México y la sociedad mexicana se encuentran en medio de una encrucijada: o permitir que se continúe el proceso de aniquilamiento del tejido social o parar la guerra sin sentido que Felipe Calderón y la clase política en su conjunto le han declarado a los mexicanos.
Aquí no hay vuelta de hoja. Lo fundamental de la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad, que salió de Cuernavaca, Morelos, el pasado 4 de junio y llegó el día 11 a Ciudad Juárez, Chihuahua, fue que logró visibilizar a cientos de familiares de víctimas que, con una gran valentía, rompieron el laberinto del miedo y se presentaron en las plazas públicas para denunciar, no a tal o cual sector del narcotráfico sino al Estado mexicano y a sus instituciones. Ya sea porque ellos fueron los directamente responsables de su pena, ya sea porque no han hecho nada para remediar la situación, con lo cual se hacen cómplices de los que cometieron el delito, o ya sea porque después de denunciar el asesinato o la desaparición de algún familiar, quien lo hace ha sido asesinado o desaparecido, con lo cual, una vez más, se evidencia la total simbiosis entre el crimen organizado y el crimen desorganizado que representa el Estado mexicano.
Esos familiares que salieron a la plaza pública a contar su dolor, a transmitir su angustia y a dar a conocer su tragedia, al hacerlo, se estaban convirtiendo en actores de la reconstrucción popular de México. Casi siempre se trataba de familias de pobres o de clase media baja, porque la muerte también tiene preferencia por los pobres. Casi siempre fueron mujeres las que hablaron, las que con lágrimas en los ojos conmovieron a todos los que escuchábamos. No era el tradicional mitin político —con excepción quizá de Morelia— en el que suceden siempre dos fenómenos: el orador habla para la historia, con palabras grandes aunque huecas, y nadie o casi nadie, presta atención. No, aquí nos contaban su pena, platicaban con nosotros, nos dejaban entrar a su casa y ahí nos narraban lo que les había sucedido.
Y siempre una pregunta cruzaba la mente de los que hablaban y de los que escuchábamos: ¿Por qué? ¿Cuál es la razón para tantos muertos y tantos desaparecidos?
La guerra de Felipe Calderón
“Para Schmit, aquello que defi nía al Estado era el monopolio del jus belli: ‘la posibilidad de hacer la guerra y, por lo tanto, de disponer abiertamente, con frecuencia, de la vida de los hombres’. Y el Estado totalitario pertenece a la época de la guerra total: ‘La esencia de cada cosa es la guerra. La naturaleza de la guerra —escribía Schmit en 1937— determina la naturaleza de la forma del Estado en su totalidad’.” (Enzo Traverso: El totalitarismo: historia de un debate)
Con la guerra a la que se lanzó Calderón, ya se ha insistido, éste buscaba una legitimidad que, por cierto, no ha podido alcanzar. Lo que no pudo conseguir en las urnas buscaba encontrarlo en una guerra, que le permitía verse a sí mismo como un pequeño dictador. Por eso no fue de gratis la famosa foto en la que se disfrazó de soldado. Esa foto refleja el sueño acariciado secretamente por mucho tiempo por un hombre de derecha que, de ninguna manera, puede ser considerado democrático. Si el resultado de todo esto no ha sido más terrible es debido a que su carencia de legitimidad es tan absoluta como absoluto es el poder que quiere ejercer.
Pero la verdadera guerra no fue la que supuestamente se declaró en contra del crimen organizado, ésa fue el pretexto. De lo que se trataba era de sacar al ejército y a los marinos a las calles y buscar romper el tejido social que, durante años, había venido construyendo el pueblo mexicano. Por lo que se pudo ver en la Caravana, la mayoría de los muertos no son resultado de pugnas entre los cárteles de la droga, como han dicho irresponsablemente las autoridades, ni se trata de miembros del crimen organizado abatidos por los “valientes” soldados.
Estamos hablando de ciudadanos, de hombres, mujeres, ancianos y niños que han sido convertidos en objeto de guerra. De una guerra que lleva ya más de 45 mil muertos y cerca de 18 mil desaparecidos.
¿Cuántos de esos muertos o desaparecidos son miembros del crimen organizado? Entonces, si no se está mermando el poder del crimen organizado, si la producción de enervantes no disminuye, si el consumo de los mismos va en ascenso y llega cada vez más a la niñez, entonces, ¿cuál es el balance que debemos sacar de esta guerra?
Para algunos puede ser exagerado hablar de Felipe Calderón o del Estado mexicano como totalitarios. Se nos podría argumentar: pero existe la división de poderes, que la gente puede ir a las urnas libremente, que los medios de comunicación no son estatales, que existe la libertad de crítica en los diarios nacionales… ¿cómo, entonces, se puede pensar que se trata de un régimen totalitario?
El contra argumento más demoledor a todo esto, aparte de rebatir punto por punto, es el siguiente: No existe la posibilidad en todo el país de poder caminar por las calles a la hora que uno quiera. Y perdón, pero si después de las 20:00 horas uno no puede circular por las calles de Durango, Saltillo, Morelia, Zacatecas, Guadalajara, Monterrey, Tijuana, cualquier ciudad de Tamaulipas, Torreón, Chihuahua y Ciudad Juárez; si, después de esa hora, estamos frente a ciudades fantasmas; si la gente se refugia en el hogar para rogar que no vaya a ser atacada en el mismo lugar donde vive; si el concepto de comunidad, colectivo, banda, barrio, familia está siendo destruido desde el poder, ya sea directamente o ya sea por complicidad u omisión… hablar de democracia en México es otra mentira genial.
Y esto se refleja en todas las instituciones de poder. Es verdad que formalmente están separados los tres poderes, incluso que a veces se favorece a un poder sobre otro. Es verdad que la población puede ir a las urnas y “nombrar” a sus gobernantes. Es verdad que los medios de comunicación no son estatales y que algunas veces hasta se pueden deslindar del poder o permitir que salgan en las pantallas personalidades supuestamente democráticas.
Pero lo que también es verdad es que existe un mínimo común denominador entre todos estos elementos que explica el porqué la democracia es todavía una asignatura pendiente. Ese mínimo común denominador es que todas las instituciones sirven a los grandes señores del dinero, tanto nacionales como internacionales. Ese mínimo común denominador explica que todos los medios de comunicación, tanto los estatales como los del gran capital, posean un código en común que les permite veleidades críticas y, al mismo tiempo, ser los sostenedores del poder. Ellos se arrogan el derecho de decir quién de los que se mueven es bueno, eso sí, no hables de la desmilitarización porque entonces te tratan como grupo de choque o como narcozapatista. Ellos han construido ese denominador común después de muchos años, después de haber superado los 70 años del PRI.
Se trata de una nueva versión del sistema de partido de Estado, nada más que ahora existe un subconjunto: tres partidos políticos “grandes” y cuatro bonsai que no representan los intereses de una clase social subalterna, sino los intereses de los más ricos y poderosos y, sobre todo, de un funcionamiento político que les permite generar una gran ilusión: la alternancia en el poder. Alternancia que se ha demostrado hasta la náusea, ya sea a nivel federal o estatal o municipal, que no significa otra cosa que más de lo mismo. Este sistema de partido de Estado con tres caras es aún más monstruoso que el anterior. Por eso, con perdón de los que tienen ilusiones, no hay posibilidades de que se lleve un cambio en el terreno de las elecciones.
Parar la guerra: el imperativo categórico
“El pasado viernes 17 de junio, en la ciudad de Jalapa, Veracruz, se dio a conocer la noticia en medios de comunicación escritos y electrónicos, de la muerte de once personas presuntamente vinculadas con la delincuencia organizada, en un retén del ejército mexicano ubicado en la carretera Federal Jalapa-Veracruz a la altura del 63 Batallón de Infantería, municipio de Emiliano Zapata.
“Tres trabajadores de la empresa Construcciones Santa Clara, uno de ellos Joaquín Figueroa Vásquez, mecánico diesel de la empresa, que acompañaba al ingeniero y al laboratorista, regresaban de trabajar a bordo de una camioneta Mitsubishi de color blanco, al llegar al retén de Lencero, les marcaron el alto.
“Lo siguiente que conocemos es que los tres fueron asesinados y presentados como delincuentes por la representación militar y civil, sus cuerpos presentaban huellas de tortura evidente, varios disparos por la espalda y el tiro de gracia. Al momento de su presentación, fueron acomodados en el interior de una camioneta color negro junto con el cuerpo sin vida de otra persona y fotografi ados con armas de alto poder sembradas.
“La versión ofi cial dice que se desarrollaba un operativo, que actuaba en persecución de delincuentes desde El Tamarindo y que, al llegar al retén militar, hubo un enfrentamiento a balazos con el saldo de once sicarios muertos y ocho detenidos.
“Tal versión presenta inconsistencias, si el supuesto enfrentamiento se da al marcarles el alto y resultan muertos, ¿cómo llegaron a otro vehículo? ¿Por qué la camioneta no presenta impactos de bala? ¿Por qué los cuerpos tienen tiros por la espalda? ¿Y el tiro de gracia? ¿Y la tortura?”
Lo que está narrado líneas arriba se convierte en paisaje cotidiano en tierras mexicanas. Paisaje de muertos y desaparecidos. De gente a la que su honor como trabajador se le ve mancillado al quererlo ubicar como parte del crimen organizado. Dos muertes, la muerte física y la muerte de tu nombre. Te matan dos veces. La familia comienza un arduo y difícil trabajo: desentrañar quién y por qué lo mataron y tratar de lavar su nombre, contra los medios de comunicación que se solazan contando toda esa inmundicia. Dos veces asesinado por el delito de ser trabajador y circular por las carreteras. Por los retenes militares y por los medios de comunicación.
La guerra de Calderón está llevando a una situación límite al pueblo mexicano. Es verdad que existe mucha tristeza en los testimonios de los familiares de las víctimas. Es verdad que existe mucho miedo cuando se cuenta la verdad de lo que sucedió con las víctimas. Es verdad que, en muchos lugares, se habla en voz baja. Pero es innegable que también existe rabia. Rabia por no saber la razón para que eso les pasara a sus víctimas. Rabia porque siempre hay una historia que involucra al poder como delincuente directo o como cómplice y solapador de los criminales. Rabia frente a la desolación. Esa rabia es la reacción natural de los que sufren frente a una injusticia. Es verdad que es fundamental el consuelo (convivir con la soledad del otro), pero también es fundamental entender que existe rabia y que esto no es producto de un grupúsculo político, sino de lo apabullante de una realidad tan llena de agravios.
El “estamos hasta la madre” fue una especie de “ya basta” del 2011. Y no sólo revelaba el dolor de un padre sino el sentimiento profundo de centenas de miles de mexicanos que ya no pueden más. Y que no esperan nada del poder, lo único que quieren es construir una fuerza social de tal dimensión que permita parar la guerra.
Parar la guerra. No entenderla o comprender la dificultad de que esto suceda, sino parar la guerra.
El desarrollo de una movilización que no se preocupe por tratar de ponerse en el lugar del que la inició, sino siempre anclada a las víctimas, preocupada de su suerte después de que se atrevieron a hablar en público, porque la rabia pudo más que el miedo.
Preocupada por generar mecanismos organizativos que permitan un proceso de autoorganización social.
Lo que está en juego en esta movilización no es lo que algunos irresponsables pueden pensar: la revolución socialista. Pero tampoco lo que otros irresponsables pueden pensar: la reforma política.
No es problema hacer una mesa de discusión con el gobierno o llamarle diálogo, en tanto Felipe Calderón es el jefe supremo de las fuerzas armadas. El problema es para qué se realiza ese diálogo y quién es el interlocutor. Si se piensa que el interlocutor fundamental es Felipe Calderón y la clase política se cometerá una equivocación. Si se busca que el diálogo le dé seguridad a las víctimas para que rompan su silencio y denuncien lo que les ha sucedido, si se trabaja para voltear la mesa y dialogar entre sí para ir conformando un sujeto social específi co que se dirige a la nación con una fuerza moral, en tanto no se aparta de su objetivo fundamental: parar la guerra, entonces, el diálogo, ni duda cabe, tendrá una fuerza arrolladora.
El diálogo no puede ser visto como un evento que muere al día siguiente que sucede. Ése es el objetivo del poder. Si es necesario tragarse unos cuantos sapos oyendo a algunas víctimas, ni modo. Pero luego se pasará a lo que al señor Calderón le interesa: tratar de que la movilización siga una política de barandilla, al cabo que prometer, recibir o investigar no empobrece.
Y luego, tratar la reforma política. Ahí les explicó que él ya pidió un periodo extraordinario a las dos cámaras del poder legislativo y que ya no está en sus manos, que se dirijan al Congreso. Entonces se hizo un segundo diálogo un tanto cuanto inútil. Los diputados y senadores pueden incluso llegar a decir sí. ¡No hay problema! Pasar la reforma política de Calderón con algunos cambios, no signifi ca nada para la democracia en México: ¿candidatura ciudadana, cuando existe el SNTE, el sindicato petrolero, la CNC, Morena?
¿Revocación del mandato, cuando se pueden cubrir y hacerlo por medio de una consulta telefónica, como lo innovó López Obrador en la Ciudad de México, dejándole a Carlos Slim su organización, claro, a cambio de una feria? ¿Iniciativa ciudadana, después de lo que hicieron con los Acuerdos de San Andrés que ha sido la más auténtica iniciativa ciudadana de la historia de México?
Se puede o no se puede ir a un diálogo. El problema no es la palabra, sino la concepción y el objetivo. Se pudo ir a un diálogo con el gobierno en San Andrés y utilizar el espacio para denunciar lo que era la política de desprecio, represión y muerte a la que estaban condenados los pueblos indios de México. Y avanzar en la construcción de un sujeto social organizado.
Se puede ir a un diálogo con el gobierno con el objetivo de denunciar y promover el castigo en contra del Estado mexicano. Con el objetivo de parar la guerra.
La desaparición forzada el peor de los crímenes
Con la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad, también llamada del Consuelo, se pudo entrar en contacto con lo que signifi can los nuevos tipos de desaparición que se han estado implementando en México. En el lenguaje periodístico se les llama levantones. La desaparición de las personas fue calificada por la Organización de Naciones Unidas como un crimen de lesa humanidad. Del mismo tamaño que las masacres o los asesinatos por causas étnicas. Desde 1969, la práctica de la desaparición forzada fue llevada a cabo por el Estado mexicano durante el periodo que se conoció como guerra sucia. Se trataba de aniquilar a toda una generación de jóvenes revolucionarios que habían decidido tomar las armas para combatir al mal gobierno. Sin embargo, sería un error reducir esas víctimas a ese tipo de seres humanos. La mayoría no eran revolucionarios armados: eran maestros, campesinos, que tenían el problema de apellidarse Cabañas, o de vivir en una población considerada apoyadora de la guerrilla. Para esta política criminal, el gobierno formó un grupo especial al que denominó Brigada Blanca, creada por el tan admirado por algunos ex guerrilleros de Sudamérica, Fernando Gutiérrez Barrios.
Ahora, han desaparecido militares, policías, padres de familia, jóvenes, migrantes, mujeres. La utilización de esta terrible práctica se ha vuelto indiscriminada. ¿Quién comete este crimen? Durante la Caravana, una señora narró cómo su hijo había desaparecido afuera de su escuela, y que parecía que unos criminales se lo habían llevado, pero que luego su esposo fue a denunciar los hechos y que también fue desaparecido. Aquí, de una manera cínica comparten responsabilidad tanto el crimen organizado como el Estado.
La desaparición es un crimen de lesa humanidad en tanto se priva de la libertad a una persona sin ninguna excusa ni ningún juicio, se le tiene sometido a torturas y, de una manera muy perversa, se tiene el alma de sus familiares en un hilo.
En la Caravana una señora contó: “mi hijo fue desaparecido, cada noche yo pongo su plato en la mesa y le sirvo su cena, siempre rogando porque lo liberen”. Los familiares viven un luto infi nito, permanente. Pueden pasar diez, quince, veinte o treinta años y el duelo se mantiene. No tienen un cuerpo que abrazar, una tumba donde rezar, no tienen nada sino el recuerdo, la memoria. Y ell@s luchan por algo elemental: “si vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Según reportes de la misma Secretaría de la Defensa Nacional hay 18 mil desaparecidos. 18 mil hogares rotos. 18 mil familias rotas.
Y resulta que los familiares de los desaparecidos piden que en esta lucha no les hagan lo mismo que les hace el gobierno: que no los desaparezcan. Y tienen todo el derecho a tener su lugar en esta movilización, a que se hable de ellos, a que se construya un memorial con los nombres de sus familiares. A que no se les haga menos en la conformación de un pacto ciudadano, en el que se les dedican dos frases, mientras que a la reforma política se le dedican varios párrafos.
Su dolor es igualmente grande, nada más que continuo, inmanente a la vida diaria, constante. Ellos han avanzado en la conformación de organizaciones de familiares. Ellos tienen que tener un lugar importante en la movilización que hoy se desarrolla en México.
La clase política y la movilización de víctimas
Días de revelar el dolor que se está viviendo en la sociedad mexicana. Días de contar, con lágrimas y rabia, los crímenes que el Estado mexicano ha cometido en contra de mexican@s y centroamerican@s. Días de expresión de la sociedad civil que, por un momento, desplaza la agenda de la clase política. Días en que la sociedad se reconoce en las calles y se expresa de cuerpo entero frente a una clase política ausente y molesta. Días de discusiones sobre lo que sigue y cómo se decide en un movimiento plural y, muchas veces, contradictorio.
La marcha por la paz con justicia y dignidad representó el grito ahogado por varios años de quienes ya no aguantan tantos agravios: 45 mil muertos, casi 18 mil desaparecidos, miles de mujeres migrantes violadas.
Días de ignominia cuando un Felipe Calderón se enaltece y se compara con Winston Churchill y sólo le falta decir: “nunca tantos le debieron tanto a tan pocos”, refi riéndose a las fuerzas armadas y policíacas. Nuestro pequeño Churchill que nos ofrece “sangre, sudor y lágrimas” como horizonte visible. El pequeño Churchill, que de las pocas cosas que comparte con su alter ego es su afi ción por el trago. Un disque presidente que se altera porque la gente no comparte su visión optimista de la realidad: en su mundo, hay una guerra contra el narco, se va ganando y él goza de legitimidad.
Enfrente, el dolor del pueblo mexicano, el dolor producto de que la comunidad, la población, la familia, que son los verdaderos objetivos centrales de esta guerra, se están rompiendo. El dolor de ver a un país roto, en lo más importante, en lo que nos puede permitir hablar de Nación: en su tejido social.
El renacimiento de una sociedad que había sido desplazada de la escena política por la clase política, la cual, a pesar de su carácter totalmente minoritario, había logrado vender la idea de que la fecha clave que debería ocupar toda nuestra atención debía ser el 2012; que fuera de las elecciones y las urnas no hay otro calendario ni otra geografía; que ésta será la fecha axial, aunque nadie discuta los problemas verdaderos de la sociedad, por ejemplo los 45 mil muertos. El 2012 como destino manifi esto de la nación, aunque ésta esté extenuada. El 2012 como sueño de poder, de ese poder que anula la acción ciudadana y que no sólo la impide sino que se molesta cuando ésta actúa de manera autónoma.
Por eso el enojo de los intelectuales orgánicos de López Obrador con relación a la Caravana. Por eso el tema no merece ser discutido en el foro de La Jornada y la Casa Lamm.
O aquellos que, en el colmo del delirio, piensan que el movimiento dirigido por Javier Sicilia junto con el movimiento zapatista van a ser las alas del avión supersónico piloteado por López Obrador.
El 2012 cobra ya sus primeras víctimas.
Tanto se ha esperado, tanto se ha soñado con ese año. Tantos suspiros y deseos les despiertan, que la existencia de 45 mil muertos molesta no por la tragedia que representan, sino porque distrajeron la atención que se requería para que la elección del estado de México cobrara la importancia que se había decidido desde el poder.
Lo importante no era, según ellos, que hubiera 18 mil desaparecidos, sino que “Encinas puede más” (todavía es complicado dilucidar qué se buscó con esa consigna. Encinas puede más qué, más que quién, ¿que el pueblo del estado de México?), que Eruviel ése sí nació en el estado de México, o que Luis Felipe mantiene una cara de susto, ya que lo mandaron a una contienda electoral para quedar en último lugar, como para evidenciar lo que pasará en el 2012 si los panistas no cambian de estrategia.
Miles de mujeres migrantes violadas representan una piedra en los zapatos de Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard, Ernesto Cordero o Adolfo Lujambio. Bueno, su molestia no es que sean violadas sino que, de repente, los y las migrantes cobren vida y se presenten frente a la opinión pública y lancen su situación y su realidad como un reto frente a las instituciones del poder político mexicano.
El 3 de julio
Y llegó el 3 de julio del 2011 y el Partido Revolucionario Institucional barrió y dicen que ganó. Su candidato a gobernador Eruviel Ávila logró el 62 por ciento de los votos, muy por encima de Alejandro Encinas que logró el 21 por ciento y de Luis Felipe Bravo Mena, el cual solamente alcanzó el 12 por ciento.
La madre de todas las elecciones, la que abría el 2012, fue todo un fracaso. La abstención llegó a casi el 60 por ciento si se toma en cuenta la votación total por los partidos. Con ese comportamiento de los ciudadanos que votaron mayoritariamente no yendo a las urnas, la realidad es que, tomando el total del padrón del estado de México, la votación por Eruviel Ávila fue de 27 por ciento: va a gobernar con el apoyo de uno de cuatro ciudadanos. Pero más significativo es que la votación real de Encinas fue de 9 por ciento y la de Bravo Mena de 5 por ciento.
Eso sí, el gasto de campaña, sin contar las trampas que cada quien hizo, fue de 3 mil 200 millones de pesos, lo que signifi ca que cada voto costó 727 pesos, cifra récord en toda América Latina.
Los damnificados de este resultado son:
a. Felipe Calderón, la votación tan baja por el PAN indica que la ciudadanía responsabiliza al gobierno federal de la violencia que se vive en esa entidad, así como los niveles de miseria que una buena parte de la población sufre.
b. Andrés Manuel López Obrador, el cual llevó a cabo una auténtica campaña para impedir que la alianza con el PAN se efectuara, para no sentar un precedente claro hacia el 2012 y, un vez que logró su objetivo, dejó a su candidato, una especie de nuevo “juanito”, completamente solo. Ahora, ¿quién se puede tragar eso de que su movimiento (Morena) tiene millones de afiliados?, si no logró ni un millón de votos en el estado de México, y, en Coahuila, su candidato González Schmal logró el uno por ciento (ni ahí, ni en Nayarit apoyó al candidato del PRD, en cambio hizo campaña por el candidato de la coalición PT-Convergencia), y en Nayarit no logró ni el uno por ciento.
c. El Partido Acción Nacional, el cual sufrió una caída en picada. El único lugar donde obtuvo una votación menos ridícula fue en Nayarit con una candidata que era senadora del PRD, que a su vez se la había pirateado al PRI.
d. Todos esos “formadores de opinión pública” que durante tres meses cacarearon que la candidatura de Encinas ponía a temblar a Peña Nieto. La capacidad de análisis de estos intelectuales, una vez más, evidencia hasta dónde han caído. Otra vez confundieron sus deseos con la realidad y, desde luego, no habrá ninguna autocrítica.
e. El sistema de la “democracia representativa”, que no sólo no prende en el país sino que se aleja cada vez más de las preocupaciones elementales de la población. Elecciones tan caras para resultados tan escasos no son sino la representación no del avance del PRI como algunos creen, sino de la crisis del sistema de dominio, en la que ellos se sacan la rifa del tigre.
Cada vez es más evidente que los ciudadanos le dan la espalda a los procesos electorales. Por eso, en esta coyuntura electoral con comicios en cuatro estados (estado de México, Nayarit, Coahuila e Hidalgo) la abstención fue del 52 por ciento.
f. Todos aquellos que piensan que la únicaposibilidad de cambio en el país es por la vía electoral, sin darse cuenta que esa vía fue clausurada por los mismos que juegan a que la transitan. Esta vía no existe como alternativa, la misma clase política se encargó de minar el terreno.
Hoy por hoy, la lucha se ubica en otro lado, en el proceso de autoorganización social, en la construcción de un camino común para los diferentes que somos.
“La guerra es paz”, “La libertad es esclavitud”, “La ignorancia es fuerza”. Éstas eran las consignas del Partido del Interior en la utopía negativa alucinante de Orwell, llamada 1984. Así gobierna Felipe Calderón. Hace una guerra bajo el pretexto de la paz, dice que lo hace por la libertad pero para eso fomenta la esclavitud y, para lograr esto, hace que desde los medios de comunicación se fomente la desinformación y la ignorancia, aunque fracasen en la generación de un velo (las elecciones) que permita que las personas olviden la catástrofe que ya se vive.
Hace algunos años, a Karol Modzelewski, disidente polaco, le preguntaron por la razón de su compromiso irreductible, respondió simplemente: “Por lealtad hacia los desconocidos”. Así podríamos explicar nuestro compromiso. La guerra que Calderón ha desatado en contra de la sociedad mexicana nos debe llevar a una cuestión similar: lealtad hacia los desconocidos.
Los medios de comunicación: el ministerio del interior (la gobernanza)
Pero a un lado de la clase política se ubican los medios de comunicación y marcan la agenda política a la que los primeros tienen que ceñirse.
Lo primero es convertir a los “líderes empresariales de los medios de comunicación” y “expertos” a los que ha juntado (entre ellos, por cierto, al rector de la UNAM) en presuntos representantes de la “Sociedad Civil” (con mayúsculas) mexicana, queriendo aprovechar así la crisis de representatividad tanto de los partidos políticos como de las instituciones en general e incluso de la del propio Consejo de Hombres de Negocios, para erigirse como protagonistas.
Por eso mismo optaron por trasladar directamente sus propuestas a la práctica y lo único que recibieron fueron elogios del disque presidente y de toda la clase política, sin pasar siquiera por el Congreso de la Unión. Basta leer la lista de los personajes reunidos por Emilio Azcárraga y Salinas Pliego en Iniciativa México para comprobar que, en su gran mayoría, sólo son representativos de unas élites que proponen poner en pie nuevas formas de “gobernanza” despótica al servicio de una salida más neoliberal, si cabe, de la crisis actual. Esto último es más evidente cuando, “frente al Estado y los políticos”, nos remiten, nada menos que a lo que ha sido el concepto de gobernanza elaborado en Europa, que promueve también la construcción allá de una Big Society dispuesta a dirigir al país, decidir sobre lo que se dice y cómo se dice.
La segunda intención que se puede intuir detrás de toda la jerga sobre la necesidad de “construir entre todos el México con iniciativa” es la decisión ideológica de presentar una radiografía y un diagnóstico del país y de la sociedad en su conjunto y un “Modelo de Estado” en el que las desigualdades sociales, de clase, de géneros —y los consiguientes antagonismos y confl ictos de intereses, valores y derechos en juego— son subsumidos en nombre de mejorar el “valor país”.
O sea, la gravedad de la crisis obligaría a un patriotismo de la información. Como siempre, esa ideología se disfraza de crítica de las ideologías y de otras políticas posibles emitiendo opiniones tan demagógicas como la que sostiene que: “Hay que ‘desideologizar’ la Política”. “Todos somos víctimas del crimen organizado y no del Estado y sus fuerzas represivas”. O la que gana el premio a la más tonta hecha por Luis Inacio da Silva, más conocido como Lula: “México es más grande que un problema de violencia”. Así que vivimos un problema de violencia.
¡Ah bueno! Hay que decirle eso a las decenas de miles de víctimas, a los centenares de miles de sus familiares y a los millones de sus conocidos… pero que no se apuren, que México es más grande que un problema de violencia.
Pero el propósito principal que cabe develar de los argumentos de esta “Sociedad Civil” es que los “cambios urgentes, estructurales y sistémicos” a los que apuntan son todos aquéllos que sirvan para desarrollar una “estrategia de país” —en el plano educativo, científico, de innovación, de cadenas productivas, energético y de comunicación “responsable”— dirigida a una “reformulación urgente del valor país, todo ello siempre desde una óptica de obligada competencia global” (el ejemplo de López Obrador y su visión de lucha contra el monopolio es en ese sentido revelador).
Junto a todo esto no faltan algunos guiños a las preocupaciones sociales sobre los excesos de la guerra y la violación a los derechos humanos, eso sí, siempre que se subordinen al mantenimiento de la guerra como tal.
El objetivo mediático, como el nuevo Ministerio del Interior, es generar los marcos de la información para evitar el clima general de indignación creciente.
Desgraciadamente para ellos, una movilización fue detonada, una parte de las víctimas fueron visibilizadas. Desde las catacumbas del miedo un fantasma recorre México: el fantasma de decenas de miles de víctimas que exigen justicia ya, ahora.
Que en su grito de dolor nos impelen a luchar por parar la guerra del pequeño Churchill. Ése es el imperativo categórico con el que se debe construir una movilización contra la guerra y por reivindicar a las víctimas. Entonces sí, la memoria cobrará venganza sobre la historia que desde la televisión y los diarios nos tratan de inculcar.
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