martes, 19 de abril de 2011

Yacooñoy

Cuentan los antiguos mixtecos que el mundo se nació de la unión de dos grandes árboles, en la solitaria Apoala, al pie de una gruta, en el río Achiutl. Unidos por sus raíces, estos dos árboles primeros crearon a la primera pareja mixteca y de los hijos de sus hijos nació Yacoñooy, el flechador del sol

Su numerosa tribu mixteca no tenía tierras. Yucoñooy, uno de sus guerreros los condujo al país de Tilantongo, el cual lo tomaron por propio. Pero un sol de fuego lo abrazaba y pensó el guerrero mixteca que esos parajes le pertenecían al sol.


Cuentan los antiguos que era Yacoñooy un guerrero pequeño, pero valiente y audaz, que nada temía, por grande y poderoso que pareciera.

Porque, dicen estos sabios indígenas, la estatura se lleva en el corazón y suele suceder que quienes parecen pequeños en el exterior, grandes son en la grandeza de su corazón; y quienes se presentan como fuertes y poderosos en su apariencia, son en realidad de corazón pequeño y débil.

Y dicen también que el mundo es grande y es lleno de maravillas gigantes porque gente pequeña de físico supo encontrar en su interior la fuerza que engrandeciera la tierra.

Cuentan entonces que el tiempo andaba en los primeros meses del calendario de la humanidad y que el Yacoñooy salió a ver nuevas tierras para hacerlas crecer con el trabajo y la palabra. Las encontró y vio que el sol aparecía como único y poderoso dueño de todo lo que a su luz se alumbraba. En ese entonces el sol mataba la vida de lo diferente y sólo aceptaba las cosas que le fueron espejo, y tributo le rindieran a su grande grandeza.

Y cuentan que, viendo esto, Yacoñooy desafió al sol diciéndole: "Tú, que con tu fuerza dominas estas tierras, yo te desafío para ver quién es más grande y puede dar así grandeza a estos suelos".

Rió el sol, confiado en su poder y fortaleza, e ignoró al pequeño ser que, desde el suelo, lo retaba. Yacoñooy volvió a desafiarlo y así dijo: "No me espanta la fuerza de tu luz, tengo por arma el tiempo que en mi corazón madura", y tensó su arco, apuntando la flecha al centro mismo del soberbio sol.

Rió de nuevo el sol y apretó entonces el meridiano cinturón de fuego de su calor en torno al rebelde, para así más empequeñecer al pequeño.
Pero el Yacoñooy se protegió con su escudo y ahí resistió mientras el mediodía cedía su lugar a la tarde.

Impotente veía el sol cómo su fuerza disminuía al paso del tiempo, y el pequeño rebelde seguía ahí, protegido y resistiendo bajo su escudo, esperando el tiempo del arco y la flecha.
Viendo que el sol se debilitaba con el avance del tiempo hecho atardecer, el Yacoñooy salió de su refugio y, empuñando el arco, hirió hasta siete veces al grande sol. Con el crepúsculo, el cielo entero se fue tiñendo de rojo y el sol al fin cayó, herido mortalmente, en el suelo de la noche.

Yacoñooy esperó un tiempo, y viendo que la noche impedía al sol seguir el combate, así dijo: "He vencido. Con mi escudo resistí tu ataque. Hice del tiempo y tu soberbia mis aliados. Guardé mi fuerza para el momento necesario. He vencido. Ahora la tierra tendrá la grandeza que el corazón de los míos le siembre en su seno".

Y cuentan que al otro día el sol volvió, recuperado, a intentar reconquistar la tierra. Pero ya era demasiado tarde. La gente de Yacoñooy ya cosechaba lo sembrado en la noche.

Fue así, por ser vencedores en el cielo, que el Yacoñooy es llamado "El Flechador del Sol", y los mixtecos fueron nombrados habitantes de las nubes.


Desde entonces, los mixtecos pintan en jícaras y tecomates la victoria de Yacoñooy. No para vanagloriarse de la victoria, sino para recordar que la grandeza se lleva en el corazón y que la resistencia es también una forma de combate.

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