Cuando en 2006 Juan Sabines Guerrero llegó al poder en Chiapas, festejado por quienes lo llevaron ahí: PRD- PT- Convergencia y López Obrador, mediante su periódico más leído La Jornada –mucho más leído que otro donde usurpan el nombre de los anarquistas hermanos Flores Magón–, la contrainsurgencia en Chiapas empezaba una nueva etapa: la cara “progresista”. La imagen de un gobernador impulsado por el “gobierno legítimo” de AMLO, con premios para Elena Poniatowska y visitas personales al set donde se filma la más reciente película de Luis Mandoki, financiada –entre otras empresas– por el gobierno de Sabines. A esa imagen corporativa, cuidadosamente creada mediante gacetillas en La Jornada –que en ocasiones han sido firmadas por reporteros como si fueran una noticia, para luego ser desmentidas por las Juntas de Buen Gobierno–, mediante anuncios turísticos en medios nacionales y hasta en las tarjetas Ladatel, en las que Carlos Slim pregona su idea de México, igual que Televisa lo hace en sus espacios, ¿cómo se le podría oponer la verdad? La izquierda electoral tiene que editar los hechos para seguir llamándose “izquierda”. Y dos de sus mejores ediciones –eufemismos por “censura”– de los hechos son Juan Sabines y Marcelo Ebrard –la mejor edición es AMLO, la más maquiavélica y lograda–: Dos gobiernos represores, que se dedican a desalojar a las poblaciones, comunidades, barrios, pueblos, para abrir paso a proyectos de transporte e infraestructura para empresas del capitalismo salvaje, ligadas a la misma élite empresarial que en sus diatribas López Obrador denomina “minoría rapaz”, las mismas que AMLO ayudó a aburguesar el Centro histórico de la ciudad de México, a quedarse con un atrio privado y un mall de lujo en la Villa de Guadalupe y las mismas que en Chiapas despojan a los indígenas de lo suyo: terrenos ejidales, tierra y territorio, montes, aguas, selvas, sitios sagrados, sitios arqueológicos. El actual gobernador es hijo del ex gobernador Juan Sabines Gutiérrez, cuya máxima hazaña de gobierno fue la masacre de Wolonchán, (“Nudo de serpientes”, municipio de Sitalá, el 30 de mayo de 1980), y a su vez hijo de Julio Sabines, oficial del ejército carrancista, lo cual simplemente confirma la prosapia de la familia revolucionaria, que sigue siendo la élite política del PRI, el PRD, el PT y Convergencia. Apenas llegado al gobierno de Chiapas, Sabines II reconoció al gobierno de Felipe Calderón, al igual que prácticamente todos los gobernadores del PRD, incluido Ebrard, quien no lo hizo público, pero lo ha reconocido todo el tiempo de hecho. Juan Sabines Guerrero está escribiendo su propia “leyenda”, apenas llegado al poder tuvo su propia masacre en Chincultik, el 3 de octubre en la comunidad Miguel Hidalgo, municipio de La Trinitaria, seis campesinos asesinados con el tiro de gracia, por policías federales y estatales. Desde entonces se vio que iban de la mano el gobierno guerrerista de Calderón y el de Sabines II. La masacre de Chincultik fue un viernes 3 de octubre en 2008. A Sabines le gustó un día 3, a Ebrard le gusta reprimir los 2 de octubre, no olvida sus raíces priistas. La Jornada editorializó: “El grado de brutalidad de los elementos de las fuerzas públicas llegó a extremos indecibles: durante el desalojo, según testigos, los policías “golpearon indiscriminadamente a niños, mujeres y personas de la tercera edad”, dieron el tiro de gracia a tres heridos de gravedad y asesinaron a un conductor que los trasladaba a un hospital en Comitán.” Y señaló la continuidad represiva de la familia Sabines –olvidó mencionar la defensa del represor Patrocinio Garrido hecha por el diputado federal priista Jaime Sabines, firma pública en desplegados–: “Adicionalmente, los sucesos que se comentan apuntan al resurgimiento, en Chiapas, de una inveterada tradición de violencia represiva contra las protestas indígenas y campesinas, ahora bajo el gobierno de Juan Sabines Guerrero. Es pertinente recordar que, si bien el actual mandatario arribó al poder en la entidad bajo el signo del Partido de la Revolución Democrática, su administración se ha caracterizado por reciclar algunos de los personajes más nefastos del viejo priísmo chiapaneco, así como por refrendar alianzas políticas impresentables, como la que mantiene con Roberto Albores Guillén, ex gobernador de la entidad y entusiasta promotor de las políticas de contrainsurgencia emprendidas durante el sexenio de Ernesto Zedillo.” Después de ello, La Jornada no ha desdeñado publicar las gacetillas autoelogiosas de Juan Sabines II, como no desdeñó su patrocinio para hacer cine Luis Mandoki, ni su premio Poniatowska. Esta falta de ética de intelectuales de izquierda ha sido usada muy hábilmente por Juan Sabines para darse cobertura de gobierno progresista. A La Jornada parece habérsele olvidado lo que escribió en su editorial del domingo 5 de octubre de 2008, después de la masacre de Chincultik: “lo ocurrido en Chiapas da cuenta de que, a pesar de la alternancia de siglas y colores al frente del poder en la entidad y en el país, prevalecen inercias vergonzosas e inaceptables en el ejercicio del poder público, que conducen a la comisión de prácticas de atropello y barbarie. La sociedad debe demandar que el crimen cometido este viernes en La Trinitaria no permanezca impune.” Hoy, en Chiapas, operan los paramilitares con total impunidad, como la OPDDIC y el “Ejército de Dios”, pero también el ejército, la policía federal y la estatal, que han desplazado por la fuerza comunidades de Montes Azules –bajo pretextos “ecológicos”– y han intentado desplazar a ejidatarios como los de Mitzitón, para pasar una carretera de Palenque a San Cristóbal, ya ha desplazado mediante un grupo de choque priista a los ejidatarios de San Sebastián Bachajón, el 2 de febrero de 2010, y después de que ellos retomaron pacíficamente la caseta de acceso a las cascada de Agua Azul, de nuevo, con disparos al aire y con piedras, policías federales desalojaron a los ejidatarios de Bachajón el sábado 9 de abril. En el primer desalojo, los priistas tomaron la caseta, que tienen ya acordado entregar al gobierno de Sabines. Hubo más de cien detenidos, de los cuales aún quedan 5 presos de conciencia en la cárcel de las Playas de Catazajá. Sin duda, Juan Sabines Guerrero ha heredado las cualidades de la familia Sabines: carrancistas, priistas, ahora lópezobradoristas y calderonistas al mismo tiempo. La Jornada se quedó corta en 2008, no es que “a pesar de la alternancia de siglas y colores al frente del poder en la entidad y en el país, prevalecen inercias vergonzosas e inaceptables”. Lo que ocurre es que las alternancias han sido falsas transiciones, ¿cuál alternancia podría haber si los candidatos que ganan por las alianzas de la “pura izquierda” son con los mismos oligarcas de siempre, que co gobiernan sin problemas con el PAN y el PRI, mientras hacen de mecenas de los intelectuales del lópezobradorismo? Más que de inercias, editorialistas de La Jornada, se trata de que tanto la derecha –PRI, PAN, Verde Ecologista, PFCRN– como la “izquierda” –PRD, PT, Convergencia– están de acuerdo en combatir a “un extraño enemigo”: los pueblos indios, que les estorban para vender o al menos rentar los recursos naturales de sus territorios. Eso no lo podrían reconocer los intelectuales del lópezobradorismo, porque sería reconocer que lo ilegítimo no es sólo un titular del poder ejecutivo, sino un proyecto de modernización capitalista basado en el despojo, la desposesión y el desplazamiento de población: lo mismo en Ciudad Juárez que en la Ciudad de México, lo mismo en Tlaltenco y Tepito que en Mitzitón, Montes Azules y Bachajón. Y en ese proceso de crear y administrar conflictos para desplazar pueblos y despojarlos, están todos: desde López Obrador, que impulsó la gentrificación en el Centro histórico del DF, hasta Calderón y Sabines que reprimen en Chiapas, y desplazan a los indígenas para hacer “inversión turística”. Reconocerlo, llevaría a todos los críticos del zapatismo por “automarginarse” de la “opción” electoral a reconocer que ellos, los electoreros, no se automarginaron ni fueron sectarios para sumarse a la contrainsurgencia, pues es el mismo proyecto de despojo compartido, la diferencia entre liberales y conservadores es de estilos, no de objetivos. Los panistas son tan torpes que generan masivo rechazo a su violencia, los priistas- perredistas son más hábiles, pasan de humo sus crímenes, quedan solamente para la historia, a menos que también esa la falsifiquen. No es casual que uno de los grupos que más están apoyando con protestas internacionales a Bachajón sea el Movimiento por Justicia del Barrio de Nueva York, migrantes que ya fueron desplazados de su país, México, y resisten exitosamente a nuevos desplazamientos –con procesos de gentrificación igualitos a los de AMLO y Ebrard, ¿será por la asesoría de Rudolph Giuliani, el ex alcalde de Nueva York y su “tolerancia cero”?–. Ellos, los migrantes de Nueva York, saben que así como republicanos y demócratas, allá, son dos caras del mismo poder represivo, los colores partidarios en México –PRI- PAN- PRD– son distintos personeros de los represores de Atenco y ahora de Bachajón.
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