esa guerra. Mis más sinceras disculpas a los lectores de ese primer texto. Pero para poder corregir mi error hubo que documentarme mejor, así que para satisfacer la curiosidad que despertó la sola mención de la guerra de Vietnam en otros amigos menos agresivos, a los que les interesó el tema y me pidieron más, más y más, como artistas porno; aquí les receto un texto de Noam Chomsky, otro de mis papás anticapitalistas y muy sabio, díganme si no, (de alguna manera debo corregir mi idiotez), se los receto para que juntos nos documentemos un poco más, para entender mejor los motivos, los detalles y los incalculables daños humanos y naturales de esa guerra.

Y, sin llorar, sigue la crónica.

Dice Chomsky en un artículo llamado “Aniversarios de la nohistoria”: publicado el 11 de febrero de 2012, en el periódico La Jornada:

“En estos días estamos dejando de conmemorar un suceso que tiene un gran significado: el 50 aniversario de la decisión tomada por el presidente Kennedy de lanzar una invasión directa contra Vietnam del Sur., lo que pronto se convertiría en el crimen más extremo de agresión desde la Segunda Guerra Mundial.

Kennedy ordenó a la fuerza aérea de Estados Unidos que bombardeara Vietnam del Sur (para febrero de 1962, se habían realizado cientos de misiones aéreas); la guerra química autorizada para destruir los cultivos de alimento y así someter a la población rebelde; y poner en vigor programas que, en última instancia, obligaron a millones de aldeanos a refugiarse en viviendas improvisadas en la periferia urbana y en campos de concentración virtuales, llamados “aldeas estratégicas. Ahí los aldeanos serían “protegidos” de las guerrillas nativas a las que como bien sabía la administración estadunidense, apoyaban voluntariamente.

Los esfuerzos oficiales para justificar los ataques fueron mínimos, y en su mayor parte, mera fantasía.

Fue típico el apasionado discurso del presidente de la Asociación Americana de Editores de Periódicos, el 27 de abril de 1961, cuando advirtió que “estamos enfrentando en todo el mundo una conspiración monolítica e implacable que depende principalmente de medios encubiertos para expandir su esfera de influencia”. En Naciones Unidas, el 25 de septiembre de 1961, Kennedy afirmó que si esa conspiración lograba alcanzar sus fines en Laos y Vietnam, “las puertas quedarían abiertas de par en par”. Los efectos a corto plazo de esto fueron reportados por Bernard Fall, respetado especialista e historiador de Indochina –no un pacifista, pero sí, uno de quienes se preocupaban por la suerte de los pueblos de esos atormentados países.

A principios de 1965 calculó que aproximadamente 66 mil sudvietnamitas habían sido abatidos entre 1957 y 1961; y otros 89 mil entre 1961 y abril de 1965, en su mayoría víctimas del régimen cliente de Estados Unidos o “del aplastante peso de las fuerzas armadas estadunidenses, el napalm, los bombardeos a reacción y, finalmente, gases que causan vómitos”.

Para 1967, la oposición a los crímenes en Vietnam del Sur había adquirido una escala sustancial. Cientos de miles de tropas estadunidenses asolaban Vietnam del Sur, y las áreas con mayor población eran sometidas a intensos bombardeos. La invasión se había extendido al resto de Indochina”.

Y le faltó decir como los soldados norteamericanos robaban el arroz de las aldeas rebeldes para matar de hambre a los increíbles rebeldes sudvietnamitas, técnica que han usado los paramilitares para acabar con los zapatistas, nuestros modernos charlies, cuando intentan despojarlos de sus parcelas.

Pero bueno, también Sherlock Holmes se equivocaba.

Afortunadamente el buen Chomsky nos ha sacado de la confusión. Gracias maestro.

Pero sigue la depresión post-parto (literariamente hablando). Los regaños de la jefa, allá en Stockton, California, fueron de antología. Sus gritos se escuchaban hasta en Oklahoma. Casi se canceló la misión. El salario, seguro, sufrirá temperaturas bajo cero (de por sí era cero). Sorry. Fue un grave error. Lo acepto. ¿Ya ven por qué a Sherlock Holmes le era indispensable Watson? Estoy seguro que si Watson me hubiera acompañado, éste si que se sabría la historia de la Guerra de Vietnam, (o la hubiera buscado en Wikipedia).

Pero bien, ya quedó suficientemente claro que fue Vietnam del Sur el que derrotó vergonzantemente a los gringos todopoderosos. Por mucho que estos lo intenten esconder en sus libros de texto de historia porque, como dijo Chomsky en el mismo artículo: “Las decisiones se mantuvieron en la oscuridad, como lo fueron las consecuencias que todavía persisten… El núcleo de la nohistoria es “desaparecer” lo que ocurrió”. O sea que los gloriosos sudvietnamitas no aparecen en la historia por que los Estados Unidos sienten vergüenza que su mismo pueblo lo sepa, lo entienda. Que perdió una guerra ante un puñado de pobretones.

Nadie debe enterarse que los charlies amarillos fueron más inteligentes que los hijos del tío Sam Ni lo mande dios. Qué vergüenza para el imperio. Hay que mantener su imagen de Supermán cruzado con La Mujer Maravilla. Si no, ¿cómo irían sus soldaditos a la guerra a defender al capitalismo? Por eso tienen que cantar apasionadamente, con la mano en el corazón, “¡God bless América!”, en la séptima entrada de sus juegos diarios de beisbol, para convencerse a sí mismos de que ellos son los americanos, dejando para los americanos reales sólo el nombre de sus equipos de futbol americano y sus helicópteros de ataque. Dicen que un pueblo sin identidad necesita muchos sicólogos y mucho tinte para el cabello, (por eso muchas quieren ser Marilyn Monroe).

Y sí, también hay que aclarar que ésta crónica se trata de un reportaje sobre el zapatismo, eso está claro, sólo que a veces Chomsky es muy metiche. Y como somos compas, pues, había que darle trámite a su jale. De todos modos, mis sentimientos y mis errores son parte de la crónica, ¿qué seríamos los reporteros sin emociones? Una fuente de datos. Gélida, a más no poder.

Además, Chomsky es un charlie, también. Me lo dijo un pajarito. Y si no lo creen, pregúntele a los gringos.

…y mi querido Chomsky tampoco deja aterrizar cómodamente a los helicópteros del capitalismo.

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