Algunas críticas comienzan a poner a prueba de qué está hecha la postura de Javier Sicilia ante el multihomicidio en el que fue asesinado su hijo Juan Francisco Sicilia, su exigencia de justicia, su grito: “¡Ya Basta, Estamos hasta la madre!” y su llamado a un movimiento nacional contra la guerra y por paz con justicia y dignidad.
La clásica crítica clasista: Que no es un movimiento “de clase” proletaria, sino “clasemediero o pequeñoburgués”. Por ende, dado que solamente el proletariado, y su vanguardia El Partido, son el sujeto revolucionario, esto se desmoronará en menos de lo que se desmoronaron los gobiernos proletarios en la URSS y Europa del Este. Ese argumento suele caerse solito cada vez que salta la liebre donde los dogmas decía que no.
Desde luego no me referiré a las críticas cobardes de Calderón, que no se atreven a llamar a Javier Sicilia por su nombre, pero insisten en la guerra contra el narco en que Calderón está empecinado, para demostrar que no solamente sabe perder elecciones y hacer fraude, sino perder guerras y hacer fraude…
Hay algunas críticas que son más desde la confusión ante una postura aparentemente difícil de entender: Han malinterpretado el llamado a los criminales y a la fuerza pública estatal de regresar a “sus códigos”, y el llamado a terminar la guerra mediante un “pacto”. Han querido ver en ello un cheque en blanco de impunidad a los asesinos: No, el cheque en blanco se los dan la guerra mal planteada y ahora la autorización “legal” al ejército para violar las garantías individuales. Una guerra así, es la puerta abierta al crimen para ambos “bandos”. Es solamente en la paz y con un enfoque no guerrerista, que se podría juzgar a los asesinos, del bando que sean, y sobre todo disminuir o mejor eliminar la violencia feminicida, juvenicida, genocida.
No es una postura nueva que Javier Sicilia se haya inventado tras la desgracia que la guerra absurda le hizo padecer. Es la postura que ha sostenido hace meses y años en sus artículos en Proceso.
Es recomendable leer sus artículos y ensayos breves como: La contraproductividad calderonista, El valor de un país desfondado, “Todos son culpables menos yo”, Los medios o el horror banalizado, Cuernavaca, rehén o laboratorio, La puta casta, Los ojos de la Gorgona y El hombre desnudo y la guerra de Calderón, textos en los cuales defiende ideas como las que ahora son discutidas a partir de Estamos hasta la madre: carta a los políticos y los criminales.
Solamente nos referiremos a La contraproductividad calderonista, donde la crítica a la guerra mal planteada y tercamente defendida por Calderón es frontal:
“Lejos de desmantelar las redes criminales y la circulación de las drogas, su presencia ha generado mayor inseguridad entre los ciudadanos, ha multiplicado no sólo las ejecuciones –los muertos por esta guerra son mayores que en zonas de conflictos armados como Irak–, sino también las redes por las que estas organizaciones distribuyen su producto y cooptan a las autoridades; ha creado también miedo en las organizaciones sociales que, so pretexto de esta guerra, son constantemente hostigadas y amenazadas –las denuncias contra el Ejército en la violación de los derechos humanos han ido en aumento. Ha hecho algo peor: está destinando una buena parte del dinero que podría invertirse en educación y cultura –dos rubros importantes para disminuir el consumo de la droga– en inteligencia militar y policiaca, es decir, en actividades para la violencia. Además, con el desempleo que la crisis económica ha generado, con los bajos salarios que se pagan en una buena parte de los empleos que aún quedan, la oferta del crimen organizado se vuelve un sitio atractivo para quienes, bajo el peso de una sociedad de consumo, carecen de salidas.”
En unas líneas ya planteaba en agosto de 2009 lo que ahora muchos mexicanos piensan sobre la guerra. Y lo que anima la idea de un movimiento nacional por la paz.
Describió el terror de la guerra a que se ha sometido a la población civil en lugares como Cuernavaca y todo el estado de Morelos. “Bajo el pretexto de la seguridad hay que vivir en el terror de encontrarse en medio de una balacera, de ser detenidos –como si estuviéramos en un estado de excepción– por el Ejército o la policía para demostrar nuestra condición de ciudadanos pacíficos, de ser secuestrados, de ver reducidas las partidas destinadas a la producción de cultura y educación en beneficio de la violencia, de mirar el abismo en el que mucha gente, despojada por el sistema, puede encontrar una salida a su desesperación.”
La crítica a la responsabilidad del gobierno de Calderón es directa: “Los únicos que han ganado con ella son, al igual que lo fueron los financieros y especuladores, las instituciones contraproductivas de la violencia: policía, Ejército, narcos, gobernantes y jueces corruptos, ciudadanos que lavan dinero e instituciones carcelarias. Esta guerra, como cualquier guerra, define a la ciudadanía como un recurso que –es la lógica del gobierno– hay que proteger a toda costa, o –es la lógica del crimen– que hay que explotar –por el secuestro, la extorsión, el consumo y el miedo– para, en ambos casos, maximizar ganancias improductivas. Esto es lo que ha significado en los tres años de gobierno de Felipe Calderón la guerra contra el narcotráfico: la exclusión brutal del ciudadano que quiere sobrevivir noblemente.”
Desde entonces Sicilia propuso acabar con la guerra, legalizar el comercio de drogas y erradicar la violencia, enfrentando el narcotráfico como problema de salud y no de “seguridad”. Lo citamos en extenso porque no es un planteamiento que pretenda impunidades ni claudicaciones y se ve claro: “El tráfico de drogas es, en el orden del libre mercado –el orden del cinismo–, una empresa más que busca su nicho en la economía. Satanizada por la misma moral que ha exaltado el consumo y el libre mercado y que otrora satanizó otro tipo de empresas que, como la del alcohol, terminó por legalizar, el tráfico de drogas y la contraproductividad que genera su persecución puede desmantelarse legalizándolo. Con ello se controlaría, como he dicho, su calidad para un consumidor que siempre existirá dentro de sociedades basadas en el consumo, y se captarían impuestos que podrían invertirse en salud, en educación y en cultura como medios para reducirlo. La otra sería la que hace poco propuso el vocero de La Familia: negociar.
“Desde que la sociedad de consumo sentó sus reales en México, el crimen organizado ha existido. Por mucho tiempo, el gran capo, que fue el Presidente de la República, lo controló con negociaciones que lo mantenían en la periferia. Hoy, frente a la contraproductividad de la guerra y la complejidad jurídica que implica la legalización de la droga, habría que volver a allí. “Negociar, como lo hacen las mafias cuando se fracturan, implicaría acuerdos que, sin legitimar los corredores de la droga, no se tocarían a cambio de que las propias mafias mantuvieran intocada a la población: no secuestros, no narcomenudeo. Las mafias tienen códigos de honor nacionales que, bien negociados, reducirían en buena medida la contraproductividad que su combate genera.
“No es el bien –el bien implicaría un severo cuestionamiento de la idea de libre mercado, de desarrollo y del monopolio de lo económico–, pero es, dentro de una economía de mercado, el mal menor, un mal que al menos pondría un coto a la tremenda contraproductividad en la que el gobierno de Calderón, contra toda su lógica, se ha empeñado en los últimos tres años.”
Eso escribió Javier Sicilia, en 2009, después, este año, 2011, asesinaron a su hijo. Pusieron a prueba de qué está hecho el poeta y articulista. El ha respondido con dignidad, luchando por justicia, contra el olvido y abriendo el debate: No propone la “impunidad” sino la justicia “sin legitimar los corredores de la droga”. Frenar la masacre, y enfrentar el tema de una manera más inteligente y no sangrienta. Pero hoy una manera inteligente y no sangrienta es demasiado pedir a la clase política: Está dopada, depende del terror, de la violencia, para hacerse sentir “necesaria”. ¿Puede pactar la sociedad, sin los oportunistas como el represor Marcelo Ebrard? Sí: Es el momento de buscar, como dice un personaje de la película de Mel Gibson Apocalypto –independientemente de lo criticable que sea el filme como producto–, un nuevo comienzo. La muerte, el terror y la guerra son armas de la impunidad y un obstáculo para la justicia.
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