viernes, 16 de septiembre de 2011

Respuesta de Don Luís Villoro a la 2a carta del Sup Marcos en el intercambio epistolar sobre Ética y Política

De la reflexión crítica, individu@s y colectiv@s
¡Saludos!
Empecemos por el tema de la reconstitución del país, de la reconstrucción del tejido social, preocupación que compartimos y que se refl eja tanto en sus dos primeras misivas como en la convocatoria de Javier Sicilia, la cual abre un resquicio de esperanza ante tantos gritos de dolor e indignación que hoy cubren nuestro territorio, desolado por la irracionalidad y la violencia.
Para iniciar esta tarea, creo yo, uno de los puntos a considerar para lograr ir más allá de la movilización —necesaria, sin duda, al principio— sería elaborar una propuesta muy Otra, muy nuestra, que pase de la resistencia a la acción, con miras a una verdadera organización. Una organización que reuniera a todos los pueblos y sectores sociales afectados por el incumplimiento de sus derechos. Sería una organización desde abajo y a la izquierda.
Esa propuesta tendría que tomar en cuenta el rescate de la ética, tan silenciada hoy en el accionar político; porque hay que distinguir, desde luego, entre ética y moral social. La ética es la promulgación de principios universales, mientras la moral social habla de su realización, en los hechos, en una sociedad determinada. Es ésta última la que recurriría a la reserva moral que se encuentra en la ciudadanía, en sentido amplio: grandes y pequeños grupos, individuos, colectivos y organizaciones de la izquierda independiente.
Por ello es importante que el movimiento que ha hecho reverberar Sicilia con gran dignidad en todo México, no desborde las márgenes de la ciudadanía, que se mantenga en su interior, lo cual implica no permitirle la entrada a ningún partido político, a ningún funcionario público, so pena de que se contamine. En ese sentido, coincidiendo con los buitres que usted menciona, permítase remitirme a algunas líneas de mi texto “El Poder y el valor” donde hago referencia al político progresista que pretende utilizar un poder opresivo para limitarlo participando en él… No es el cruzado en lucha a campo abierto contra el mal, es el apóstol disfrazado en tierra de infieles que reconoce el mal del poder pero está dispuesto a entrar en el vientre de la ballena para cambiarlo. A veces, justifica su participación en el poder porque “sólo es posible modifi carlo desde dentro”. (p. 89)
Resulta hoy evidente que la única actitud posible para lograr la transformación que buscamos es el rechazo absoluto a la situación existente, decir NO a toda forma de dominio encarnada en el poder.
Una actitud disruptiva contra la dominación que implica una postura moral social, como usted lo señala al decir: “Nosotros no queremos cambiar de tiranos, de dueños, de amos o de salvadores supremos, sino no tener ninguno”.
Ahora, centrémonos en el tema que encabeza ésta su segunda misiva: la relación individuocolectivo, extendiéndolo hasta la sociedad misma… tomando en cuenta la diversidad que la conforma (es decir, los grupos humanos y sus diferencias en los planos económico, ideológico, cultural) no obstante su pertenencia a una historia común.
El individuo expresa sus derechos en las elecciones personales. Pero, en la situación actual en México, donde predomina la “partidocracia”, el individuo se ve limitado a optar por uno de los partidos políticos existentes, ya que en nuestro país no está contemplada la fi gura de candidato ciudadano independiente. Es indispensable, por tanto, una reforma radical según la cual cualquier ciudadano pueda expresar su voluntad, con su voto, sea cual fuere su preferencia o rechazo de algún partido político. Ésa es la verdadera democracia que
daría lugar a la expresión de las personas y grupos sociales más allá de la “partidocracia”. Ésa sería una verdadera reforma necesaria.
Ahora bien, con miras a construir un camino más incluyente, que se iría haciendo al andar, como dijo el poeta Machado, un rasgo común que se requiere para abarcar dicha diversidad es, creo yo, el siguiente: una misma moral social para todos, con principios éticamente válidos, es decir, universales… como los que usted menciona, en la página 12, como fundamentales para todo ser humano: vida, libertad y verdad.
A su pregunta de si el individuo puede alcanzar a plenitud estas aspiraciones en un colectivo, coincido con usted afi rmativamente; pues en la soledad del individualismo egocéntrico neoliberal no tienen sentido ni lugar, ya que la comparación o el entorno real se tornan inexistentes.
Y volviendo a la tarea o compromiso que nos interpela, para acabar con la violencia, la impunidad y la confusión reinante; para parar la guerra, se requiere de la colectividad, del “nosotros” solidario que tanto enfatizó Carlos Lenkersdorf a lo largo de su vida y su obra.
Frente al individualismo egoísta sería necesaria la posibilidad de aceptar derechos sociales, colectivos, de un “nosotros”. Una reforma posible —pienso yo— sería abrir una discusión sobre la diferencia entre derechos individuales como pretende la tradición liberal y derechos colectivos provenientes de otra tradición: la del “socialismo” o del llamado “populismo”.
Otro punto que comparto con Sicilia y el zapatismo, es el reclamo de justicia. Pocas palabras más pronunciadas y menos practicadas por la demagogia de la clase política. La democracia es otro ejemplo. Y ninguna tiene sentido fuera del colectivo, de la comunidad. No se puede ser democrático individualmente, ¿con quién o frente a quién?
Como asiento en “Los Retos para la sociedad por venir” (2007): “Las teorías más en boga para fundamentar la justicia suelen partir de la idea de un consenso racional entre sujetos iguales, que se relacionan entre sí, en términos que reproducen los rasgos de una democracia bien ordenada… pero, en sociedades como la nuestra, donde aún no se funda sólidamente la democracia, donde reina una desigualdad inconcebible para países desarrollados… pues en nuestra realidad social no son comunes los comportamientos consensuados que tengan por norma principios de justicia que incluyan a todos los sujetos: se hace patente su ausencia. Lo que más impacta es la marginalidad y la injusticia... lo cual nos obliga a partir de la percepción de la injusticia real para proyectar lo que podría remediarla”.
Así llegamos a la relación de la injusticia con el poder. El poder es dominación sobre el mundo que nos rodea, tanto natural como social, para alcanzar lo deseado… Lo que escapa al afán de poder son las acciones contrarias a su búsqueda. “Si una ciudad estuviera gobernada por hombres de bien —advertía Sócrates— maniobrarían para escapar del poder como ahora se hace para alcanzarlo” (Platón, La República).
Aquí podríamos hacer un paréntesis que nos llevaría a un viaje a la actualidad al ubicarnos en los principios y originalidad de los postulados del zapatismo, experiencia que aún resulta ignorada e incomprendida por la mayoría de los “especialistas tradicionales” en Filosofía Política.
El punto central, entonces, es el del poder, incluyendo el concepto de contrapoder que finalmente se pervierte en una forma más de poder impositivo; en un rayo más en la rueda sin descanso del poder y la violencia. Y como afi rmo en el libro arriba mencionado, “sólo hay una vía para escapar a esa rueda… renunciar a la voluntad de poder para sí mismo". Es lo que comprendieron Gandhi y Luther King; es lo que han comprendido también los indígenas zapatistas de Chiapas cuando decidieron no buscar el poder para sí mismos. Si se rebelaron en 1994 contra sus condiciones de marginación e injusticia extremas, si tuvieron que emplear las armas para hacerse escuchar, su actitud difi rió radicalmente de los antiguos movimientos guerrilleros. Pedían democracia, paz con justicia y dignidad. Conscientes de que la responsable de la injusticia es, en último término, la voluntad de poder, proclamaron que su objetivo no era la toma del poder sino el despertar de la ciudadanía contra el poder. Al hacerlo, han abierto una nueva vía, al mostrar que la voluntad de los pueblos organizados va más allá de las elecciones.
¿No es esa la vía del zapatismo?
Y me parece que, justamente de eso se trata hoy el llamado de Sicilia. Ahora, de nosotros, como sociedad, dependerá la respuesta: o bien la apatía, la parálisis que acepta la barbarie o el compromiso de
ir creando condiciones para que germine un suelo donde no imperen la injusticia y la violencia.

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