Vista como proceso de secularización, la modernidad es un rotundo fracaso. La promesa de libertad de las filosofías ateas no se cumplió, ni siquiera la liberación de las cadenas de la superstición. Así como se dijo que la religión era el opio de los pueblos, el marxismo se volvió el opio de los marxistas y el ateísmo se volvió otro opio, el opio de una secularización superficial: en lugar de la creencia en Dios, que no se pudo desterrar, se la sustituyó por muchos ídolos, especialmente el Dios dinero, que no ha visto aparece ningún ateo de su culto.
Pero la sobredosis de positivismo no solamente dejó intactas las idolatrías: el culto al dinero, la tecnolatría, sino que tiró al niño con todo y el agua sucia.
En el proceso de desacralización, el consabido “todo lo sólido se desvanece en el aire”, se perdió la noción de lo sagrado, excepto para quienes tienen otro fondo cultural desde el cual reivindicarlo.
Lo sagrado no devaluado en superstición o idolatría sigue siendo respetado en muchas culturas indígenas.
En el manifiesto de la XXIX reunión ampliada Centro Pacífico del Congreso Nacional Indígena, que tuvo lugar en Nurío Michoacán, apenas el pasado 6 de marzo, además de reafirmar el compromiso con los acuerdos que los indígenas siguen respetando, en el marco de sus aniversarios respectivos, proclaman que los sagrado sigue siendo su referente:
“A diez años del tercer Congreso Nacional Indígena de Nurío, la semilla de la dignidad y la resistencia en la Marcha del Color de la Tierra que encabezaron el EZLN y los pueblos tribus y naciones de México, hoy continúa vigente como hace más de quinientos años.
“A 15 años de la firma de los Acuerdos de San Andrés, ratificamos su reconocimiento como la Ley Suprema de nuestros pueblos indios, por encima de las leyes nacionales y estatales. Continuemos construyendo la autonomía desde nuestros pueblos, naciones, tribus, comunidades y barrios. El derecho milenario al territorio lo defendemos en cada playa, cada lago, cada río, cada bosque, cada desierto y cada selva, porque la madre Tierra no es una mercancía, nosotros y cada ser que la habitamos somos parte de ella: lo sagrado no se vende.”
Una afirmación que cuando se hace desde la secularización incompleta, e inservible, de la modernidad suena a demagogia, es perfectamente natural y entendible desde las culturas indígenas: lo sagrado no se vende.
Y eso sagrado es una exterioridad desde la cual puede ser impugnado el capitalismo profanador. La defensa de la vida humana frente a la violencia, de la vida sagrada de cada uno, como fundamento profundo de la dignidad y los derechos humanos, pero también de lo inviolable de la naturaleza, la tierra, el agua (que fue el tema de acuerdos del CNI en Vícam, recientemente, frente a ambiciones privatizadoras de capitales como el de Slim).
Lo sagrado, un valor más que progresista, de resistencia cultural y vital, más allá de jacobinismos ignorantes que rinden culto solamente a sus propias supersticiones e ídolos. ¿Quién lo imaginaba?
Pero la sobredosis de positivismo no solamente dejó intactas las idolatrías: el culto al dinero, la tecnolatría, sino que tiró al niño con todo y el agua sucia.
En el proceso de desacralización, el consabido “todo lo sólido se desvanece en el aire”, se perdió la noción de lo sagrado, excepto para quienes tienen otro fondo cultural desde el cual reivindicarlo.
Lo sagrado no devaluado en superstición o idolatría sigue siendo respetado en muchas culturas indígenas.
En el manifiesto de la XXIX reunión ampliada Centro Pacífico del Congreso Nacional Indígena, que tuvo lugar en Nurío Michoacán, apenas el pasado 6 de marzo, además de reafirmar el compromiso con los acuerdos que los indígenas siguen respetando, en el marco de sus aniversarios respectivos, proclaman que los sagrado sigue siendo su referente:
“A diez años del tercer Congreso Nacional Indígena de Nurío, la semilla de la dignidad y la resistencia en la Marcha del Color de la Tierra que encabezaron el EZLN y los pueblos tribus y naciones de México, hoy continúa vigente como hace más de quinientos años.
“A 15 años de la firma de los Acuerdos de San Andrés, ratificamos su reconocimiento como la Ley Suprema de nuestros pueblos indios, por encima de las leyes nacionales y estatales. Continuemos construyendo la autonomía desde nuestros pueblos, naciones, tribus, comunidades y barrios. El derecho milenario al territorio lo defendemos en cada playa, cada lago, cada río, cada bosque, cada desierto y cada selva, porque la madre Tierra no es una mercancía, nosotros y cada ser que la habitamos somos parte de ella: lo sagrado no se vende.”
Una afirmación que cuando se hace desde la secularización incompleta, e inservible, de la modernidad suena a demagogia, es perfectamente natural y entendible desde las culturas indígenas: lo sagrado no se vende.
Y eso sagrado es una exterioridad desde la cual puede ser impugnado el capitalismo profanador. La defensa de la vida humana frente a la violencia, de la vida sagrada de cada uno, como fundamento profundo de la dignidad y los derechos humanos, pero también de lo inviolable de la naturaleza, la tierra, el agua (que fue el tema de acuerdos del CNI en Vícam, recientemente, frente a ambiciones privatizadoras de capitales como el de Slim).
Lo sagrado, un valor más que progresista, de resistencia cultural y vital, más allá de jacobinismos ignorantes que rinden culto solamente a sus propias supersticiones e ídolos. ¿Quién lo imaginaba?
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