martes, 28 de agosto de 2012

De lo caro que está todo en el mercado

Como en la canción de Cri Cri, La Patita, la familia mexicana regresa a casa sin los productos de la canasta básica. La especulación, el ocultamiento de productos para esperar a que suba el precio, agravó la crisis que inició con la gripe aviar. El precio del huevo subió, de los 17 o 18 pesos el kilo hasta, en algunos casos, 68 pesos. La expresión “comer pobremente”, usada cuando en un hogar se comen huevos, perdió, esperemos que temporalmente, su sentido.

La importación de huevos, medida tardía y paliativa, podría hacer bajar el precio del kilo de huevo a 20 o 23 pesos, con el peligro de que se quede ahí, pues difícilmente bajará al nivel en que estaba. Además, tardará años en reponerse, si se toman las medidas adecuadas, el número de gallinas ponedoras que abastecían al consumidor.

El alza del precio del huevo, junto con la de otros productos, incrementó la inflación en el inicio de mes en un 0.14 por ciento quincenal y 4.45 por ciento anual hasta la primera quincena de agosto. Adicionalmente una plaga china afectó a la naranja mexicana haciendo que su precio suba, en algunos casos 100 por ciento. La sequía en los Estados Unidos ha arruinado cultivos de maíz, del cual dependemos para completar lo que ya no producimos. O sea, más escasez y carestía, pues el alza de unos precios presiona al alza a otros. La amenaza de que se incrementen los precios de pan, tortillas y otros alimentos pende sobre el ya mermado poder adquisitivo del ingreso de la mayoría de los mexicanos.

Casi la tercera parte de quienes trabajan en México lo hacen en la informalidad, sin contrato ni prestaciones laborales. Las condiciones precarias de trabajo de gran parte de la población se traducen en trabajar más por menos ingresos. Los salarios en México han perdido, de los años 70 a nuestros días, más de tres cuartas partes de su poder adquisitivo. Para comprar lo que en aquellos años se podía adquirir con un día de salario, hoy un mexicano tiene que trabajar cuatro días. Sumados estos factores, vuelven inalcanzables los productos de la canasta básica, calculada en niveles de sobrevivencia.

La consecuencia es la disminución en la calidad y la cantidad de la alimentación. Se vuelve difícil el consumo de las proteínas del huevo y el pollo. La calidad de vida disminuye, vulnerando el derecho a la salud y a una alimentación digna y suficiente. Sin olvidar que el dinero no se gasta solamente en alimentos, así que el aumento en esos víveres hace que compitan en los gastos con lo que se destina a vestido, vivienda, servicios, medicinas y educación.

El panorama es tal, que la recomendación de la Procuraduría Federal del Consumidor de sustituir el huevo por atún suena como la reina de Francia en el periodo pre revolucionario, cuando le informaron: “El pueblo no tiene pan” y sugirió: “Que coman pasteles.” Las respuestas del Estado mexicano son tardías y se antojan insuficientes. Porque la actual dependencia de nuestro país de importaciones de alimentos como maíz, arroz y ahora incluso huevo, es el resultado de una política que atrofió o destruyó su producción en México, dejándonos a expensas de cualquier contingencia. Este, es un gobierno que pensó en términos de seguridad nacional, pero no de seguridad alimentaria.

Javier Hernández Alpízar

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